Alexander von Humboldt y su estancia en las Islas Canarias
Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland zarparon desde la Coruña a Canarias en la corbeta española la Pizarro. Se le prometió que el barco se detendría en Tenerife algunos días, respondiendo a la solicitud hecha por el propio naturalista alemán para visitar el Puerto de Orotava y ascender a la cima del pico del Teyde.
El sueño de toda su vida se hizo realidad. Comenzó por fin su gran viaje, necesario para adquirir los conocimientos científicos y culturales que le permitieran elaborar el corpus de su teoría geográfica y geológica.
La Pizarro tenía órdenes de tocar en Lanzarote para informarse si los ingleses bloqueaban la rada de Santa Cruz de Tenerife. Desde el 15 de junio había inquietud acerca de la ruta a seguir. Humboldt se maravilla de la pequeña isla deshabitada de La Graciosa y aprovechó el bote para explorarla junto a Bonpland creyendo que era Lanzarote, no ocultando no obstante su indefinible emoción cuando por primera vez llegó a un suelo no europeo. La nave avanzó hacia Fuerteventura, y poco después el islote de Lobos. Pasaron una parte de la noche sobre cubierta. “La Luna alumbraba las cimas volcánicas de Lanzarote, cuyas cuestas, cubiertas de cenizas, reflejaban una luz argentada” –comenta Humboldt en su diario.
Por fin, el 19 de junio de 1799 Humboldt y Bonpland llegaron a Santa Cruz de Tenerife. El gobernador general de las Canarias dio orden al capitán de la corbeta la Pizarro de hacer llevar a tierra los pliegos de la Corte para los gobernadores de las colonias, el dinero embarcado y la correspondencia particular. Después de una larga espera, el gobernador les dio permiso para bajar a tierra. En la capital de la isla emplearon parte de su tiempo en hacer las observaciones necesarias para determinar la longitud del muelle de Santa Cruz y la inclinación de la aguja imantada. El calor sofocante de las calles era insoportable. Santa Cruz les resultó a los viajeros una ciudad bastante linda, pero triste, con una población de 8.000 habitantes. Las casas eran de una blancura resplandeciente, la mayoría con azoteas y ventanas sin vidrieras. La ciudad estaba desnuda de vegetación. Humboldt consideró el puerto de Santa Cruz como un gran apeadero en el camino entre Europa, América y Oriente.
El capitán general les concede permiso para recorrer la isla y los naturalistas pernoctaron en la casa del coronel madrileño y segundo Jefe del Batallón de Infantería de Canarias, José Tomás de Armiaga y Navarro. No se cansaban de admirar los huertos de la casa del militar, cultivados al aire libre, donde abundaban bananeros, papayos y otras frutas, que hasta entonces sólo habían visto en los invernaderos de Europa.
Al capitán de la Pizarro se le había dado permiso para permanecer bastante tiempo en Tenerife a efecto de que Humboldt y Bonpland pudiesen subir al Teide. Aunque se les advirtió que no contaban con un plazo superior a cuatro o cinco días por el bloqueo de los navíos ingleses. Ante esta advertencia se apresuraron a trasladarse al Puerto de la Cruz, entonces Puerto de Orotava, donde se procuraron de guías para la excursión al volcán. La madrugada del 20 de junio los viajeros se pusieron en marcha por el estrecho y tortuoso camino que conducía a La Laguna. La auténtica armonía paisajística de la isla comenzaba una vez se abandonaba la ciudad portuaria, y se llegaba a La Laguna, la capital. Allí el viajero entraba en contacto con un paisaje completamente diferente. La Laguna estaba rodeada de huertos, dominada por una colina coronada de un bosque de laureles, arrayanes y madroños, y su clima proporcionaba una rica vegetación. De La Laguna se dirigieron a Tegueste y Tacoronte. Siguieron el camino a Puerto de Orotava pasando por los caseríos de La Matanza y La Victoria, toponimias que les recuerdan los cruentos enfrentamientos de la conquista de Tenerife, y que para Humboldt contrastaban desagradablemente con los sentimientos de paz y sosiego que estas comarcas respiraban a su paso.
