Revista Canarii, 7 de diciembre de 2007.
Una de las razones por las cuales se desarrolló el turismo en las Canarias fue la salud. A partir de la década de los ochenta del siglo XIX miles de enfermos empezaron a frecuentar las islas de Tenerife y Gran Canaria para curar o aliviar enfermedades de tipo reumáticas, cutáneas, pero sobre todo respiratorias, entre las que destacaba la tuberculosis. Entonces se agrupaban con el morfema inglés invalids. Eran los años que las propiedades beneficiosas del agua y la brisa marinas se habían generalizado y que se recomendaba la terapia a base de los baños en las aguas del mar, por ello la existencia de un litoral para su práctica fue primordial. Se unía el cielo abierto y claro de las islas.
Ahora bien, si consideramos los viajes como los antecedentes del turismo, entonces el turismo en Canarias existe desde hace siglos. En efecto, algunos de los más distinguidos viajeros románticos y naturalistas van a incluir las Canarias entre sus lugares de preferencia, sobre todo Tenerife, entre otras razones por encontrarse la famosa montaña del Teide. Figuras internacionales como William Dampier, Nicolás Baudin, James Cook, el conde de La Pérouse, George Vancouver, William Bligh o Alexander von Humboldt siguen siendo hoy puntos de referencia a la hora de asociar Canarias con su imagen turística. Serán estos y otros viajeros los que impulsaron la fama del Teide y en definitiva constituyen un corpus de visitantes extranjeros cuyo legado será el de constituir las bases del turismo en el archipiélago. Incluso, las ventajas terapéuticas de las islas ya fueron puestas de relieve por un buen número de viajeros en el siglo XVIII. El primero que las señaló fue William Anderson, médico y naturalista a bordo del Resolution, la fragata del tercer viaje de James Cook. Este prestigioso cirujano padecía tuberculosis y murió a bordo el 3 de agosto de 1778 a consecuencia de ella. Durante su visita a Tenerife escribió que el aire y el clima son notablemente sanos y particularmente apropiados para prestar alivio a enfermedades tales como la tuberculosis y aconseja a los médicos que envíen a sus pacientes a Tenerife por la uniformidad de su temperatura y la benignidad de su clima, en lugar de enviarlos a Europa, sobre todo a las rivieras francesa e italiana, puestas de moda en el Grand Tour. Casi una década después, lo hizo el médico John White, uno de los capitanes de la First Fleet, el escuadrón que bajo el capitán Arthur Phillip partió el 13 de mayo de 1787 con el primer grupo de hombres (700 convictos) hacia Botany Bay. White puso de manifiesto las cualidades del clima de Tenerife para el beneficio de la salud de los invalids y comentó que el clima de Tenerife es agradable y sano. No conozco ninguno mejor para la convalecencia de los enfermos. A esto hay que añadir, que los que quieran vivir aquí pueden elegir la temperatura que más le guste por el carácter montañoso de la isla.
A los viajeros dieciochescos foráneos (naturalistas y exploradores), cuyo número fue elevado, podríamos llamarlo turismo temprano o proto-turismo en la medida en que decidieron parar en las islas mientras se dirigían en sus rutas expedicionarias, sobre todo en Tenerife, para realizar la tan deseada excursión al Teide, y por añadidura explorar la naturaleza insular, expresión de la mentalidad del hombre de la Ilustración y de la ilusión del hombre romántico. Ellos son los que forman el núcleo del turismo moderno en las islas porque se reencuentran con la atractiva y variada naturaleza insular y porque resaltaron la benignidad del clima de las islas para la cura de los aquejados de afecciones pulmonares y otras patologías, dos de las características del archipiélago que aún hoy constituyen los reclamos turísticos de Canarias.
Si bien eso sucedía por mar, desde los siglos XVII y XVIII los ingleses habían establecido una colonia comercial, sobre todo, en nuestros puertos (Puerto de la Cruz, Garachico, Santa Cruz de Tenerife, Santa Cruz de La Palma y Las Palmas de Gran Canaria) cuyos contactos con los isleños favorecieron el conocimiento de las bonanzas climáticas y del carácter del canario; los colonos ingleses establecidos a partir del siglo XVII y los irlandeses en el siglo XVIII, así como los viajeros en general, proporcionaron numerosos testimonios sobre la historia, leyendas, y demás manifestaciones culturales y destacaron lo obediente, modesto, hospitalario y servicial carácter del isleño.
