LAS JORNADAS CANARIAS EN MANCHESTER, DEL DEL 24 AL 26 DE NOVIEMBRE 2010

Inglaterra y Canarias a través de la historia. Razones de una interdependencia. 

Nicolás González Lemus

Las relaciones entre Canarias y Gran Bretaña han pasado por diferentes momentos a lo largo de la historia, siempre determinadas, sobre todo, por el devenir económico y la coyuntura internacional. Siempre han basculado entre la guerra y la paz porque la historia de Europa hasta el siglo XIX se establecía al son de los intereses de las diferentes Coronas. Así, cuando España e Inglaterra mantenían buenas relaciones las actividades económicas fluían con toda normalidad. Pero, en la medida en que también ha habido asentamiento de una colonia y, más tarde, a partir del último cuarto del siglo XIX, una notable comunidad, han tenido una decisiva influencia en el panorama social y cultural del archipiélago canario. Ha sido la más numerosa de las colonias extranjeras en Canarias.  

A través de libros de viaje, historias fantásticas, mitología marina y representación car­tográfica existía desde la Edad Media un vago conocimiento de las Islas Canarias. Conocimiento que también se disponía en Inglaterra. En el puerto de Bristol, por ejemplo, se conocía la leyenda de la isla del Brasil, las Siete Ciudades, tierras de las maravillas, y la misma historia  del monje irlandés San Brandán el Navegante, que partió el 22 de marzo de 516 con otros diecisiete monjes en un barco para buscar el Paraíso Terrenal, y que en las Islas Canarias dio origen a la leyenda de la isla de San Borondón.

Y fueron precisamente los comerciantes y marineros bristolianos, que ya frecuentaban el suroeste ibérico, los primeros en visitar las Canarias a través de Sevilla y Sanlúcar de Barrameda. Entonces las relaciones de los reyes de las Coronas de Inglaterra y España eran buenas. Recuérdese que la política de Enrique VII y su hijo, Enrique VIII, fueron de acercamiento con resultados positivos. En un principio se viajaba a las islas para la adquisición del único producto que se producía en ellas: la orchilla para tintes. Estamos a finales del siglo XV, todavía sin ser todas las islas conquistadas. Pero, una vez sometidas las islas, en el siglo XVI, se desarrolla la industria azucarera y a renglón seguido la vid, iniciándose así un tráfico importante de los preciados vinos.

Tenerife fue la principal productora en cantidad y calidad, no sólo de malvasía, sino también de vidueño -más flojo y de menor calidad y graduación -, que tenía salida para las Indias españolas (América). A continuación, tenemos los vinos palmeros, especialmente los producidos en la banda oriental, de no tanta exquisitez, pero con demanda en ambos Mundos. Los de Gran Canaria eran de menos calidad. Muchos ingleses, favorecidos por las buenas relaciones entre España e Inglaterra, poseían el derecho de ejercer el comercio en todos los dominios españoles, incluida las Canarias, en tanto que lo dirigieran, como los mismos españoles, a través de Sevilla y las regulaciones que imponía la Casa de Contratación, creada en 1503. La actividad mercantil se vio favorecida a partir de 1508, momento en que se autorizó a los mercaderes a comprar en Canarias y llevar a las Indias todo tipo de productos no prohibidos por la Corona, aunque, al amparo de la permisibilidad, practicaron el contrabando. A partir de entonces, comenzó la presencia inglesa en las islas, sobre todo de bristonianos, londinenses y comerciantes del sur de Inglaterra. Viajeros ingleses frecuentan Canarias por razones comerciales. Cargaban sus barcos con manufacturas (ropa de varias clases y de diferentes colores, bramantes, jabones y otras mercancías) para venderlas en las costa de la Berbería y en los puertos isleños. A su vez, regresaban con azúcar, vino, pieles de cabrito y orchilla, muy abundante en La Gomera, El Hierro y Fuerteventura. Ese fue el intercambio que hicieron en la década de 1520 Thomas Midnall y William Ballard, mercaderes de Bristol que residían en Sanlúcar y que comerciaban con las Indias. En las islas dos comerciantaes, Anthony Hickman y Edward Castelin, habían establecido un comercio regular a través de dos factores, Edward Kingsmill, en Las Palmas de Gran Canaria, y Thomas Nichols, en Santa Cruz de Tenerife,

En este contexto debe de enmarcarse las visitas a partir de 1562 de John Hawkins a Tenerife para entrevistare con el comerciante isleño Pedro de Ponte y Vergara, primer alcalde de Adeje, como asunto de fondo, el comercio de esclavos.

