ALEXANDER VON HUMBOLDT: ENTRE GOETHE Y LA FRAGATA PIZARRO

En el siglo XVIII los viajes de investigación a las regiones de ultramar se multiplican y además amplían sus objetivos, de tal manera que hablar de Ilustración es relacionarla inexorablemente con viajes. La Paz de Utrecht (17131714) permitieron la instauración de un equilibrio y la mejora de las condiciones económicas de Europa. A pesar del ritmo desigual que tales hechos ocasionaron en los diferentes países, incluso las singularidades que la misma Ilustración comporta, un cosmopolitismo cultural sin precedentes se apodera del Viejo Mundo. Los viajeros y los relatos de viaje difunden el conocimiento de nuevas tierras y el descubrimiento de nuevos pueblos. El interés por esos horizontes se apodera de todas las cortes y gobiernos europeos, aunque los resultados de los nuevos descubrimientos ponen en entredicho los fundamentos filosóficos de las viejas filosofías aún en uso. En efecto, a raíz de los nuevos descubrimientos y las nuevas culturas los europeos se interrogan los múltiples componentes que forman la naturaleza. El mismo conocimiento del mundo comenzó a construirse sobre la base de las nuevas experiencias empíricas y racionales. Pero no importaba. A pesar de los sobresaltos y disgustos espirituales que el conocimiento de las leyes naturales ocasionaban, ningún país podía descolgarse de la carrera exploradora. Conocer el universo, dominarlo es la finalidad de los múltiples viajes que se realizaron en el siglo XVIII. Todos deben organizar el gran viaje. Inglaterra apoyó constantemente cuantas expediciones organizaron la Royal Army y la Royal Society de Londres. Sin duda ninguna de ellas se midió con las llevadas a cabo por James Cook hacia el Pacífico Sur. Francia tampoco escatimó esfuerzos. Louis-Antonie de Bougainville efectuó su viaje alrededor del globo. España organizó su viaje de exploración al Pacífico y el Atlántico Sur en el navegante y explorador italiano Alejandro Malaspina. Austria, Italia y otras naciones realizaron las suyas. Por su parte, Alemania también tuvo su viajero: Alexander von Humboldt.

En 1999 se cumple dos siglos de la presencia del científico y naturalista alemán en Canarias, concretamente en Tenerife y más particularmente en el Valle de La Orotava. Así pues, es una buena oportunidad, un buen momento para reflexionar, aunque sucintamente, sobre su figura como científico e intelectual y su viaje a las islas.

El viaje emprendido por Alexander von Humboldt desde 1799 hasta 1804 hacia tierras hispanoamericanas y narrado en su libro Relato Personal del Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente fue una expedición en algo distinta a las que se habían hecho hasta esos momentos. Si bien los viajes científicos normalmente tenían por finalidad la circunvalación que perseguían fines políticos y coloniales entre otras razones para crear asentamiento de colonos en ultramar, el viaje de investigación de Alexander von Humboldt significaba por el contrario un viaje alrededor del mundo realizado por tierra. Tal vez, las únicas excepciones anteriores a la suya fueron las expediciones realizadas por Mungo Park en 1795 para el descubrimiento de tierras adentro de África, sobre todo para descubrir el curso superior del Níger, y Alexander Mackenzie en 1792-93 para recorrer por tierra desde el Atlántico hasta el Pacífico a través de lo que hoyes Canadá. Pero el viaje tierra adentro de Humboldt tiene su importancia sobre sus precedentes porque supuso el establecimiento de las bases científicas de la geografía vegetal.

Los preparativos para la realización del viaje comenzaron en Jena. Esta pequeña ciudad alemana situada en la Turingia oriental vivía por entonces un esplendor cultural incomparable. En su seno acogía el llamado círculo de Jena que reunía a Novalis, Schelling, Schlegel, Fichte y otros representantes del pensamiento romántico alemán. En ella Alexander von Humboldt realizaba una vida activa. Durante los meses de la primavera del año 1797 frecuentaba la casa de Friedrich von Schiller. Allí formaron un pequeño círculo con su hermano Wilhelm, el propio Schiller, y su amigo Wolfgang von Goethe, con quien había entablado una amistad estrecha desde el momento en que se conocieron en 1794. En aquellas reuniones celebradas en la casa del poeta alemán se discutía sobre literatura, filosofía, poesía, arte y, sobre todo, sobre la naturaleza. La reflexión sobre la naturaleza que se estaba dando en la sociedad burguesa dieciochesca, fundamentalmente a partir de su segunda mitad, caracterizaba las reuniones en las múltiples tertulias que se organizaban, ya se celebrasen en casas particulares como en las sociedades científicas. Schiller, que por entonces contaba con 38 años, si bien se distinguió como poeta y pertenece fundamentalmente a la historia de la literatura también se destacó como pensador. Pero su discurso sobre la naturaleza se dirigió a hacer de la moralidad en el hombre una segunda naturaleza arraigada en su sensibilidad. Consecuentemente sus reflexiones se dirigen a la búsqueda de imperativos sensualistas para elaborar una teoría estética ilustrada. Sin embargo Goethe, diez años mayor que Schiller (48), sin duda la figura literaria más grande de Alemania, dirigió su mirada hacia el carácter científico y experimental de la naturaleza.

