Editorial Excmo. Ayuntamiento de La Orotava
ISBN: 978-84-935353-6-0
Depósito Legal: S-1211-2008
Impreso en España / Printed in Spain

 

ÍNDICE

  • Ernst Haeckel, el “Darwin alemán”
  • Viaje a Tenerife
  • Una ascensión al Pico de Tenerife
  • Bibliografía

 

Ernst Haeckel, el “Darwin alemán”

 

Cuando descubrí a través del de la lectura del espléndido trabajo de Wolfredo Wildpret de la Torre[1] que Ernst Haeckel había visitado Canarias, me llamó enormemente la atención el personaje por su relación estrecha con Charles Darwin, uno de los biografiados en mí trabajo publicado en 1998,[2] y anteriormente por ser un admirador de la teoría de la evolución cuando se enfrenté a ella por primera vez en la asignatura de la Historia de la Ciencia en la Facultad de Filosofía y Letras. Por ello, en mis visitas a la Österreichische NationalBibliothek de Viena, NationalBibliothek de Munich, la Universidad Humboldt y Staatsbibliothek en Berlín y la British Library de Londres para averiguar los posibles textos de viajeros de habla alemana y que luego se vería publicado con el título de Viajeros, naturalistas y escritores de habla alemana en Canarias, (100 años de historia, 1815-1915), por la editorial isleña Baile al Sol, me interesé muy particularmente por Ernst Haeckel, hasta encontrar sus textos “Von Teneriffa bis zum Sinai” in Reiseskizzen (Leipzig, 1923) y “Eine Besteigung des Pik von Teneriffa” en Zeitschrift für allgemeine Erdkunde. Tomo V, 1870. Éste último había sido traducido por Juan Carandell a propósito del Congreso Geológico a celebrar en Madrid en 1926 con el título Una ascensión al Pico de Tenerife, y publicado en la Revista de Segunda Enseñanza, y que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Mi acercamiento a la contradictoria personalidad del naturalista alemán me incitó a escribir este pequeño ensayo y a su vez, por las dificultades de encontrar Una ascensión al Pico de Tenerife por estar fuera de circulación y la traducción realizarse en un español en desuso, me animaron a emprender el rescate de este curioso e interesante viaje a Tenerife de uno de los más importantes viajeros alemanes.

Ernst Haeckel fue un gran admirador, defensor y divulgador de las teorías de la naturaleza de Goethe y la teoría evolucionista de Jean Baptiste de Lamark y Chales Darwin –aunque al final se distanció de este último-, y destacó por sus doctrinas sobre la unidad del Universo y la teoría de la evolución de los seres vivos. En los años posteriores a la publicación de El origen de las espacies, el campo de batalla del darwinismo fue Alemania,[3] y Haeckel difundió a partir de la década de 1860 el “darwinismo” en todos los centros académicos e instituciones culturales de Alemania, razón por la cual se le llamaba el “Darwin alemán”.

Luchó contra los dogmas eclesiásticos y las generalizaciones teoréticas le llevaron a disputas fuertes, tanto con sus contrincantes ideológicos como con los científicos especializados, y utilizó la teoría darwinista de la evolución como ariete contra el atrincherado idealismo metafísico de la biología alemana, que mantenía la existencia de una inmutabilidad y arquetipos predeterminados de la naturaleza.[4] Con Haeckel y los biólogos, naturalistas y científicos germanos el darwinismo encontró apoyo en Alemania. A partir de entonces se comenzó a hablar de los orígenes de los seres vivos, de su complejidad y morfología en lugar de hablarse de la intervención de un “Divino Creador” como recurso para explicar la naturaleza humana, animal y vegetal.

En un artículo publicado en la Enciclopedia Libre Universal se dice que “Haeckel propugnaba también que las razas «primitivas» estaban en su infancia y precisaban la supervisión y protección de sociedades más maduras, de lo que extrapoló una nueva filosofía, que denominó monismo. Sus obras sirvieron de referente y justificación científica para el racismo, nacionalismo y social darwinismo y estuvieron en la base de las teorías racistas del nazismo”.

En efecto, siguiendo la recomendación de Charles Lyell en su Antiquity of Man, que señalaba la existencia de unos «simios antropomorfos» que vivían al este de la India, en las islas de Borneo y Sumatra, así como en el África tropical, invitaba a los naturalistas a explorar ambos lugares para hallar el eslabón perdido de la evolución humana, Haeckel no le costó demasiado elegir Asia en vez de África como cuna de la humanidad. En su The History of Creation, planteó un árbol genealógico que representaba la evolución de la vida, desde los organismos unicelulares hasta el escalón más reciente, el hombre. En la explicación de Haeckel, la especie humana ocupaba el vigésimo segundo nivel después del gorila, el orangután, el gibón y el chimpancé. Sin embargo estaba bastante seguro de que todavía le faltaba un escalón intermedio. Los monos no hablaban y los humanos sí.[5] Entonces Haeckel formuló la hipótesis de que esa forma de transición, intermedia entre los simios y los humanos, evolucionó en un continente perdido situado frente a las costas del sur de Asia. Basándose en la mitología aria antigua, Haeckel planteó la posibilidad de que los descendientes que evolucionaron a partir de esta criatura -al principio unos homínidos que caminaban erectos y eran parecidos a los simios (a los que llamó Pithecanthropus), y posteriormente auténticos humanos parlantes- se extendieron por Asia y penetraron en Europa, donde una rama se desarrolló hasta convertirse en la raza germánica, que incluía a los anglosajones y a los holandeses, así como a los alemanes modernos. Haeckel escribió que esta raza «por encima de todas las demás, está extendiendo actualmente la red de su civilización por todo el globo terráqueo y poniendo los cimientos de una nueva era en la que existirá una cultura intelectual superior». Dado que su orientación básica era lamarckiana –que establecía la posibilidad de transmisión de los caracteres adquiridos-, Haeckel creía que las otras razas humanas surgían de ramas menos desarrolladas pertenecientes al mismo tronco, o quizá habían evolucionado por separado a partir de ciertos simios.[6]