Así pues, la imagen idílica del archipiélago, de las llamadas Islas Afortunadas tan renombradas desde los tiempos antiguos por su belleza y salubridad, va al despertar el interés para ser visitadas desde esas tempranas décadas.
Las sucesivas guerras en Europa obligaron a los que hacían turismo a refugiarse en las islas del atlántico, primero en Madeira y después en Canarias. En la medida en que se trataba de un turismo terapéutico eran los propios doctores los encargados de asesorarse de las condiciones climáticas de los lugares para la convalecencia. Es el momento en que tres médicos británicos, James Clark, William White Cooper y William Robert Wilde, escribieron sobre las características climatoterapéuticas de Tenerife en las primeras décadas del siglo XIX. Se puede afirmar que estos tres doctores (sólo los dos últimos viajaron a las islas) descubrieron los recursos medioambientales y climáticos de Canarias, particularmente Tenerife. Sin embargo, a William Robert Wilde el espacio geográfico del valle de La Orotava le sugiere no sólo un excepcional clima sino también un marco natural muy poco común por el encanto del paisaje y la extrema belleza del lugar; de paisaje sublime lo consideró al contemplarlo el 11 de noviembre de 1837. En 1859 el político conservador francés Gabriel Belcastel apostó decididamente por el pueblo norteño de Tenerife, el Puerto de la Cruz, como lugar idóneo para establecer un health resort (morfema inglés que podemos traducirlo por centro médico-turístico). Y va a ser aquí precisamente donde comience el turismo en las Islas Canarias. Un turismo que mayoritariamente era británico.
Además de las cualidades climáticas y medioambientales de las islas, el desarrollo del turismo se produjo en un momento histórico concreto donde confluyeron varias causas. Entre ellas destacaría el desarrollo de las comunicaciones marítimas con las islas y la costa occidental de África, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, y las nuevas comodidades y lujosas decoraciones en los vapores, unido a la mejora de nuestros puertos. Por su parte, la instalación del cable telegráfico en 1883 facilitó la comunicación con el exterior y el aumento de las comunicaciones marítimas, lo que acercaba más las islas con el continente europeo en unos momentos en que se pensaba en las posibilidades de la explotación del turismo con un claro fin económico.
Destacaría también la entrada de la economía canaria en los emporios comerciales extranjeros, especialmente británicos. Desde las primeras décadas del siglo XIX ya estaban operando en las transacciones comerciales isleñas británicos como James Swanston, Robert Houghton, Thomas Miller y otros en Las Palmas de Gran Canaria; y Gilbert Stuart Bruce, Lewis Gellie Hamilton, William Davidson entre otros, en Santa Cruz de Tenerife; y a finales del siglo aparecieron hombres de negocios como Henry Wolfson Ossipoff, Richard Ridpath Blandy, Edward Fyffe, Alfred L. Jones, Cecil Barker, Richard J. Yeoward, William Harris, Edward Beanes, entre otros. Muchos de ellos participaron en la formación de compañías con el firme propósito de ejercer la actividad empresarial en Canarias, respondiendo a las necesidades de mercado de ultramar de la economía imperial británica, y en la actividad hotelera a través de las primeras compañías turísticas formadas expresamente para poner en marcha el sector.
Por su parte, el intercambio comercial propiciado por las compañías británicas establecidas en nuestros puertos mayores hizo posible que los víveres ingleses se encontraran con facilidad en las tiendas locales, permitiendo que los visitantes pudieran seguir con la dieta de su propia gastronomía. Por otro lado, no debemos minimizar el bajo nivel de vida en Canarias con respecto al británico, lo que se traducía en los bajos precios de las viviendas alquiladas con fines turísticos, siempre muy inferiores a los de los resorts de moda en Europa (Francia, Italia, Alemania y Suiza), incluso algo más barato que en Madeira, cuyo turismo imitó en sus comienzos.
De todas maneras, el turismo era a finales del siglo XIX una forma de vida practicada por las clases altas, por la buena sociedad, que disponía de dinero y suficiente tiempo libre. En toda Europa nacía los health resorts los sea resorts y los holidays resorts, aunque a estos dos últimos también eran visitado por la pequeña burguesía. Pero los extranjeros que visitaban el archipiélago no eran de la pequeña burguesía ni comerciantes y expedicionarios propios de décadas pasadas, sino burgueses rentistas que se trasladaban entre los meses de octubre a mayo por razones de salud y a continuación por razones de ocio.