Pronto el archipiélago también se convierte en un centro de aguada y avituallamiento. Ello favoreció el paso de importantes expediciones, desde la primera travesía a la India realizada por una flota inglesa en 1591 al mando de George Raymond y James Lancaster, hasta las travesías atlánticas hacia Oriente y Occidente de las mayores compañías monopolistas que se formaron en el siglo XVII (la English West India Co., la English East India Co., la Dutch East India Co., la Dutch West India Co., la French East India Co., etc.).

Sin embargo, cuando se desencadena la guerra abierta hispano-inglesa (1585-1604) con Isabel I y Felipe II al frente de ambas Coronas, por  la cuestión de los Países Bajos y el monopolio español del comercio americano en las Indias, aparece la piratería en el caribe y aguas americanas; Canarias la padecería. Francis Drake visita Santa Cruz de La Palma en 1585 con enfrentamientos, también en Las Palmas de Gran Canaria con John Hawkins en 1595; William Harper ataca en 1593 Lanzarote y Fuerteventura; Walter Raleigh ataca Tenerife y Fuerteventura en 1595, y más tarde, en  1616, ataca Arrecife.

La paz establecida 1604 por Jacobo I, rey de Escocia en 1567 y de Inglaterra desde 1603 a 1625, y Felipe III, rey de España y de Portugal de 1598 a 1621, pone fin a las hostilidades. Pero al ser dos Estados con adscripciones religiosas diferentes, las relaciones solían ser tensas por la cuestión del monopolio del comercio americano y la presencia de la Inquisición, aunque, hasta cierto punto, permisibles siempre y cuando los residentes solamente realizaran la actividad comercial.

Dentro de este contexto, Canarias recibió la visita en 1624 de uno de los mayores viajeros del siglo XVII, Thomas Herbert (1597-1642), que por su talante y educación, el parlamento lo designó para que acompañara al rey Carlos I las últimas semanas hasta la hora de su ejecución en el cadalso

También fue el memento de la realización de la primera excursión al Teide. En 1646 u 1650, según las fuentes, la realizó un grupo de mercaderes ingleses establecidos en el Puerto de la Cruz (entonces Puerto de Orotava): Philips Ward, John Webber, John Cowling, Thomas Bridges, George Cove y un tal Clappham. La excursión al Teide de estos comerciantes la incorporó a la primera historia de la Royal Society de Londres en 1667 Thomas Robert Sprat –que más tarde sería obispo de Rochester y deán de Westminister–, justo cinco años después de la fundación de la sociedad por Orden Real de Carlos II.

Fueron años de visitas de un buen puñado de viajeros que cruzaban el Atlántico  y el Reino Unido era el mejor cliente. Desde Canarias los ingleses seguían llevándose azúcar (aunque menos porque los ingleses comenzaron con la producción en Jamaica), sangre de drago, bastante y orchilla y sobre todo vino. A su vez, traían  gran cantidad de manufacturas y mercancías con gran demanda en las islas. Estas eran fundamentalmente ropa de lino, paños finos negros y grises, cintas estrechas para la costura, espadas, pistolas, cuchillos, peines, relojes y capas de caballeros. El comercio suponía un provechoso beneficio por la gran cantidad de manufacturas que los ingleses vendían en las islas a buen precio, comprando pipas de malvasía barata, lo cual permitía la reventa en Gran Bretaña a precios moderados.