La forma de evolucionismo propugnada por Haeckel fue aprovechada como base científica para el racismo particularmente violento que infectó algunos sectores del pensamiento alemán a finales del siglo XIX y principios del XX, para culminar más adelante en la teoría nazi de la raza. Según Haeckel, las razas, los grupos y las nacionalidades evolucionan como respuesta directa a su entorno, y la humanidad avanza llevando a cabo una lucha competitiva por la existencia en la que sus miembros se enfrentan unos con otros. A partir de esta idea de la unidad fundamental de lo espiritual y lo material, Haeckel formuló una filosofía laica del «monismo» que propugnaba un Estado fuerte y centralizado como fuerza impulsora del progreso humano mediante la competencia racial, el sacrificio del grupo y la guerra internacional. La Liga Monista llevó estas ideas al terreno político promoviendo la unificación y la expansión de Alemania durante las décadas que desembocarían en la Primera Guerra Mundial. Los monistas apoyaron con entusiasmo el esfuerzo de guerra y, después de la humillante derrota de Alemania en 1918 y del fallecimiento de Haeckel nueve meses más tarde, algunos de ellos hicieron un giro hacia el Partido Nacionalsocialista de Adolf Hitler y su doctrina de la superioridad racial, étnica y nacional como vehículo para seguir adelante con sus ideales.

La biología de Haeckel contribuyó a que se desataran el nacionalismo militante y el racismo homicida que las normas culturales y sociales suelen mantener bajo control.

Fue el holandés Eugène Dubois, ferviente darvinista defensor de Ernst Haeckel, el que en 1889 encontró pruebas del Pithecanthropus. Cuando se encontraba como médico de la armada en la isla de Java, en las Indias Orientales Holandesas, encontró pruebas fósiles de un estado primitivo de la evolución humana. Sus descubrimientos incluyeron una tapa de cráneo gruesa, larga y poco profunda, con un grueso arco supraorbital y un fémur de apariencia muy humana, y siguiendo a Haeckel nombró su hallazgo  Pithecanthropus, pero le dio un nombre diferente debido a la postura erguida que infirió del fémur, «erectus», y que ahora conocemos como Homo erectus.[7]

Si bien fueron muy valiosas sus aportaciones al estudio de los invertebrados, como las medusas, los radiolarios, los sifonóforos y las esponjas calcáreas, entre otros, así como postular la distinción entre seres unicelulares y pluricelulares y entre protozoos y metazoos, formuló en 1866 la teoría de la recapitulación, hoy desacreditada, según la cual el desarrollo de un embrión de cada especie repite el desarrollo evolutivo de esa especie totalmente, y que por tanto la ontogénesis reproduciría la filogénesis. Anticipó el hecho de que la clave de los factores hereditarios reside en el núcleo de la célula. Provocó una fuerte controversia al proponer que todos los animales multicelulares se originaron a partir de un ser hipotético, a la vez endodermo y ectodermo, al que denominó «gastraea».

Haeckel dejó un ingente legado en forma de ilustraciones, acuarelas y grabados. Tenía una gran facilidad para el dibujo así que reprodujo con sus pinceles y lápices lo que decía de haber “observado” en sus estudios embriológicos. Pero los científicos verdaderos, sus contemporáneos, no tardaron en percatarse de que Haeckel sacaba sus dibujos no de la observación, sino de la fantasía más desenfrenada. Su facultad universitaria misma le censuró por fraude y le sermoneó delante de un comité de investigación. Haeckel admitió que se le había escapado la mano en el uso de la licencia artística, y que había dibujado de memoria.[8]

Según el genético Richard Goldschmidt allá por los años 1940, y que recoge en su libro Michael J. Behe “tenía mano fácil para el dibujo, así que se le ocurrió mejorar los productos de la naturaleza, añadiendo cosas que no había visto”.[9] Y por lo visto no solamente añadía, sino que también quitaba lo que no se adaptaba a sus teorías, cambiaba la escala de los dibujos sin notificarlo, y extendía a toda una clase, familia, género, etc., lo que había observado (o decía haber observado) en un solo individuo. En suma, un fraude en toda regla.[10]

Haeckel está considerado como el acuñador del término “ecología”, una ciencia en la cual jugó un destacado papel el Teide.

Sus estudios acerca de la biología marina le condujeron a comparar la simetría de los cristales con la de los animales más simples y a postular un origen inorgánico para los mismos.