Antes de llegar al Puerto de Orotava, los viajeros se detuvieron en El Durazno para visitar el Jardín Botánico, situado en la carretera entre la Villa de La Orotava y el Puerto de la Cruz. Éste había sido creado por Alonso de Nava y Grimón, VI marqués de Villanueva del Prado, por Real Orden de 17 de agosto de 1788, siendo rey Carlos III. Allí se encontraron con el vicecónsul francés Louis Le Gros, y fue para los naturalistas “un guía preciosísimo”, según palabras propias de Humboldt. El jardín era un muestrario completo de plantas de América y África. Llegaron muy tarde al Puerto de Orotava y pernoctaron en una de las casas de la familia Cólogan, la situada en la calle Quintana, casa del siglo XVIII donde se establecería en 1883 uno de los hoteles con mayor encanto de todo Tenerife: el hotel Marquesa.
Después de pasar la noche en la pequeña ciudad costera del valle, el 21 de junio por la mañana, en un día totalmente cubierto de espesas nubes, ponen rumbo a la cumbre del Teide, con Le Gros, Lalande, secretario del consulado francés en Santa Cruz de Tenerife, y el jardinero inglés del Jardín Botánico. Llegaron a la Villa de La Orotava, cruzan el empinado pueblo para tomar el camino de Chasna siguiendo la ruta de cuantos viajeros les precedieron. A pesar de que la ruta ascendente que conducía hasta el Teide se tornaba abrupta, los viajeros disfrutaban de una hermosa vista del mar y de toda la parte septentrional de Tenerife que se extendía a sus pies.
Durmieron los viajeros al pie del lomo Tieso en la Estancia de los Ingleses. Alumbrados con antorchas de pino comenzaron la ascensión del Teide. Llegaron al refugio de Alta Vista, la estación de los neveros, es decir, de los isleños que subían para buscar hielo y nieve para venderla en las ciudades cercanas. Sus mulas las dejaban en Alta Vista, y los neveros llevaban allí la nieve sobre sus hombros recogida en la Cueva del Hielo. La cueva se colmaba de hielo y nieve durante el invierno, y como los rayos del sol no penetraban más allá de la entrada, los calores del estío no eran suficientes para derretirla, estación que aprovechaban los neveros para comenzar a recogerla.
Alcanzada la pequeña llanura de La Rambleta, comienza el ascenso de su último tramo, el pilón o pan de azúcar. En la cima, a 3.718 metros de altitud, Humboldt y Bonpland, en medio de vapores sulfurosos y calientes saliendo de la muralla circular de la caldera, llenaron sus pulmones de felicidad. Allí, emocionados por el espectáculo, se sintieron dueños del mundo. El ascenso del cráter fue lento y tremendamente agotador. Los caminantes no podían dar un paso sin que sus pies se enterraran hasta la rodilla en la arena y la zahorra movediza. Pero el esfuerzo para alcanzar la cima valía la pena. Arriba analizaron los vapores acuosos, recogieron aire para analizarlo durante la travesía hacia América, midieron la temperatura, comprobaron su altitud y algunos otros experimentos.
Para Humboldt el viaje a la cumbre del volcán no es solamente interesante a causa del gran número de fenómenos que concurrían en sus investigaciones científicas, sino que lo es mucho más aún por las bellezas pintorescas que ofrecía a los que sienten vivamente la majestad de la naturaleza. Además, estaba el sublime espectáculo de “la sombra del Teide”. Antes del alba, con tiempo suficiente para cruzar el sulfuroso fondo del cráter, los viajeros, sentados en su borde, esperan emocionados la salida del sol, con la mirada fija y bajo un intenso frío. Allí contemplaban la mancha rojiza surgida en el amanecer, producida por el disco solar, que poco a poco iba haciendo su aparición, a la vez que una variedad de colores se proyectaba sobre la tenue nube que se extendía por el horizonte. Al mismo tiempo que el sol iluminaba el Teide, se proyectaba el espectro de su sombra en forma de triángulo perfecto sobre la zona oeste, encima de La Gomera.
El espectáculo esplendoroso compensaba todo el frío y sufrimientos que los excursionistas habían padecido.