Eran tan estrechas y fructíferas que en la década de 1650 Inglaterra establece su propio consulado en La Laguna, por entonces capital de Tenerife, donde había una considerable colonia de comerciantes británicos que operaban con el puerto de Santa Cruz; pero en la medida en que había dos fondeaderos de donde un nutrido número de mercaderes ingleses también realizaba el comercio con el exterior, el Puerto de la Cruz y Garachico, se nombra unos viceconsulados en esos núcleos. La importancia económica y social de la colonia inglesa en el Puerto de la Cruz obligó que el consulado se mantuviera en el lugar hasta que fue trasladado a la capital en 1831, pero se mantuvo desde entonces un viceconsulado, además fue el puerto donde se estableció el primer cementerio anglicano en territorio español, 1680.  

Sin embargo, la legislación proteccionista impuesta por Gran Bretaña entre 1650 y 1696, conocidas como las Navigation Acts de 1651 de Cromwell y continuada con el Staple Act de 1663 de Carlos II, para incrementar la contribución a las arcas del Estado a través del mercado de ultramar, obligaba a todos los barcos que quisieran realizar el comercio en los puertos de Inglaterra o en sus colonias a realizarlo bajo pabellón inglés. Según estas disposiciones, los vinos en el futuro deberían ser transportados a Inglaterra, donde pagarían altos aranceles, vueltos a embarcar rumbo a las colonias, previo pago de impuestos de salida, al igual que de entrada en el punto de destino americano. El precio de venta al público en destino tendría forzosamente que ser elevadísimo, tanto por el aumento de los impuestos como por la carestía de los fletes. Se endureció mas tarde tras el matrimonio de Carlos II de Inglaterra con la princesa portuguesa Bárbara de Braganza en 1662. Como afirma el profesor Bethencourt Massieu, a partir de ahora, quedarán exentos de los aranceles la sal procedente de las islas de Azores, destinada a la salazón de la pesca de Nueva Inglaterra, los víveres de Irlanda y los vinos de los archipiélagos portugueses del Atlántico”. Consecuencia: a finales del siglo XVII comienza la lenta agonía del vino malvasía. Se reduce considerablemente el mercado inglés, se padece una recesión económica muy fuerte  y Tenerife vive momentos de mucha tensión después de la formación de la Compañía de Mercaderes de Londres el 17 de marzo de 1665 para el negocio con las Islas Canarias.

Esta política arancelaria impuesta por Inglaterra duró hasta 1690. En la década siguiente estalla la Guerra de Sucesión Española, conflicto internacional por la sucesión al trono de España tras la muerte de Carlos II, que duró desde 1701 hasta 1713, aunque la resistencia en Cataluña se mantuvo hasta 1714 y en Mallorca hasta 1715. Inglaterra y España vuelven a enfrentarse. Se producen nuevos ataques piráticos a las islas. John Jennings intentó invadir Santa Cruz de Tenerife en 1706 y es repelido bravamente por la población. O las andanzas del más destacado pirata del momento: Woodes Rogers. El 18 de septiembre de 1708, partió del puerto una barca matrícula de Orotava, de 25 toneladas, llevando a bordo a 45 pasajeros, entre ellos al padre guardián y tres frailes de compañía y carga general, con rumbo a Fuerteventura. Dos barcos piratas le salieron al paso entre Gran Canaria y Fuerteventura  y capturaron la nave. Los barcos en cuestión eran ingleses. Se trataba del Duke, de 320 toneladas, 30 cañones y 117 hombres de tripulación, al mando del capitán Woodes Rogers; y, el segundo, el Duchess, de 260 toneladas, 26 cañones y 108 hombres de tripulación al mando del capitán Stephen Courtney. Procedían de Bristol, armados por comerciantes y armadores ingleses, e iban a dar la vuelta al mundo, que duraría de 1708 a 1711, pero por consejo del capitán Rogers pasaron primero por Canarias, para proveerse de aguardiente y vino para combatir el frío que habrían de encontrar al doblar el Cabo de Hornos.