Haeckel no fue sólo un naturalista, sino un hombre preocupado por los asuntos políticos y para terminar expondré su pensamiento colonialista, muy común entre las potencias de entonces, que escribió en 1890 cuando visitó Argelia: “a la postre de treinta años de viajes por tres partes del mundo, el gran problema colonial de Alemania es una cuestión vitalísima para el imperio. Cada ciudadano que sea consciente de su amor a la Patria, pensará que a consecuencia de nuestra situación geográfica y de nuestro desarrollo histórico, la posición de la nueva Alemania en Europa, así como su “Kampf ums Dasein” (Lucha por la existencia), con las otras naciones europeas están muy comprometidas. Quien viaje a través de Francia y de Argelia puede aprender mucho a este respecto. Por todas partes se advierte un pueblo que, consciente de su resurgimiento nacional, se encamina a recobrar el prestigio perdido hace veinte años”

“La lucha por la existencia es el principio real, único, que rige la vida y el desarrollo del mundo orgánico, lo mismo en la concurrencia de los pueblos que en el concurso de los animales y de las plantas… Alemania e Italia son naciones superpobladas… Una colonia como Argelia, elevaría de una manera indudable nuestra posición mundial y nuestro poder nacional. Alemania puede emular a Francia en la posesión, de una joya tan envidiable como necesaria para el desarrollo de su sentimiento nacional. Esta es una de las impresiones mas profundas que quedan de mi viaje por Argelia”

Ernst Haeckel fue miembro de unas 90 sociedades cultas y académicas, que le otorgaron extraordinarios galardones científicos y sus numerosas obras son conocidas en todos los países por haber sido traducidas en los principales idiomas.

El alemán Ernst Haeckel visitó Tenerife en noviembre de 1866 y ascendió el Teide bajo difíciles condiciones climáticas a causa de la avanzada estación del año, en noviembre. Hijo de un consejero gubernamental prusiano, nació el 16 de febrero de 1834 en Postdam. Desde joven era muy aficionado a la botánica, pero a pesar de ello estudió medicina en Berlín, Würzburg y Viena por deseo expreso de sus padres. No obstante la carrera médica no lo apartó de su amor por la naturaleza vegetal y animal, por lo que realizó dos viajes, a Helgoland (1854) y a Niza (1856) para acercarse a la investigación de los animales marinos de las profundidades. Después de sacar su doctorado en 1857, sus estudios se concentraron en el campo de la anatomía y zoología comparativa. En 1861 ganó una cátedra universitaria en anatomía comparativa en la Facultad de Medicina de la Universidad de Jena y en 1865 se convirtió en catedrático numerario de zoología en la Facultad de Filosofía. Fue fundador del Instituto Zoológico y permaneció hasta su muerte en 1919 en la Universidad de Jena, a pesar de tener múltiples trabajos en las universidades de Würzburg, Viena, Estrasburgo y Bonn.

El auténtico viaje lo realizaría en 1866. En octubre de ese año, Haeckel se trasladó a Inglaterra para conocer a Charles Darwin. El naturalista responsable de la teoría de la evolución le presentó a los más distinguidos naturalistas y defensores del evolucionismo, como Thomas Huxley, que visitó Tenerife en abril de 1890 e hizo excursiones a las Cañadas y el Puerto de la Cruz, sin atreverse a subir el Teide, Joseph Hooker, prestigioso botánico director de Kew Garden cuando lo conoció -cargo que ocupó desde 1865 hasta 1885-, y más tarde presidente de la Royal Society de Londres desde 1873 hasta 1878, y hasta el mismo Sir John Lubbock, primer Baron de Avebury, que vino desde High Elms a conocer el más importante zoólogo y darwinista del continente, y que a la muerte de Darwin en 1882 organizó un grupo de presión (junto con parlamentarios y hombres ilustres) con el que consiguió que el padre de la teoría de la evolución fuese enterrado en la  Abadía de Westminster, junto a Isaac Newton.

Como convencido darvinista, Haeckel interpretó sus investigaciones zoológicas según el sentido de la teoría de la evolución. En numerosos escritos polémicos Haeckel explica sus disputas con enemigos ideológicos y especialistas científicos. A menudo luchó también contra algunos de los dogmas del cristianismo. Su concepción del mundo e interpretación de la naturaleza se pueden encontrar en sus obras Der Monismus als Band zwischen Religión und Wissenschaft (“El monismo como cadena entre religión y ciencia”), 1892, y  Die Welträtsel (“El enigma del mundo”), 1899.[11]

Aún ejerciendo como catedrático Ernst Haeckel realizó viajes casi anualmente, por Europa, el norte de África y Asia. Su objetivo era el investigar la fauna pelágica y, en cada región, contaba con eminentes especialistas. Siempre seguía sus viajes en un diario. Enviaba estas notas a Alemania, en cartas a su mujer, a sus padres y a amigos. Además Haeckel se dotó de numerosos bocetos y acuarelas. Dentro de estos proyectos viajeros se encontraba Canarias.

Fueron decisivos y sirvieron de estímulo para su viaje a Tenerife las lecturas de los escritos de Alexander von Humboldt y Leopold von Buch cuando visitaron Canarias en 1799 y 1815 respectivamente;

No se puede leer la brillante descripción de Humboldt sobre el valle de La Orotava sin tener un vivo anhelo por alcanzar este jardín paradisíaco; y no se puede enfrascar uno en las magistrales descripciones de Buch, sobre la maravilla del pico volcánico, sin sentir el animado deseo de experimentar inmediatamente dicha vista. Así, al gran interés de los naturalistas, se debe añadir, el significado clásico, que el pico, gracias a las investigaciones de Humboldt y Buch sobre geología y geografía de plantas había ganado.