Los ensayos científicos de Goethe son menos conocidos que sus obras literarias, pero producen un gran revulsivo al estado de la ciencia en aquellos años. Goethe había publicado por entonces varias obras sobre la filosofía de la naturaleza y la botánica. Teoría de la naturaleza, publicada por primera vez en 1789 y la Metamorfosis de las plantas, publicada en 1790 fueron las más sobresalientes. Para Goethe la ciencia significaba observación de los fenómenos naturales y consideraba la experimentación como el instrumento más seguro de análisis. El joven Alexander von Humboldt, de 28 años de edad, quedó totalmente impresionado por la forma de pensamiento de Goethe. Los puntos de vista sobre la naturaleza de ambos eran muy parecidos. Los dos entendían la naturaleza como un cosmos, pero Humboldt carecía aún de herramientas orientativas. Schiller escribió que temía que su amigo Alexander, a pesar de su gran talento y actividad, nunca realizara algo grande en el campo de la ciencia, ya que su vanidad trivial y desasosegada es el motor de todas sus acciones. Observaba en el joven amigo una pobreza de sentido y significación que -según él-era el peor de todos los males en su profesión. Según Schiller, Humboldt era un intelecto desnudo y analizador que examina a la naturaleza con una audacia que le parecía inconcebible.

Pero Humboldt, que era un hombre con ganas de aprender todo lo que le ayudara a realizar su empresa con éxito, asume el concepto dinámico de la morfología de la naturaleza de Goethe como un principio metodológico que le permitía describir la totalidad de los fenómenos. El estudio de la morfología de los seres vivos puede llevarse de dos formas. Uno es acentuando los aspectos estáticos. El otro, acentuando los aspectos dinámicos. Este último método fue el de Goethe al proponer la doctrina de la proto-forma. Es un modelo a partir del cual se desarrollan diversas formas del reino orgánico, algunas de las cuales son realmente existentes y otras posibles en el futuro. Según Goethe, se podía imaginar plantas nuevas que si no existen podían sin embargo existir a partir de un mismo modelo originario. Es precisamente esta concepción goethiana de la morfología la que posteriormente empleó Humboldt en sus estudios experimentales sobre la geografía botánica. Sin embargo, la ciencia de Goethe se sitúa a un nivel teórico, mientras el naturalista alemán lo sitúa en el plano de la observación empírica. Alexander von Humboldt es un gran deudor de los sabios conocimientos de uno de los mayores pensadores alemanes de todos los tiempos: Johann Wolfgang von Goethe.

Eran los años de estudio intenso de la literatura científica del momento. Humboldt estudia a Galileo y Newton y realiza excursiones por tierras prusianas. Después de una estancia en Viena, donde tuvo la oportunidad de introducirse de una manera viva a todo el mundo vegetal americano, especialmente de casi todos los países que más tarde habría de visitar en su viaje a América, que se conservaba en Schoenbrunn, va a Salzburgo para encontrarse con quien sería su mejor amigo, Leopold von Buch. Allí los dos emprendieron muchas excursiones geológicas, hicieron mediciones de altitud, investigaciones del aire, etc. A partir de esos momentos Humboldt toma conciencia de que la naturaleza no sólo está formada por los tipos morfológicos goethianos sino también por procesos físicos que deben ser estudiados por experimentes empíricos.

El naturalista alemán estaba inquieto ahora por salir de Europa para poder realizar la investigación de la naturaleza, sobre todo -como él mismo declara-en tierras «poco visitadas por los europeos». Era la idea que desde su temprana juventud ardientemente deseaba realizar. La ausencia de una estructura federal germana compacta y la proyección napoleónica sobre suelo centroeuropeo hacían difícil proyectar su viaje desde su tierra natal a las Indias Occidentales.

