Expedición alemana 1910

 

 

 Editorial: Excmo. Ayto. de La Ortoava
ISBN: 978-84-935353-9-1
Depósito Legal: S. 1661-2010
Impreso en España / Printed in Spain

 Sinopsis

La expedición científica alemana de 1910 a Las Cañadas no es sólo uno de los acontecimientos más trascendentales protagonizados por extranjeros en nuestras islas, sino también, como demuestra González Lemus, un suceso histórico que alteró radicalmente la mirada de los naturales de Tenerife al paraje de Las Cañadas del Teide. Mediante la utilización del informe de los científicos, la prensa y documentos personales que hasta ahora permanecían en la sombra, González Lemus relata de un modo apasionante los grandes hitos médicos de aquella visita de distinguidos científicos de varias naciones, al tiempo que nos ofrece, en un estilo narrativo intenso, una estremecedora imagen de la vida cotidiana entre las dos comunidades que pugnaban por la hegemonía de las islas entonces: la británica y la germana.

En el centenario de la Expedición Alemana a Las Cañadas del Teide (1910-2010), el Excmo. Ayuntamiento de La Orotava, como municipio protagonista del acontecimiento, ha querido rendir memoria a esta efeméride científica hasta ahora sin la suficiente cobertura histórica.

 

Índice

  • INTRODUCCIÓN
    • De los orígenes de la presencia alemana en Canarias
  • EL ESTABLECIMIENTO EN LAS CAÑADAS DEL TEIDE
    • 1909, el año del desencadenamiento de hostilidades antigermanas
  • LA EXPEDICIÓN ALEMANA DE 1910 A LAS CAÑADAS
    • Objetivos científicos de la expedición
    • Las Cañadas como centro terapéutico contra la tuberculosis
  • ADIÓS A LAS CAÑADAS, ADIÓS A TENERIFE
  • INCIDENCIA DE LA EXPEDICIÓN ALEMANA
  • EN LA SOCIEDAD CANARIA
  • CONCLUSIÓN
  • BIBLIOGRAFÍA

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

 

Desde finales del siglo XVII en Europa se desarrolló un fenómeno cultural propiciado por el viaje de un gran número de acaudalados ingleses, conocido como el Grand Tour: Al principio lo realizaban los jóvenes de la aristocracia inglesa, por razones de estudio, pero pronto comenzó a realizarse por razones de salud. Los médicos ingleses solían enviar a sus pacientes a los balnearios europeos Spa (Bélgica), Aquisgrán y Baden-Baden (Alemania), Contrexéville, Montpellier, Niza, Aix-en-Provence (Francia), etc., y a las Rivieras Francesa e Italiana  por su clima cálido. El viaje a Europa se estableció como una institución entre las clases altas, y desde la época de los romanos, no se producía el fenómeno del viaje a gran escala como a partir del Grand Tour practicado por los ingleses. «El amor al viaje de los británicos en el siglo XVIII se ha transformado en una pasión» -diría Maxwell-; «Los viajes le importan a los ingleses más que a ningún otro pueblo de Europa» -dijo Le Blanc en sus Letters en 1745.[1]

Pero cuando las islas de la Macaronesia, especialmente las del archipiélago de Madeira y las Islas Canarias, fueron  elogiadas por cuantos viajeros cruzaron sus mares o arribaron en sus puertos mientras cruzaban el Atlántico con dirección América, Las Antillas, Oriente o años después África, sobre todo en la edad de oro de de las grandes expediciones, siglos XVIII y XIX, las recomendaciones de los centro médicos turísticos (health resorts) europeos fueron puestos en cuarentena. El viajero John Macdonald, cuando visitó Santa Elena en 1773 elogió las virtudes de su clima y aire “y si los nobles y caballeros de Gran Bretaña e Irlanda fueran a Madeira y Santa Elena para curarse de su salud, en lugar de ir a Francia y Portugal, pueden estar seguros de restablecerla”.[2]

La isla de Madeira también llamó extraordinariamente la atención. Los prestigiosos doctores James Clark (1829), William Wilde (1837) o William White Cooper (1840) entre otros, destacaron la pureza de la atmósfera y la estabilidad térmica de la isla .