Ya en mi adolescencia esta descripción al pico me había avivado mis ganas por realizar dicho camino (…).[12]

El viaje a Tenerife

 Ernest Haeckel proyectó su viaje a Tenerife cuando realizó su visita a Inglaterra para ver a Charles Darwin. Se proponía hacer un viaje de exploración científica por los archipiélagos de Madeira y Canarias y la costa africana. En octubre de 1866 cogió en Londres el vapor portugués Lusitania que dirigía a Lisboa, el mismo donde viajaba el catedrático de la Universidad de Bonn Richard Greeff, y desde la capital portuguesa se trasladó a Madeira, donde permaneció una larga estancia muy probablemente en el Hotel París.

En Madeira pretendía coger una línea de barco que les llevara a Canarias de la compañía de vapores ingleses que una vez al mes realizaba la ruta Londres- Madeira- Canarias- Oeste de África, pero las autoridades sanitarias de ambos archipiélagos, habían prohibido la entrada de barcos ingleses, debido al cólera en Londres y a la fiebre amarilla en el oeste de África. Se trataba de la African Steam Ship Co. (A.S.S.), fundada en 1852 y que se dedicaba a enlazar Gran Bretaña y la cuenca del Níger, para transportar a Europa aceite de palma y otros productos del interior de África Occidental, o cochinilla desde Gran Canaria y Tenerife. Por ello, en Madeira se vio obligado a tomar el navío de guerra prusiano Niobe para realizar el viaje a las islas. Como era de esperar, Ernst Haeckel subió el Teide, experiencia que relató en Eine Besteigung des Pik von Teneriffa (“Una ascensión al Pico de Tenerife”). Desde las islas se trasladó a Mogador, Tánger hasta alcanzar el sur de la España peninsular.

Muy probablemente en Madeira concibió el viaje a Tenerife junto con Greeff y dos estudiantes de la Universidad de Jena, Miclucho-Maklay7 y Fol.

Richard Greeff, joven rico de la Renania del Norte-Westfalia, también había estudiado medicina como Haeckel, pero pronto se introdujo en las ciencias zoológicas, combinando la profesión de médico y el estudio de la Zoología hasta sacar la cátedra de Zoología y Anatomía Comparada en la Universidad de Marburg.[13] También fue un viajero destacado y no desaprovechó la oportunidad al encontrarse con Haeckel en realizar juntos la excursión al Teide.  Su viaje a la isla lo recoge en su libro Reise nach  den Canarischen Inseln (London, Lisboa, Madeira, Tenerife, Gran Canaria, Lanzarote, Marokko und Spanien) (“Viaje a las Islas Canarias [Londres, Lisboa, Madeira, Tenerife, Gran Canaria, Lanzarote, Marruecos y España]”), publicado en Bonn en 1868.

El otro acompañante era el viajero, investigador y destacado etnólogo ucraniano Nikolaus von Miklucho-Maklay (1846- 1888).  Después de visitar Madeira y Canarias viajó a Marruecos tres años después, en 1869. Más tarde realizó un extenso viaje de exploración por Sudamérica, Tahití, las Islas Samoa y Nueva Guinea, entre 1871 y 1872. En 1874-1875 se detuvo en la India, donde exploró Malakka. En 1876-1878 llegó otra vez, por Palau e Islas de Almirantazgo, a Nueva Guinea. Aquí tuvo contacto con diferentes tribus de Papua e intensificó sus exploraciones por la isla. Después de haber visitado Singapur y Sydney, regresó a Nueva Guinea en 1879, desde donde exploró diferentes islas del Pacífico. En 1880 y 1883 estuvo de nuevo en Nueva Guinea. Finalmente regresó definitivamente en 1886 a Rusia, donde murió dos años más tarde.

El del otro estudiante apellidado Fol apenas tenemos referencia de él.

Ya en Madeira pudo saborear la exótica y exuberante vegetación que se iba a encontrar en las islas macaronésicas. La belleza de la ciudad de Funchal y la vegetación de sus alrededores le sorprendieron gratamente, cosa que no sucedería al contemplar Santa Cruz. La presencia inglesa, que en Tenerife era todavía poco perceptible, ya se podía percibir caramente en Funchal y tuvo que reconocer la huelle anglosajona en la isla portuguesa:

(…) cuando llegamos a la ciudad portuguesa de Funchal, que en los últimos años se había convertido en una auténtica colonia inglesa, debido a la predilección de los ingleses por ella, tuvimos que admirar el gusto, con el que los mismos, usan este jardín del edén y mediante la construcción de encantadoras casas rurales han hecho de la ciudad, una estancia incomparable.[14]

En la madrugada del 21 de noviembre los viajeros divisaron por primera vez el tan ansiado pico del Teide, y al mediodía del siguiente día llegaron a Santa Cruz. Sus primeras impresiones de la capital de Tenerife le desilusionaron a Haeckel como al gran mayoría de los viajeros:

Desierta y casi desnuda de vegetación, la masa de casa blancas, situadas a los pies de una cordillera negra o marrón oscura, de carácter muy salvaje e inhospitalario. Aparte de algunos pequeños jardines y de los uniformes cactus, que hay en la llana pendiente, así como una gran cantidad de palmeras, que se encuentran diseminadas entre las casas, no se puede reconocer vegetación alguna. (…) Cuando caminábamos por las monótonas calles de la ciudad, con un calor de mediodía abrasador, nos golpeó una corriente de aire seco y caliente, como el que sale de un horno. En las calles y plazas no había personas, y las verdes persianas de las casas blancas, permanecían completamente cerradas. Sólo encontramos algunos camellos, que se dirigían al muelle, que muy cargados y caminaban lentamente, con pesados pasos.12

 El grupo se dirigió hacia los barrancos situados por los alrededores interesados fundamentalmente por investigar las diferentes euforbias. Cunado se encontraba ee ellos hace una descripción de la pobreza de vida de los agricultores del área:

(…) llegué a unas cabañas de campesinos que estaban rodeadas por cactus. Delante de las míseras cabañas jugaban morenos niños desnudos, y al aproximarme, se abalanzaron sobre nosotros un grupo de perros medio salvajes que ladraban fuertemente. Las cabañas de los agricultores en las que entré eran iguales que las que más tarde encontraríamos por todas las islas, extremadamente simples, un cuadrado de cuatro esquinas, construido con bloque s e lava y pintado de blanco, con planos techos y solo con algunas aberturas, que podían ser puertas, ventanas o chimeneas. También era simple el mobiliario, una mesa una cama grande para toda la familia y algunas sillas. En las paredes colgaban cacharros de cocina, ropa, cuadros de santos y aperos de labranza, todo ello mezclado de forma multicolor. Los campesinos me dieron la bienvenida, con su amplia hospitalidad, característica de los isleños (…). Como piscolabis, me ofrecieron “bananas” o “higos del paraíso”, llamados en su dialecto plátanos.[15]

Al día siguiente Haeckel y sus acompañantes visitaron algunos jardines en Santa Cruz y sus alrededores. Casi todos eran pequeños, pero contenían ejemplares muy interesantes de árboles que les llamó la atención como los africanos baobad. Pero mientras estaba en Santa Cruz paseando oyó detrás de él a un señor hablando alemán, se trataba del suizo Hermann Wildpret, director del Jardín Botánico de La Orotava.[16] Wildpret, natural de Wambarch, cerca de Rheinfelden, ciudad termal situada a las orillas del Rin, llegó a Santa Cruz de Tenerife y en 1859 contrajo matrimonio con Luisa Duque Suárez, con la que tuvo seis hijos. En 1860 solicitó el puesto de jardinero que había quedado vacante en el Jardín de Aclimatación de Plantas del Puerto de la Cruz, puesto que ocupó durante treinta años. Su labor como jardinero fue importantísima. Gracias a su actuación el jardín pasó de 220 especies catalogadas por él mismo en 1860 a 2.486 especies en 1879. Paralelamente a su trabajo de jardinero se dedicó a realizar de horticultor y arboricultor y pronto se dedicó también a la venta de semillas, diseños de jardines, etc. Introdujo gran variedad de especies en las islas, identificó numerosas especies endémicas e injertó muchas otras. Era persona muy conocida y solicitada en Tenerife porque solía acompañar a los viajeros a visitar el Teide o a los encantadores jardines particulares de los hacendados isleños. En ese sentido actuó como cicerone, además de Ernst Haeckel, de Marianne North, Isaac Latimer y su hija Frances, E. Bolleter y muchos más

Wildpret entabló amistad con Haeckel y le proporcionó una inestimable ayuda en aras de conseguir su objetivo: subir al Teide. Le comentó lo mismo que le había dicho el cónsul inglés en Santa Cruz, Robert Godschall Jonson, que tendría que renunciar a la ascensión al Teide porque estaba completamente cubierto de nieve y en tales circunstancias el escalar su cumbre era tan difícil como peligroso. A pesar de todo, Wildpret se ofreció acompañarlo al valle de La Orotava y a ayudarle a buscar la manera más factible de subir al Teide.

Justo al siguiente día el grupo tomó rumbo al valle al que llegó después de realizar un viaje de ocho horas. Primero se encontró con La Laguna. El paisaje alrededor de La Laguna le recordaba a Haeckel “a una región fértil de Alemania central”, similar a Turingia. La Laguna le pareció desierta y abandonada que sólo evocaba en ella algo de vida como lugar de veraneo de las clases altas de Santa Cruz. En efecto, las clases acomodadas de Santa Cruz tenían sus casas que ocupaban para descansar en verano en La Laguna desde el siglo XVIII, junto a La Orotava residencias del estamento nobiliario. La ausencia de arbolado que purifique y refrigere la atmósfera de la capital, la ausencia de agradables alamedas y paseos públicos, de jardines, agua, etc., obligó sobre todo a partir de mediados del siglo XIX a las clases acomodadas no sólo de Santa Cruz sino también de La Orotava y del Puerto de la Cruz a trasladarse a La LLaguna debido a su excepcional clima húmedo y fresco desde junio hasta octubre.        Además de las clases altas, también la oficialidad de alta graduación del ejército emigraba hacia la ciudad del Adelantado, subiendo con ellos la banda militar, archivos, etc. para seguir con sus trabajos administrativos.

También las clases altas, principalmente las de Santa Cruz, tenían sus residencias de verano en Guamasa. Pero el lugar favorito de residencia para pasar las vacaciones era Tegueste, por estar mejor protegido de los vientos del sur y donde el cónsul francés tenía su casa de campo.[17] Cuando veraneaban tomaban los baños de mar en Bajamar y La Punta.[18]

Todo ello hacía que La Laguna respirara un ambiente selecto donde proliferaban las reuniones agradables de residentes ingleses además de muchas familias españolas.