En abril de 1798 Humboldt decide irse a dar con su hermano Wilhelm que se encontraba en París. En aquellos momentos se estaba planeando en la capital francesa un viaje alrededor del mundo. Debía de estar dirigido por Louis-Antonie de Bougainville. Humboldt fue invitado a tomar parte. Sentía una gran admiración por el gran explorador francés y la idea de viajar con él le fascinaba. Pero Bougainville tenía 70 años y como el viaje duraría unos cinco el veterano almirante fue sustituido por Thomas Nicolas Baudin. Pero la expedición de Baudin fracasó como consecuencia de los efectos de las guerras napoleónicas. Humboldt vio frustrado sus deseos y Sudamérica y las Indias Occidentales quedaban aún lejos de su alcance. Apenado por lo sucedido expresa: «¡Que irremediable dolor sentí cuando todas esas esperanzas se vinieron abajo!».

Pero durante la elaboración del proyecto expedicionario, el joven naturalista alemán conoce a Aimé Goujaud Bonpland, un médico y botánico francés cuatro años más joven que él. Comienza una amistad leal entre los dos naturalistas que se proyectará hasta el final. A la vez, en la capital francesa conoció al cónsul de Suecia en París, quien le invita a ir a Argelia desde Marsella. Los deseos de viajar de Humboldt eran tan grandes que sin pensarlo dos veces, le propone a Bonpland que le acompañara en el viaje que pretendía hacer con el cónsul de Suecia. Humboldt soñaba con recorrer la cordillera del Atlas marroquí. Bonpland acepta y se dirigen a Marsella para tomar el barco allí. Pero el buque sueco nunca regresó para recogerlos y el viaje a África se vería frustrado. Pudo haber hecho un viaje a Túnez después de varios meses, pero llegaron las noticias de la persecución que los musulmanes sometían los europeos provenientes de los puertos franceses. Una vez más los deseos de viajar a tierras exóticas se vieron frustrados. Ninguno de los dos deseaban volver a París. Querían permanecer cerca del mar, pues las posibilidades de embarcar eran mayores. Deciden ir a España para desde Cádiz o Cartagena dirigirse a Oriente cuando las condiciones políticas lo permitiera.

De Marsella se trasladan Humboldt y Bonpland a Barcelona ya continuación a Valencia. Pero en lugar de continuar hacia el Sur, se dirigen a Madrid, donde llegan en febrero de 1799. En la capital del reino Humboldt conoce al barón Forell, Ministro de la Corte de Sajonia en España, hombre de amplios conocimientos de mineralogía e interesado en los progresos de la Ilustración. El barón Forell le presentó a Mariano Luís de Urquijo, Ministro del Exterior y favorito de la reina María Luisa, quien logra una audiencia con el Rey. Humboldt presenta una memoria de su proyecto a la América española y obtiene del Consejo de Indias dos pasaportes, uno para él y otro para Bonpland. Constituye una concesión sin duda única, ya que España había seguido la política de mantener alejados de sus colonias a los extranjeros. El mismo Humboldt comentaría extrañado que nunca se había hecho una concesión mayor a la realizada y nunca el gobierno español había dado muestras de confianza a un extranjero.

El puerto principal de donde debían coger el barco para Cuba era La Coruña. Aún no habían embarcado, pero parecía que todas sus ilusiones expedicionarias se hacían realidad. Llenos de esperanzas marchan hacia el puerto gallego en mayo, donde les aguardaba la corbeta Pizarro. El General Rafael Clavijo, responsable de los barcos postales a las colonias, los recibe. El General español le promete a Humboldt que el barco se detendría en Tenerife algunos días, respondiendo a la solicitud hecha por el propio naturalista alemán para visitar el Puerto de Orotava y ascender a la cima del pico del Teyde. Cuando el Pizarro comienza su travesía el 4 de junio Humboldt escribe a su amigo Freiesleben:

¡Que suerte esta! Pierdo la cabeza de alegría. Parto con la fragata española Pizarra; hemos de hacer escala en las Islas Canarias y arribar en la costa de Venezuela y Sudamérica. ¡Que tesoro de observaciones me esperan…!

El sueño de toda su vida se hizo realidad. Comenzó por fin su gran viaje, necesario para adquirir los conocimientos científicos y culturales que le permitiera elaborar el corpus de su teoría geográfica.