Humboldt y Bonpland regresaron al Puerto de Orotava y llegaron en la tarde del día 23. Asistieron la víspera de San Juan a una fiesta campestre en el jardín de Sitio Litre. Entonces ese lugar era conocido como Little, por ser la casa de los hermanos comerciantes de origen escocés Archibald y James Little, aunque solamente el primero residía en la isla. Los hermanos Little se establecieron como socios en 1774, y además se unían con su tío John Pasley, residente en Santa Cruz desde muchos años antes, pero que tenía su principal casa comercial en Lisboa, y formaron a partir de entonces la empresa Pasley & Little. John Pasley contaba con un termómetro Réaumur, en uso desde 1730, y le facilitó a Humboldt los registros que había hecho de las temperaturas a diferentes altitudes en el Teide y en el Puerto de la Cruz.
Archibald llegó a ser un hombre muy rico y muy influyente en la isla. Era amigo del marqués de Villanueva del Prado y a él se dirigían gran número de viajeros con y sin cartas de recomendación. Dejó las islas en 1803, y la casa la compró Hans Molling, un holandés que había venido al Puerto de la Cruz por problemas de salud. Después, en 1841, la residencia la adquirió Charles Smith a Andrés Goodall, apoderado sustituto de los propietarios herederos. Finalmente fue propiedad de John Lucas.
En la tarde del 25 de junio de 1799 zarpó la Pizarro de Santa Cruz para tierras hispanoamericanas, con gran pena de Humboldt. Soplaba una fuerte ventolina del noreste y la corbeta perdió pronto de vista las Islas Canarias, cuyas elevadas montañas estaban cubiertas por las nubes. Sólo el Teide aparecía, alguna que otra vez, cuando aclaraba. Sin duda porque el viento que había en las altas regiones del aire dispersaba a intervalos las nubes que envolvían el pilón.
Para completar su estudio sobre la isla Humboldt recurrió a los trabajos de los más reputados científicos como Charles Borda, Augusto Broussonet y Leopold von Buch. De Borda (1733-1799), uno de los más destacados matemáticos y marinos franceses, cuyos trabajos de física, astronomía y construcción naval eran conocidos en toda Europa, tomó amplia nota de su interesante diario Carte particulière des iles Canaries, d’aprés les observations de la Boussole et de l’Espiègle, que data de 1776, conservado en el Depósito de la Marina. Indispensable para conocer la altura exacta del Teide y para establecer las longitudes y las latitudes de Canarias. Del botánico francés Auguste Broussonnet (17611807), cónsul de Francia en Canarias, amigo del naturalista y botánico británico Joseph Banks (1723-1820), quien le prestó 1.000 luises, después de su huida de Francia como girondino, y que pasó a Marruecos como médico del embajador de los EE.UU.,. Humboldt tomó buena nota de su trabajo Flore des Canaries y de ensayos sobre la flora marroquí.
De su amigo Buch esperó con ansiedad sus laboriosas investigaciones sobre Tenerife y las otras islas y después de charlar con él y ver el cuadro físico del pico de Teide en su Atlas géographique no vaciló en sustituir las nociones que Broussonet le había proporcionado por las de su colega. Éste distinguía la primera región hasta los 390 m de altitud; la segunda la región de las parras y los cereales, entre los 390 y 838 m; la tercera, la región de los laureles desde los 838 a 1.325 m; la cuarta, la región de los pinos, desde 1.325 a 1.910 m; y la quinta la región de las retamas, desde 1.910 a 3.371,50 m. Además, a través de Buch supo que la retama solamente se encuentra en Tenerife.
Humboldt es el primero que realiza un estudio exhaustivo de Las Cañadas y del
Teide. Analiza, mide, pesa y clasifica todas las plantas, piedras, minerales lavas
basálticas y vítreas del lugar, prestando especial atención a la piedra pómez y la
obsidiana, de la cual distingue tres variedades, constatando su dilatación y pérdida de
peso cuando se somete a la acción del calor. Mide la altura del Teide y, después de hacer un análisis minucioso de las alturas realizadas por los diferentes viajeros y
naturalistas, apoya sin fisuras la de Charles Borda de 1776.