Cuando Haeckel visitó la isla la economía isleña recaía fundamentalmente en la explotación de la grana o cochinilla, el insecto parásito que se deposita en el nopal (la tunera) del que se obtenía un tinte rojo de calidad muy demandado para la coloración de los tejidos. Por eso, cuando ascendía por la carretera alude que estaba llena de camellos que iban cargados de sacos de cochinilla a Santa Cruz. La descripción de Haeckel de sus primeras impresiones sobre el valle de Tacoronte y de la vista del Teide desde el norte está impregnada de la memora de las palabras de Alexander von Humboldt. Los pueblos de La Matanza y La Victoria en los que había tenido lugar la decisiva matanza entre los guanches y conquistadores motivó a Haeckel, como lo había hecho antes Humboldt, una reflexión histórica sobre la conquista de las islas, y no duda en mostrar un paralelismo entre la historia de Canarias y México.[19] Para él no había duda de que los aborígenes eran “una tribu berebere emigrada del norte de África”, pero que en la población de hoy ya no era perceptible ninguna huella de los guanches, en contraposición con otras descripciones de viajeros, sobre todo de tendencia romántica, que consideraron a los campesinos isleños descendientes directos de los guanches.

Cuando se dirigían hacia el valle de La Orotava llegaban noticias del mal tiempo reinante, muy poco halagüeñas para realizar una ascensión al Teide. El guía más práctico de la montaña, al cual consultó si se podía hacerla se encogió de hombros y opinó que la excursión arriba sería completamente impracticable a causa del espeso manto de nieve que lo cubría. Un violento viento sur soplaba en la isla y llovía intensamente. Entonces Haeckel decidió ascender hasta donde se pudiera a lo más alto que fuese factible y sin tiempo que perder se puso en marcha. Pero la suerte le acompañó “y al instante nos convencimos de que aquel viento sur había sido nuestra felicidad”, comentó el viajero. Gran parte de la nieve, se fundió al impulso de las rachas calientes. Cobró nuevas esperanzas acerca de la realización de la excursión y se propuso realizar a toda prisa los preparativos para partir la noche siguiente, aprovechando la claridad de la luna llena.

Haeckel y sus acompañantes se pusieron en marcha poco después de la medianoche del día 26. La excursión, como el mismo relata, solía durar con dos o tres día, sin embargo él no pernoctó a mitad de camino, como se solía hacer, sino que los hizo en un solo día. Que yo sepa ha sido el único viajero que ascendió el Teide entonces en la misma jornada. Él y sus compañeros habían alquilado caballos y mulas para montar, además de dos caballos cargados con paquetes de provisiones, abrigo y carbón. Cada viajero disponía también de su propio guía que dirigía el viaje. Debido a la oscuridad no fue posible observar los diferentes escalones de la vegetación, por o que Haeckel tuvo que basarse en las descripciones hechas por Humboldt y Buch.        Haeckel fue el primero que acuñó el concepto de ecología[20] mientras se encontraba en la excursión al Teide y prestó atención al problema de la deforestación y a sus consecuencias, que como fenómeno similar aparecía también en Europa:

Los pinares que todavía en la época de Humboldt construían un imponente y espeso cinturón por encima de los bosques de laurel, alrededor del pico, están ahora en la cara norte bastante talados, los bosques han sido explotados en las últimas décadas de forma criminal, tanto en las islas, como en el sur de Europa. Las tristes consecuencias de ello, la creciente escasez de agua, llevaría, tanto aquí, como allí a la desolación de las antes fértiles comarcas. Una gran parte de Grecia, Italia y España están por ello bastante desiertas; no se advierte, pero a través de este horrible ejemplo, también  los bosques de nuestro país y en general del norte se encuentran cada año más devastados y desvalijados.”.[21]

En la madrugada Haeckel y sus acompañantes alcanzaron el llano de Las Retamas, siendo esta una planta que proporcionaba alimento a las cabras salvajes y leñas a los humanos. También servía de base para la apicultura. Haeckel señala como los isleños subían en primavera las colmenas y las dejan durante el verano en la Estancia de la Cera para que “las abejas liban en las blancas y fragantes flores de la retama un jugo metílico excelente; y en otoño vuelven a vaciar los troncos rellenos.

La formación del pico, rodeado por las Cañadas, trajo a Haeckel la imagen de una gigantesca fortaleza natural. El grupo siguió la ruta común. Pronto, tras “La Estancia de los Ingleses”, el último punto que los caballos podían alcanzar, la nieve dificultó progresivamente la marcha a través del malpaísy de los conos de ceniza escarpados.

Cuando llegaron a la pequeña planicie de Altavista y se encontraron con los muros de piedra de unos dos metros de altura de los cuatro compartimentos a Haeckel  le trajo el recuerdo del astrónomo inglés Charles Piazzi Smyth y su esposa cuando en en el verano de 1856 realizaron trabajos astronómicos y metereológicos. Era el lugar preferido por los excursioncitas para descansar e incluso para pernoctar, pero los viajeros pasaron de largo.

Al alcanzar la Cueva del Hielo, “de una oquedad profunda, cubierta por ingentes corrientes de lava, en cuyo interior no penetra jamás la luz del Sol, por lo cual persiste todo el verano la nieve, transformada en neviza”, Haeckel aprovechó para mencionar la actividad de los “neveros”, nombre con el que se le llamaban a los pastores y campesinos pobres de los altos de La Orotava que subían para recoger la nieve y venderla. Esta actividad ayudaba a sanear algo sus maltrechas economías y se realizaba desde mediado del siglo XVII, cuando la gente de Tenerife mezclaba el hielo con el vino para refrescarlo. Según Thomas Heberden, desde el siglo XVIII lo consumía la aristocracia de La Orotava y La Laguna, para refrescar los licores  o hacer helado en verano.Los neveros subían en el silencio de la noche antes de despuntar el alba una vez entrada la primavera y durante el verano para recogerlo. Además de la Cueva del Hielo, también solían dirigirse a La Estancia de los Ingleses y a otras cuevas situadas en Montaña Negra, conocida como Los Gorros. Los transportaban sobre bestias en canastas de brezo cubiertas sus paredes de helechos. Una vez llegaban a los pueblos con sus mulas cargadas con la preciada carga procedían a su venta por las calles al grito de ¡Hielo! ¡Se vende Hielo!-