Bajo estas favorables condiciones el inicio del turismo moderno en Canarias comenzó en el Puerto de la Cruz en 1886 con la formación de la Compañía de Hoteles y Sanatorium del Valle de La Orotava, responsable de establecer el primer hotel sanatorio de Canarias. Su inauguración oficial se realizaró el 12 de septiembre de 1886. Se conocía como el Sanatorium, aunque también se le dominaba Orotava Grand Hotel. El turista enfermo, el invalid, respiraba un ambiente oxigenado, libre de contaminación y contaba con una ventilación natural y sana. Estaba en medio de una armoniosa vegetación y densa arboleda, no lejos de la playa de arena negra de Martiánez, a la cual se podía ir andando. El rincón formaba un espectacular balcón frente al Atlántico. La toma de aire puro, el descanso, el paseo y la excursión caracterizaban la estancia del turista por razones de salud. Nacía así el turismo en Canarias como tal.
Años después se formaron en 1888 la Taoro, Compañía de Construcción y Explotación de Hoteles y Villas del Valle de La Orotava, responsable de la construcción del hotel Taoro en el Puerto de la Cruz y la Grand Canary Company, responsable de la construcción del hotel Santa Catalina en Las Palmas de Gran Canaria
A estos nuevos hoteles ya no solamente asistía el turismo terapéutico, sino también el turismo social propio de la burguesía rentista y ociosa, aunque poco a poco el turismo terapéutico dejaría de jugar un papel relevante. Los adelantos de la medicina y el desarrollo de la farmacopea lo hirieron seriamente y ya desde finales del siglo XIX se estaba dando pasos importantes en su desaparición. El juego al tenis y otros deportes, a las cartas, los bailes, además de las prácticas del turismo terapéutico, caracterizan el turismo de ocio.
La aparición de los hoteles Taoro y Santa Catalina obligó al resto de los empresarios a mejorar la oferta de hospedaje para poder competir con cierto grado de posibilidades de captar cuotas de mercado. Así, entre la última década del siglo XIX y la primera del siguiente, Canarias va a ser testigo de la aparición de una oferta hotelera de calidad. Son ejemplos el hotel Metropole, instalado por Alfred L. Jones de la Elder Dempter and Co., el hotel Santa Brigida construido por el británico Alarico Delmar, entre otros en Las Palmas de Gran Canaria y los hoteles Pino de Oro, Quisisana, construido por otro británico, Henry Wolfson, el Battenberg, el Camacho en Tacoronte, en Santa Cruz de Tenerife.
En estas décadas las islas las recorrieron muchos viajeros que dejaron numerosos testimonios y noticas escritas a través de sus diarios o notas a sus compatriotas. Todos transmitían la nueva imagen de las islas con sus encantadores hoteles y bellos paisajes. Tuvo gran éxito la obra de Alfred Samler Brown, que más que un libro de viaje fue una guía turística. Era una exhaustiva descripción de cada una de las islas y un compendio de información práctica para el uso de los invalids y de los turistas. A los primeros le proporciona una gran información sobre las condiciones de los posibles lugares donde podrían residir, a la vez que hace un llamamiento a los médicos para que realizaran un cuidadoso estudio de la naturaleza de cada uno de los diferentes pueblos antes de enviar a sus pacientes; a los segundos, a través de mapas y valiosa información, les señala la mejor manera de visitar las islas. Para cumplir tal propósito no solamente se detendrá a describir los lugares más importantes de las islas, sino que las recorrió hasta alcanzar los puntos más alejados de cada una de ellas. En este sentido el mérito del trabajo de Brown es acercarnos a la realidad de unos pueblos totalmente distantes y muy pocos frecuentados incluso por los isleños.
Desde tierra fue importante el apoyo de la colonia británica al fomento del turismo entre sus compatriotas. Constituía un nexo de unión entre los visitantes y el lugar.
No obstante, a pesar del aumento del número de turistas, nunca fue lo suficientemente importante como estaba sucediendo en Europa. En efecto, mientras que en alrededor 1895 Canarias recibió unos 5.000 visitantes, en su mayoría británicos, a Italia viajaron 90.000 y solamente a Niza en el año 1890 viajaron 100.000 extranjeros, de los cuales muchos eran británicos. El hotel Taoro esperaba recibir 2.500 huéspedes por temporada, sin embargo el máximo alcanzado fue de 1.200 en la temporada 1900-1901.