Las mismas palabras de elogio que John Macdonald tuvo para Santa Elena en 1773, o muchos otros para Madeira tuvo Tenerife. El doctor William Anderson, médico y naturalista a bordo del Resolution, la fragata del tercer viaje de James Cook. Señaló directamente las propiedades terapéuticas del clima insular. Padecía de tuberculosis y murió a bordo del Resolution el 3 de agosto de 1778 a consecuencia de ella. Durante su visita a Tenerife escribió:

El aire y el clima son notablemente sanos y particularmente apropiados para prestar alivio a enfermedades tales como la tuberculosis.

William Anderson aconsejó a los médicos que enviaran a sus pacientes a Tenerife a causa de la uniformidad de la temperatura y la benignidad de su clima, en lugar de recomendarles el continente europeo o Madeira, como usualmente sucedía.[3]

Casi una década después lo hizo otro médico de la Royal Navy,  John White, uno de los capitanes de la First Fleet, escuadrón de once navíos  y 1.487 personas que, bajo el capitán Arthur Phillip (más tarde almirante), partió desde Inglaterra (isla de Wight) hacia Botany Bay el 13 de mayo de 1787 con el primer grupo de 700 convictos (192 mujeres y 586 hombres) para establecer la primera colonia europea en Australia, Nueva Gales del Sur. White puso también de manifiesto las cualidades del clima de Tenerife para la convalecencia de enfermos o invalids . Durante su estancia en la capital de la isla comentó que “el clima de Tenerife es agradable y sano. No conozco ninguno mejor para la convalecencia de los enfermos. A esto hay que añadir, que los que quieran vivir aquí pueden elegir la temperatura que más le guste por el carácter montañoso de la isla”.[4]

Otras referencias esenciales que ayudaron al reconocimiento médico-turístico de Canarias fueron las realizadas por el doctor irlandés George Staunton y contemporáneo John Barrow, acompañantes de George MaCartney en su viaje a Pekín en 1792 para hacerse cargo de la embajada de Su Majestad en China. Staunton compara Canarias, particularmente Tenerife, con Madeira, el centro médico-turístico de moda entonces, no dudando declararse a favor de la isla canaria. Tal entusiasmo mostrado con la naturaleza y el clima de la isla es de suma importancia, ya que por esas décadas de finales del XVIII Madeira, junto a las Rivieras Francesas e Italianas eran unos destacado centros de recepción turístico entre los ingleses.[5] Afirmó que Santa Cruz de Tenerife tenía más ventajas que Funchal, pues sus calles eran más anchas, limpias, agradables y menos pendientes;  las provisiones y los vinos en el puerto canario eran más baratas que en la capital portuguesa; señaló con claridad que el aire de Santa Cruz era más puro y ligero que el de Funchal, y no dudó en afirmar que se encontraba en una de las Islas Afortunadas, refiriéndose a la concepción mítica de archipiélago. Staunton lamentó que un invalid, apellidado West, el cual se había trasladado a Funchal para su convalecencia, “no hubiese venido a gozar de un clima [el de Tenerife] que nos pareció mejor que el de Madeira”.

Por su parte, John Barrow hizo ciertos registros térmicos y afirmó que el clima de las Islas Canarias era quizás el más delicioso del mundo, pues “durante nuestra estancia [en Tenerife] el termómetro Farenheit nunca bajó de 70º [21ºC] y tampoco subió de 76º  [24ºC]; normalmente la temperatura se mantiene a unos 72ºF  [unos 22ºC]”. A Barrow le habían informado en la isla que la temperatura en las Canarias raramente sobrepasaba los 80ºF [26ºC] en los días más calurosos y que en los días más fríos rara vez bajaba a 66ºF [18ºC].  Le sorprendió enormemente tales registros porque daba una oscilación térmica durante todo el año de 8ºC, variaciones que en Inglaterra se daba en menos de 24 horas.

Incluso, los ingleses residentes en las islas mostraron mucho interés por el fenómeno de la climatología entre otras razones porque contaban con los instrumentos de medición. John Pasley, dotado de un termómetro Réaumur, en uso desde 1730, hizo registros de las temperaturas a diferentes altitudes en el Teide y en el Puerto de la Cruz, y su termómetro se lo prestó a Humboldt. El mismo Humboldt habló de las ventajas de Tenerife para la cura del spleen. Thomas Heberden, un médico inglés residente en La Orotava que luego marchó a Madeira, facilitó a Leopold von Buch sus observaciones climáticas.