Pronto empieza también el suministro de hielo para el consumo de las burguesías de los principales pueblos de la isla (el Puerto de la Cruz y Santa Cruz). En la Orotava y el Puerto de la Cruz en el valle de la Orotava y en Santa Cruz a principios del siglo XIX se establecen neverías, casas donde se vendía el hielo, hecho que ilustra la existencia de un cierto grado industrial del único oro de muchos campesinos. En las primeras décadas del siglo XIX en Santa Cruz la carga de una mula, cuatro cestos llenos de hielo, valía 13 tostones y 1,3 fisca, (aproximadamente 2 pesetas con unos 65 céntimos). Casi el mismo precio de finales del siglo. Según Haeckel, durante los años de su visita además los campesinos de La Orotava también subían desde Santa Cruz diariamente para recoger y llevar el hielo a estas poblaciones, usado con los jugos de las frutas meridionales, confituras heladas.

Desde luego la subida del pilón fue la más peligrosa pues el hielo constituía allí un caparazón compacto y resbaladizo, pulimentado, como acero. Tuve que usar Haeckel el martillo de geólogo que llevaba con él, ya que con el mismo hizo escalones en el hielo. Avanzaba con mucha lentitud, y al cabo de muy poco tiempo declaró el guía Manuel Reyes que era imposible dar un paso más, y que dado lo avanzado del día insinuó que se debía emprender el regreso. Era necesario que antes de que se pusiera el Sol estuvieran de vuelta en el circo de las Cañadas y en el Portillo. Haeckel insistió en que se avanzase pero el guía regresó a la Rambleta, mientras que él y Wildpret continuaron. Continuó abriendo huecos y escalones en el hielo y gateando ayudándose con los pies y las manos ensangrentadas, heridas por la infinidad de aristas cortantes de los fragmentos de hielo, hasta llegar cerca del cráter. Wildpret, que venía algo más abajo, pero cerca de él, le rogó que se parase, y al tiempo que se giró y lo vio caerse desmayado. Le frotó la frente y las sienes con nieve y le dio unos sorbos de ron y volvió en sí al instante. A los pocos pasos tuve él mismo un amago de desvanecimiento, pero se repuse inmediatamente. Después de algún descanso, finalmente Haeckel y diez minutas después Wildpret alcanzaron la cima a las 12 del mediodía del 26 noviembre.

En la cima Haeckel se sorprendió enormemente de la limpieza del aire y observó, al igual que Humboldt, que era posible identificar desde allí arriba los escalones de la vegetación.

Haeckel compara al Teide con el Jungfrau es el pico más alto del macizo montañoso del mismo nombre en Alemania. Los otros dos picos son el Eiger con su famosa cara norte y el Mönch con una altura de 4.099 metros y con el Oberland, sistema montañoso en la Suiza de habla germana.

Su experiencia sobre la excursión al Teide la relató en Eine Besteigung des Pik von Teneriffa (“Una ascensión al Pico de Tenerife”) y apareció por primera vez en la “Zeitschrift für allgemeine Erdkunde”, tomo V, 1870.[22]  El relato fue traducido por Juan Carandell a propósito del Congreso Geológico a celebrar en Madrid en 1926 con el título Una ascensión al Pico de Tenerife, publicado en la Revista de Segunda Enseñanza e impreso en la imprenta la Enseñanza de Madrid en 1925. El prólogo está dedicado a D. Adolfo Cabrera Pinto, catedrático de Geografía e Historia y director del Instituto de Canarias desde 1901 a 1925.[23]

Una de las derivaciones del congreso consistiría en varios viajes a regiones diversas de la Península, a las Baleares y a las Canarias. Este Último viaje era ponente el profesor de la Universidad de Madrid Lucas Fernández Navarro. Precisamente Fernández Navarro había visitado la isla en el verano de 1916 y se había convertido en un especialista en la geología de Las Cañadas del Teide. Estudió los conos del Chahorra, que empezó la erupción el 9 de junio de 1798, y duró, con intervalos, unos tres meses, producto del cual se formó las “Narices del Teide”, y el Chinyero, la última erupción ocurrida el 18 de noviembre de 1909 y que duró unos 10 días, a la altura de los municipios de Guía de Isora y Santiago del Teide, y que la publicó en un trabajo Erupción volcánica del Chinyero (Tenerife).[24] En el Casino de Santa Cruz dio una conferencia que la tituló El Teide y la geología de Canarias.

Su contemporáneo geógrafo Fritz Regel calificó los relatos de Ernest Haeckel como “perlas bellísimas de la literatura geográfica”; y es cierto. Haeckel tenía una retina admirablemente dispuesta parla la percepción de las bellezas de la naturaleza, sobre todo formas y colores, y lo que él pudo aprehender con la mirada rápida y certera, supo referir después con su pluma habilísima y con sus delicados pinceles.[25]

Se pregunta uno si el goce es proporcionado al cúmulo de sinsabores y peligros con que hay que afrontar cuando se escala una arriesgada cumbre, como el Pico de Teide. Yo dejo sin respuesta la pregunta anterior. La hora que duró mi permanencia en el borde del cráter del pico de Teide, y que transcurrió tan rápida como si hubiese sido solo un minuto, pertenece a una de las más inolvidables de mi vida. Impresiones de tanta majestad como aquélla, de tanto carácter y de profundidad tal no pueden borrare jamás.