Para Humboldt el Teide forma una masa piramidal como el Etna, el Tungurahua y el Popocatepetl. No es nada común esta característica para todos los volcanes, afirma el naturalista alemán. Los observó en el hemisferio austral, ya que en lugar de exhibir la forma de un cono o de una campana invertida, están alargados en algún sentido con su espalda unas veces unida y otras rematadas por pequeñas puntas de roca. Esta estructura es particular, según Humboldt, al Antisana y al Pichincha, dos volcanes activos de la provincia de Quito, y la ausencia de la forma cónica nunca deberá ser considerada como una razón que excluye el origen volcánico. Humboldt desarrolló en su obra algunas de las relaciones entre la fisonomía de los volcanes y la antigüedad de sus rocas. Para él, las cimas más recientes son las que ahora erupcionan con violencia, los llama “picos erguidos” de forma cónica y que los montes de “espalda alargada” y coronados de pequeñas masas pétreas son volcanes antiquísimos y próximos a apagarse. “Las formaciones redondeadas en forma de cúpulas o de campanas invertidas anuncian la existencia de esos pórfidos problemáticos que se supone han sido calentados en el mismo lugar por vapores que los atraviesan y levantados en un estado aún fundido, sin jamás haber corrido como verdaderas lavas litoides”. Al primero de estos tipos, según Humboldt, pertenecen el Teide, el Cotopaxi y el Orizaba en México; el segundo grupo es aplicable al Cargueítazo y al Pichincha en la provincia de Quito, al volcán de Puracé cerca de Popayán y quizá también al Hekla en Islandia; el tercero y último de estos tipos se encuentra en la majestuosa forma del Chimborazo y al lado de ese coloso una colina de Europa, en el Grand-Sarcouy de Auvernia.
El Teide fue el primer volcán activo que visitó de una serie de volcanes europeos y americanos que ayudarían a Humboldt a despejar uno de los dilemas más controvertidos entre los vulcanólogos de aquellos años: el origen de las piedras basálticas. Con Humboldt se inician las bases científicas de la moderna interpretación de la evolución geológica a lo largo del planeta basadas en las teorías de James Hutton. La tarea la continuarían destacados vulcanólogos como von Buch, Scrope, Lyell, de Beaumont, Recupero, Fouqué, Sainte-Claire Dedillo, Sartorius y muchos otros. Algunos de ellos llegaron a visitar las islas, y sus planteamientos revolucionarios en el estudio de los volcanes, junto al de otros naturalistas que abandonaron también el neptunismo, dieron paso a una nueva ciencia: la vulcanología.
Las observaciones de Broussonet le sirvieron a Humboldt para diseñar la distribución geográfica de los vegetales, aunque luego sería corregido por indicación de Buch, y dividieron el archipiélago de las Canarias en dos grupos de islas: el primero comprende a Lanzarote y Fuerteventura, y el segundo a Tenerife, Gran Canaria, La Gomera, El Hierro y La Palma. El aspecto de la vegetación difiere sustancialmente entre estos dos grupos. Las islas orientales, Lanzarote y Fuerteventura, tienen grandes llanuras y muy pocos montes elevados, razón por la que carecen de manantiales y se asemejan a los terrenos cercanos del continente africano. Los vientos soplan en ellas en igual dirección y en la misma época; la Euphorbia mauritánica, la Atropa frutescens y los Sonchus arborescentes vegetan ahí sobre arenas movedizas, y sirven, como en África, para sustento de los camellos. Por el contrario, el grupo occidental de las Canarias presenta un terreno más elevado, más arbolado y más regado por la abundancia de agua.
Hizo una distribución geográfica de la vegetación de las islas occidentales en cinco zonas, tomando como referencia la isla de Tenerife –atendiendo fundamentalmente a la inmensa inclinación del valle de La Orotava, única área que recorrió–.
La primera, la de las viñas, es la más habitada y la única cuyo suelo está cultivado con esmero. Se extiende desde la ribera del mar hasta 200 o 300 toesas de altura (389,8 y 584,7 metros); ofrece a la vez entre sus producciones vegetales ocho especies de euforbias arborescentes, Mesembryanthemurn, que se hallan multiplicadas desde el cabo de Buena Esperanza hasta el Peloponeso. La Cacalia kleinnia, el drago y otras plantas que, por sus troncos desnudos y tortuosos, por sus hojas suculentas y su coloración verde azulada, presentan los rasgos distintivos de la vegetación de África. En esta zona es donde se cultiva la datilera, el bananero, la caña de azúcar, la higuera de la India, el Arum colocasia, cuya raíz provee al pueblo llano de una fécula alimenticia, el olivo, los árboles frutales de Europa, y los cereales.