La influencia del clima es el origen de la exuberante vegetación y riqueza natural de las Canarias fue una apreciación muy común entre los viajeros. En 1801 el naturalista francés Jean-Baptiste Bory de Saint-Vincent no dudó en afirmar que la suavidad de la temperatura reinante en el valle de La Orotava favorecía la fertilidad del suelo. “Allí -comenta- es donde verdaderamente se encuentran las Islas Afortunadas, en las cuales abundan los vegetales de Europa, África y América”.

A los viajeros dieciochescos europeos (naturalistas y exploradores), cuyo número fue elevado, podríamos considerarlo “turismo temprano” o “proto-turismo” en la medida en que decidieron hacer un alto en el camino mientras se dirigían en sus rutas expedicionarias, sobre todo para realizar la tan deseada excursión al Teide y, por añadidura, explorar la naturaleza insular, expresión de la mentalidad del hombre de la Ilustración y del hombre romántico, mientras arribaban en el puerto de Santa Cruz de Tenerife para suministrarse de víveres y otros productos. Ellos resaltaron la benignidad del clima de las islas para la cura de los aquejados de afecciones pulmonares y otras dolencias, dos de las características del archipiélago que aún hoy constituyen los reclamos turísticos de Canarias.

Como hemos podido ver, Tenerife gozaba de una gran reputación por su benigno clima. Pero entonces sólo se atendía al espacio insular por su clima cálido, agradable temperatura y ausencia de humedad.  Sin embargo, ahora se trataba del estudio de la influencia de los rayos solares en las determinadas patologías. Ese fue el gran cometido de la expedición a Las Cañadas del Teide en Tenerife protagonizado por un buen número de médicos, bioquímicos y fisiólogos, que aunque procedía de varios países europeos (Inglaterra, Austria, Francia y Alemania) ha pasado a la historia como la Expedición Alemana a Las Cañadas de 1910 por estar organizada por el alemán Gotthold Pannwitz con la ayuda del káiser Guillermo II.

En efecto, la expedición de 1910 a Las Cañadas del Teide fue organizada por Gotthold Pannwitz, médico militar alemán, aunque contó también con sus compatriotas, el meteorólogo Hugo Hergeselly la colaboración de Nathan Zuntz, médico, físico y químico. Gotthold Pannwitz era el secretario general de la Asociación Internacional Antituberculosis y destacado miembro de la Cruz Roja de Alemania, que había formado la compañía Kurhaus Betriebs Gesellschaft, responsable de la explotación del hotel Taoro desde 1905, y su colega, Hugo Emil Hergesell era un destacado geofísico y meteorólogo responsable de la Estación Meteorológica establecida en Las Cañadas desde 1909.

Los objetivos de la expedición eran tres: astronómico, aeronáutica y terapéutico. Desde la perspectiva astronómica se trataba de analizar el cometa Halley a su paso por la tierra en 1910; desde la aeronáutica se trataba de analizar el electromagnetismo, los efectos de los alisios y las direcciones de los vientos, aunque ya habían sido analizados por el grupo de científicos establecidos en 1908/09, con Robert Wenger a la cabeza, y por último, desde la perspectiva terapéutica, realizar el análisis de los fenómenos atmosféricos, respiratorios y alimenticios, así corno los efectos de la luz solar, en la cura de la tuberculosis y enfermedades de la piel.

 

[1] Boyer, Marc. L’invención du tourisme. Gallimard. París, 1996. Pág., 28

[2] Black, Jeremy. El Grand Tour in the Eighteenth Century. London, 1992. Pág. 181.

[3] Cook, James. Voyage to the Pacific Ocean: undertaken by command of His Majesty for making discoveries in the Northern Hemisphere: performed under the direction of Captains Cook, Clerke and Gore, in the years 1776,1777,1778,1779 and 1780, being a copious, comprehensive and satisfactory abridgment of the voyage.  Captain James Cook … and Captain James King . John Stockdale, Scatcherd and Whitaker, John Fielding, and John Hardy. London, 1784.  Pág., 24.

 

[4] White, John. Journal of a voyage to New South Wales with … plates of nondescript animals, etc. London, 1790. British Library. 454.h.17.(1.) . Pág.,  Pág., 8.

[5] Staunton, George. An Authentic Account of an Embassy from the King of Great Britain to the Emperator of Chine. W. Bulmer and Co. London, 1797. 3 vols. vi. Pág., 47.