Varias fueron las causas que obstaculizaron el desarrollo del turismo insular en sus inicios. Una de ellas fue la ausencia de líneas navieras directas. Los puertos de las islas mayores eran frecuentados por un gran número de líneas marítimas, pero estas conexiones no eran como consecuencia del establecimiento de unas comunicaciones directas con los principales centros portuarios europeos, y particularmente británicos, sino que eran puertos de escala de las compañías que efectuaban sus rutas hacia el Oriente, América y Oceanía. Solamente en los comienzos del presente siglo, hubo algunas líneas que establecieron rutas directas como consecuencia del desarrollo de la explotación del plátano, siendo la Yeoward Line la más destacada.
Otra fue la falta de tour operators, pues las compañías marítimas no operaban como agencias de viajes, como funcionan hoy en día, que ofrecen un paquete combinado de transporte y alojamiento, sino que se limitaban a la venta de billetes para transportar pasajeros; solamente se encargaban del transporte de viajeros, pero en absoluto proporcionaban alojamiento en las islas.
Desde la perspectiva del turismo en Canarias, dos son los aspectos que destacan en las primeras décadas del siglo XX. En primer lugar comienza a hacer acto de presencia el turismo alemán, en contraposición al siglo XIX, que era casi exclusivamente británico. Contribuyó decididamente el empuje hotelero germano en las islas, sobre todo en Tenerife. El hotel Taoro fue adquirido por la Kurhaus Betriebs Gesellschaft en 1905; los hoteles Aguere, Martiánez y Quisisana estaban regentados por Khristian Trenkel; el hotel Monopol por J.M. Knörnschild; el hotel Ciprés por Adolf Stiehle, etc. En segundo lugar, la creciente importancia social y económica del sector turístico ocupa la atención de la administración. Bajo el gobierno liberal de Montero Ríos se formó en 1905 la Comisión Nacional para el Fomento del Turismo con la clara intención de atraer a extranjeros como una nueva forma de ingresos económicos. Al amparo de esta iniciativa estatal en 1907 se fundó en Tenerife el Centro de Propaganda y Fomento del Turismo y en 1910 la Sociedad de Propaganda y Fomento del Turismo de Gran Canaria. Destaca también el Comité de Turismo del Valle de La Orotava, formado en el Puerto de la Cruz el 29 de enero de 1912. Años después se formó la Junta Insular de Turismo. Se hacen esfuerzos por difundir la imagen turística de las islas por Europa.
El largo período que va desde la Primera Guerra Mundial (1914-18), el periodo de entreguerras, la Guerra Civil de España (1936-39) y la II Guerra Mundial (1939-45) supuso la interrucción definitiva del turismo extranjero. De los difíciles años cuarenta poco se puede resaltar en el panorama turístico canario. Probablemente el protagonismo lo capitalizó la construcción del hotel Mencey en Santa Cruz de Tenerife y la reapertura del hotel Santa Catalina en Las Palmas de Gran Canaria, costeados por el Mando Económico, 1950 y 1952, respectivamente. Sin embargo, a partir de los años sesenta del siglo pasado, el desarrollo del turismo posee unas características muy diferentes: el turismo de masas. Este modelo turístico ya no está protagonizado por un turismo de elite como el de décadas anteriores, sino por amplias capas de la clase media de la Europa Occidental como consecuencia de la recuperación económica y la prosperidad de los años sesenta y setenta, y que aún pervive, con ciertas variantes, en Canarias.
Bibliografía
Brown, Alfred S. Madeira, the Canary Islands and Açores. A Practical and Complete Guide for the Use of Invalids and Tourists . Simkin, Mrashall, Hamilton, Kent & Co. London (existe una traducción al español de Isabel Pascua Febles y Sonia C. Bravo Utrera de la edición de 1913 publicada por el Cabildo de Las Palmas de Gran Canaria).
González Lemus, Nicolás. Del Hotel Martiánez al Hotel Taoro. Historia de la primera empresa turística de Canarias. Búho Ed. Puerto de la Cruz. 2002.
Guimerá Ravina, Agustín. El Taoro. Puerto de la Cruz. 1990.
Hernández Gutiérrez, A. Sebastián. La Edad de Oro. Idea. 1996.
Herrera Piqué, Alfredo. Pasión y aventura de la Ciencia de las Luces. 2 vols. Cabildo Insular de Gran Canaria. 2006.
Nicolás González Lemus
(Historiador y profesor de la Escuela Universitaria Iriarte (adscrita a la Universidad de La Laguna)