La segunda zona, la de los laureles, comprende la parte arbolada de Tenerife; es también la región de las fuentes, y se reconocen cuatro especies de laureles, una encina afín del Quercus turnen de las montañas del Tíbet, la Visnea mocanera, la Myrica faya de las Azores, un olivo indígena (Olea excelsa) que es el árbol más alto de esta zona, dos especies de Sideroxylon, cuyo follaje es de rara belleza, el Arbutus callycarpa, y otros árboles siempre verdes de la familia de los mirtos. También destaca Humboldt las plantaciones de castaños.
La tercera zona comienza a partir de los 900 toesas (1.754 m) de altura, donde aparecen los últimos grupos de madroños, de una anchura de 400 toesas (779,6 m), está completamente ocupada por una vasta selva de pinos que, según el suizo Augustin P. de Candolle, este tipo de pino es muy distinto del Pinus atlantica de los montes cercanos de Mogador y del de Alepo, que pertenece a la cuenca del Mediterráneo.
La cuarta zona y la quinta, son las regiones de la retama y las gramíneas, donde abundan la piedra pómez, la obsidiana y las lavas fracturadas.
Según Humboldt, Tenerife puede ser considerada como una selva de laureles, madroños y pinos, de la que los hombres han desmontado apenas el linde, y en medio de la cual está contenido un terreno pelado y rocoso tan impropio para el cultivo como para el apacentar el ganado.
La influencia del clima en el origen de la exuberante vegetación y riqueza natural de las Canarias fueron unas apreciaciones muy comunes entre los viajeros. En 1801 el naturalista francés Jean-Baptiste Bory de Saint-Vincent no dudó en afirmar que la suavidad de la temperatura reinante en el valle de La Orotava permitía la fertilidad y el cultivo del suelo incluso en los alrededores. Característica del paisaje agrario de La Laguna era el gran número de molinos de viento como consecuencia del abundante cultivo del trigo en esta zona. También destacó el gran número de ermitas que rodeaban la ciudad de La Laguna, para él sombreadas por los árboles siempre verdes y situados en pequeñas lomas. Las ermitas daban un efecto pintoresco al paisaje, y como bien señala, no era exclusivo de esta zona, sino que se encontraban en todas partes.
Humboldt, cuando contempló la extensa y variada belleza del norte de Tenerife, confesó no haber visto en ninguna parte, un cuadro más variado, más atrayente, más armonioso, por la distribución de las masas de vegetación y de rocas. La costa del mar estaba adornada de palmeras, y algo más arriba grupos de plataneras contrastaban con dragos. Los collados estaban plantados de viñedos. Sobresalían también naranjos cargados de flores; y mirtos y cipreses bordeaban las ermitas que se levantaban sobre las colinas solitarias; una de las características del paisaje canario. Por todos lados las fincas estaban separadas por setos de agaves y por tuneras silvestres. Una enorme cantidad de plantas criptógamas, helechos sobre todo, tapizaba las paredes humedecidas por pequeños manantiales de un agua transparente. La costa estaba cultivada como un jardín.
Este paisaje se extendía desde Tegueste y Tacoronte hasta la villa de San Juan de la Rambla, que en el siglo XVIII era célebre por su excelente vino de malvasía, y era infinitamente más bella a causa de la proximidad del Teide, que a cada paso ofrecía al alemán nuevos puntos de vista. A pesar de la admiración que sentía por las montañas, lamentó ver “un cráter colocado en el centro de una zona tan fértil y bien cultivada, porque la historia del planeta enseña que los volcanes destruyen lo que han tardado siglos los hombres en construir”. “Tal vez ciertos islotes que hoy no son más que montones de escorias y de cenizas volcánicas –comenta Humboldt– antaño fueron tan fértiles como los collados de Tacoronte y El Sauzal”.
Cuando el 25 de junio de 1799 zarpó el Pizarro para tierras hispanoamericanas, con gran pena de Humboldt, le envía una carta a su hermano Wilhelm desde Tenerife.