En Tenerife pudo conocer el Jardín de Aclimatación instalado por el marqués de Nava en 1795, el Drago de Franchy, Sitio Little y el Teide, verdadero objetivo por el cual visitó Tenerife. El ascenso al Teide fue la labor científica más importante de Humboldt en Tenerife. Pero mientras ascendía a Las Cañadas le vino a la mente la idea fundamental de la geografía botánica, que más tarde cogería cuerpo cuando viaja a través de América: los pisos vegetales. Fue el primero en ordenar la vegetación en diferentes zonas de acuerdo a la temperatura decreciente según la altitud. Su célebre esquema de las cinco zonas forestales según la topografía, los microclimas y diferencias de temperatura según altitud constituye una aportación excepcional al desarrollo de la geografía moderna. El modelo de los cinco pisos vegetales de Humboldt desató una interesante controversia entre los botánicos posteriores a él que duraría todo el siglo decimonónico. Razones de espacio impiden tratar siquiera mínimamente el debate, aunque muy bien con ocasión del bicentenario de la visita de Humboldt a Tenerife pudiera dar alguna luz.

Ya en Santa Cruz de regreso para zarpar escribe a su querido hermano Wilhelm:

Sentí una gran pena ante la perspectiva de tener que dejar este lugar; hubiera sido completamente feliz quedándome allí [Tenerife] y, sin embargo, apenas he salido de Europa. ¡Si pudieras contemplar estos exuberantes campos, estos bosques seculares de laureles, estas vides y estas rosas! Aquí hasta engordan los cerdos con albaricoques. Los caminos están llenos de camellos

Levamos ancla el 25 de este mes.

En efecto, el 25 de junio de 1799 zarpó el Pizarra de Santa Cruz para tierras hispanoamericanas, con gran pena de Humboldt.

Después de cinco años explorando Venezuela, Cuba, Colombia, Ecuador Perú y México, Aimé Bonpland y Alexander von Humboldt regresan a Europa. La expedición fue una de las más extraordinarias de la exploración científica.

La fragata el Pizarro llevaría a Humboldt físicamente por aguas atlánticas hacia su destino, pero Goethe lo condujo espiritualmente. Por tal razón el primer volumen, Ensayos sobre la Geografía de las plantas, publicado en París en 1805 -el gran viaje fue recogido en unos 30 volúmenes, publicados en un período de treinta años-lo dedicó Humboldt a su amigo Goethe, alegando que él había concebido la idea de la obra en su primera juventud. El viaje de investigación no sólo dio pie para que Humboldt escribiera su libro Relato Personal del Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Mundo, sino además fue planeado desde un principio como un viaje cósmico. Por tal razón, la gran obra de Humboldt Cosmos, donde plasma su visión de la naturaleza y del mundo, sólo pudo ser escrita efectivamente como cosecha de las experiencias científicas y humanas del viaje.

Mientras Humboldt triunfaba en los círculos científicos de Europa, escribió varios libros más y un gran número de artículos científicos, Aimé Bonpland por el contrario sólo escribió cuatro de los diecisiete volúmenes sobre la botánica de Sudamérica, por otro lado duramente criticados por la cantidad de errores que contenían, y tuvo una vida bastante oscura.

El día 6 de mayo de 1859, un año después de la muerte de Bonpland, llegó la hora de la despedida de esta tierra de Alexander von Humboldt. Al día siguiente realiza su último viaje por la larga avenida de tilos del cementerio para ir a descansar al lado de su hermano Wilhelm.

Tras su muerte, como correctamente afirma Cedric Hentschel, el prestigio de Humboldt quedó eclipsado por la llegada del darwinismo. Sin embargo, no era ese el deseo de Charles Darwin. Paradojas de la vida. Precisamente el más grande de los admiradores de Humboldt en Europa, y en particular en Inglaterra, fue precisamente el naturalista inglés, pues las concepciones de la naturaleza de Humboldt tuvieron una gran influencia en la obra científica de Darwin. El joven Charles Darwin lee ya desde la época de estudiante de Cambridge el libro Relato Personal del Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Mundo. La exuberante vegetación y terrenos volcánicos descritos por el naturalista alemán llevaron a Darwin a imaginarse nuevas y espectaculares especies en las arenas y en los bosques de Tenerife. Esas nuevas especies, la vegetación tropical, el tan aclamado Drago de Franchy de La Orotava, las montañas volcánicas y el ascenso del Teide, etc., habían despertado tanto el apetito del joven Darwin por la isla que aún sin partir de Inglaterra, su pensamiento estaba en Canarias. No hacía sino «leer y releer» a Humboldt. Sin embargo, Charles Darwin no tuvo la suerte del sabio alemán y no pudo visitar la isla de sus «sueños».

Son muy pocos los monumentos erigidos en Canarias, y particularmente en Tenerife, en memoria de Alexander von Humboldt. Sin embargo, su figura está de Este a Oeste, de Norte a Sur, en todos los rincones del Archipiélago, en el corazón de todos los canarios.