Nada hay más falso que esta frase: “un hermoso paisaje”, si se quiere dar una idea de aquella impresión. Son muy pocos los horizontes de las elevadas cumbres a los cuales quepa calificar de bellos, cuando el concepto de belleza tiene el sentido o el valor que se le da en Pintura. Difícil es allí hallar bellas las armonías de color, la ponderación y mezcla de la diversidad de tonalidades. Las formas que desde una a1ta eminencia montañosa aislada se divisan, así como la distribución de los claros y oscuros, son en la mayoría de los casos nada más que bellas. Se trata de otras causas a las cuales los panoramas deben su sello especial y el encanto indefinible que producen.

Haeckel visitó La Orotava, el Puerto de la Cruz, Garachico e Icod y probablemente Gran Canaria y Lanzarote en su viaje de regreso.  Desde las islas, Haeckel se trasladó a Mogador, Tánger hasta alcanzar el sur de la España peninsular.

En La Orotava lo primero que hizo fue visitar el drago situado en la casa Franchy del marqués del Sauzal. Quedó gravemente dañado por el temporal de 1819 y una rama fue recogida y enviada a los jardines de Kew en Londres. Tuvo que ser apuntalado para que no cayera el resto. En el interior del drago había una profunda oquedad excavada por los siglos y una puerta rústica daba paso a ese hueco cuya bóveda soporta todavía un ramaje enorme. El jardín estaba rodeado de una campiña desde donde se podía contemplar el océano, la vista de las montañas, al Teide y el paisaje del valle. Precisamente fue derribado por completo como consecuencia del huracán en marzo de 1867, al año siguiente de verlo Haeckel.

No acabarían aún los viajes. En 1873 viajó a Egipto donde el virrey puso a su disposición un barco de guerra para explorar los arrecifes del Mar Rojo. Recorrió también Ceilán entre los años 1881/82 y Java y Sumatra (1900/01). El objeto principal de tales expediciones era la investigación de los animales, del paisaje y demás aspectos de la naturaleza.

 


[1] Wildpret de la Torre, Wolfredo, “Naturalistas y viajeros en Canarias durante el siglo XVIII y XIX” en Canarias, parques rurales y naturales. Gobierno de Canarias y Lunwerg, 2000.

[2] González Lemus, Nicolás. Viajeros Victorianos en Canarias. Cabildo Insular de Gran Canaria, 1998. Véase también, García Pérez, José Luis. Viajeros ingleses en las Islas Canarias durante el siglo XIX. Caja de Ahorros , 1988.

[3] Larson, Edward J. Evolución. La asombrosa historia de una teoría científica. Debate. Barcelona, 2006. Pág., 142.

[4] Ibídem.

[5] Baur, Manfred y Ziegler, Gudrun. La aventura del hombre. Todo empezó en África. Maeva. Madrid, 2003. Pág., 235.

[6] Larson, Edward J.  Op. Cit. Pág., 184.

[7] Stringer, Chris y Andrew, Peter. La evolución humana. Akal. Madrid, 2005. Pág., 136.

[8] Borroso, Silvano. El evolucionismo en apuros. Criterio Libros. Madrid, 2001. Pág., 178.

[9] Ibídem. Cit. Por Michael J. Behe. “Dogmatic Darwinism” en Crisis Magazine, junio de 1998. Pág., 36

[10] Larson, Edward J. Op. Cit. Pág., 184:

[11] AA.VV. Neue Deutsche Biographuie (NDB). Berlín, 1966. Pág., 424.

[12] Haeckel, Ernest.  “Von Teneriffa bis zum Sinai” in Reiseskizzen (Leipzig, 1923). Pág., 2.

[13] González Lemus, Nicolás. Viajeros, naturalistas y escritores de habla alemana en Canarias, (100 años de historia, 1815-1915). Baile al Sol. Tegueste. Santa Cruz de Tenerife, 2003. Pág., 95.

[14] Haeckel, E. Op. Cit., 1923. Págs., 5,6.

[15] Ibídem. Págs., 8,9.

[16] Haeckel, Ernst. “Eine Besteigung des Pik von Teneriffa” en Zeitschrift für allgemeine Erdkunde. Tomo V, 1870. Pags., 3.

 [17] Hart, Ernest. A winter trip to the Fortunate Islands. Smith, Elder. London, 1887. Pág., 15

  [18] Ibídem.

[19] Haeckel, E. Op. Cit., 1923. Págs., 14.

[20] AA.VV. NDB, Haeckel. Pág., 425.

[21] Haeckel, E. Op. Cit., 1923. Págs., 18.

[22] Sobre el viaje de Ernst Haeckel al Teide, véase Wildpret de la Torre, Wolfredo, “Naturalistas y viajeros en Canarias durante el siglo XVIII y XIX” en Canarias, parques rurales y naturales. Gobierno de Canarias, 2000.

[23] Biblioteca Nacional. Madrid.  Signatura VC D412/15.

[24] Villalba Moreno, Eustaquio. El Teide, una mirada histórica. Ministerio de Medio Ambiente. Madrid, 2003. Pág., 104.

[25] Haeckel. Ernest. Del prólogo de la edición española del libro de, Una ascensión al Pico de Tenerife. Enseñanza de Madrid en 1925.