Querido Wilhelm
23 de junio [1799] por la tarde.
“¡Regresé del Pico ayer, en la noche! ¡Qué espectáculo! ¡Qué gozo! Fuimos hasta el fondo del cráter; posiblemente más lejos que cualquier otro naturalista. Finalmente, fuera de Borda y de Mason, todos los demás han ido sólo hasta el último cono. No hay mucho peligro, pero uno se fatiga por el calor y el frío; en el cráter los vapores de azufre hirviendo agujereaban nuestra ropa y las manos se agarrotaban a 2º Réaumur. ¡Dios! qué sensación a esta altura
(12.000 pies); sobre nosotros, la bóveda del cielo azul intenso; viejas corrientes de lava al pie; todo lo alrededor de esta escena de desolación (3 millas cuadradas de piedra pómez) está rodeada de bosques de laureles; abajo, a lo lejos, los viñedos entre los cuales ramilletes de plátanos se extienden hasta el mar, lindos pueblitos sobre la costa, el mar y todas las siete islas, entre las cuales La Palma y Gran Canaria poseen volcanes muy altos, que aparecían por debajo de nosotros, como en un mapa geográfico. El cráter en el cual estábamos no exhala más que vapores sulfurosos. La tierra está a 70º Réaumur. De las laderas sale la lava. También se encuentran los pequeños cráteres como los que iluminaron toda la isla, hace muchos años. Se oyó en esa época, durante dos meses, un ruido de descargas de artillería subterránea y piedras del tamaño de una mano fueron lanzadas por el aire hasta 4.000 pies.
He hecho aquí observaciones mineralógicas muy importantes. El Pico es una montaña de basalto, sobre la cual reposan pizarras porfídicas y de pórfido-obsidiana. En su interior se embravecen el fuego y el agua. Por todas partes he visto hacer erupción de vapores de agua. Casi todas las lavas son de basalto fundido. La piedra pómez está producida de pórfido-obsidiana; poseo fragmentos que están compuestos a medias por dichos elementos.
Hemos pasado una noche al aire libre ante el cráter, bajo la piedra que llaman la Estancia de los Ingleses, al pie de una corriente de lava. Hacia las dos de la mañana nos pusimos en camino hasta el último cono. El cielo estaba completamente estrellado y la noche brillaba con un suave resplandor; pero este hermoso tiempo no debía persistir para nosotros. La tempestad comenzó a rugir violentamente alrededor de la cima, debimos agarrarnos fuertemente a la corona del cráter. El aire ululaba con un ruido de trueno en las gargantas, y un envoltorio de nubes nos aislaba del mundo viviente. Bajamos por el cono, aislados por los vapores como un barco en el mar. Esta rápida transición de un bello y puro claro de luna a las tinieblas y a la soledad de las nubes causaba una impresión emocionante.
Post-scriptum. Existe en la ciudad de La Orotava un drago (Dracaena draco) que tiene 45 pies de circunferencia. En la época de los guanches, hace 400 años, ya era tan grueso como ahora.
Me voy casi en lágrimas; me hubiera gustado establecerme aquí; y apenas acabo de dejar la tierra de Europa. ¡Si tú pudieras ver esos campos, esos seculares bosques de laureles, esos viñedos, esas rosas! ¡Aquí se engordan los cerdos con duraznos!. Todas las calles hormiguean de camellos”
Izaremos anclas el 25 de este mismo mes.
La corta estancia del alemán en Tenerife durante el viaje a bordo de la fragata Pizarro acompañado del botánico francés Aimé Bonpland para explorar gran parte del territorio de la América del Sur y Central fue trascendental para Canarias. En primer lugar, Humbolt eleva al Teide al mayor pedestal al compararlo con las montañas y volcanes más altos hasta entonces sobresalientes entre los viajeros y naturalistas dieciochescos. En segundo lugar, porque fue el único viajero utilizado en la isla como escaparate con fines turísticos a lo largo de la siguiente centuria. En tercer y último lugar, porque su ascensión al Teide, la teoría de la geografía de la vegetación y la exploración del famoso drago milenario de la casa Franchy en La Orotava, proyecta la curiosidad no solamente científica sino también “turística” de esta parte de las Canarias.