En esta guerra España cede Gibraltar a Gran Bretaña en el Tratado de Utrech en 1713 y se produjo la ocupación británica de Menorca, lo que agravaría las relaciones entre las dos naciones y marcaría toda la política exterior de la Monarquía española con respecto a Gran Bretaña, pues nunca renunció a los intentos de recuperar las dos plazas perdidas. Se tensarían bastante las relaciones, aunque nunca se interrumpieron con las islas, porque  tanto los dirigentes de la metrópolis como locales sabían que se asfixiaría la economía del archipiélago canario dada la enorme dependencia con Albión.

Cuando en el invierno de 1762 estalló de nuevo la guerra entre España e Inglaterra, Tenerife se hallaba en un estado muy miserable por falta de productos de primera necesidad y víveres, por lo que la institución insular decidió recurrir al rey suplicándole que permitiera algún comercio con las embarcaciones inglesas bajo bandera neutral para el suministro de comestibles a las islas. El rey, atendió la solicitud de los isleños, e incluso permitió que se realizara el comercio con Inglaterra bajo bandera enemiga, y, sobre la marcha, encargó 6.000 fanegadas de trigo para las islas a bajo precio, siendo el resto del costo sufragado por la Hacienda Pública.

Pero a lo largo de los años, las Islas Canarias se habían convertido en un enclave geográfico de avituallamiento donde se podía adquirir agua, frutas, verduras, bueyes, corderos, cerdos, aves de corral, pescado salado, y, sobre todo, vino, mucho más barato que en Madeira, igual de barato  el resto de sus víveres, por lo que necesitaba la venta de los mismos.

En Santa Cruz y el Puerto de la Cruz se encontraban una buena colonia de comerciantes anglo-irlandeses como David Lockhard, inglés residente en el lugar desde 1741, , la casa comercial Pasley and Little, John Enmanuel Mitchel (escocés establecido en 1790), Michael Chancey (residente desde 1750) o irlandeses como Juan Cólogan, David William Mahony (residente desde 1751), John Culmann (establecido desde 1786), Dionisio O’Daly, Diego Barry, Tomás Cullen, entre otros.

Por la propia condición de lugar de avituallamiento, su exuberante vegetación, belleza paisajística y la presencia del Teide, auténtico reclamo romántico en el hombre ilustrado del siglo XVIII, la mayoría de las expediciones científicas hicieron escala  Tenerife.

Por ejemplo, el capitán James Cook, en su tercer viaje de 1776 en el Resolution visitó el puerto de Santa Cruz de Tenerife para hacer aguada. Con él venía el doctor William Anderson, médico y naturalista de bordo,  que padecía de tuberculosis,  murió a bordo del Resolution el 3 de agosto de 1778 a consecuencia de ella y señaló directamente las propiedades terapéuticas del clima insular:

El aire y el clima son notablemente sanos y particularmente apropiados para prestar alivio a enfermedades tales como la tuberculosis.

William Anderson aconsejó a los médicos que enviaran a sus pacientes a Tenerife a causa de la uniformidad de la temperatura y la benignidad de su clima, en lugar de recomendarles el continente europeo o Madeira, como usualmente sucedía, y que se conocería en la historia con el nombre de Grand Tour. Exaltación del clima que le mereció la atención a futuros viajeros como reclamo turístico

Pero cuando todo parecía marchar con cierta normalidad, la Guerra la Independencia de Estados Unidos (1777-83) sirvió a España como excusa para lograr la revancha contra Gran Bretaña. Floridablanca,  nuevo Secretario de Estado (especie de Ministerio de Asuntos Exteriores), cargo que ocuparía  por 15 años (1777-92), endureció la política con Gran Bretaña y decidió la intervención en apoyo de los revolucionarios norteamericanos. Ello supuso la llegada a las islas de los ecos del conflicto bélico, y aunque en las islas los barcos ingleses realizaban el comercio con relativa tranquilidad, podían ser perseguidos para su captura. El 25 de octubre de 1777 un barco que venía de Londres para realizar el comercio con John Pasley and Co.,  casa inglesa establecida en Santa Cruz y el Puerto de la Cruz, fue apresado bajo el fuego de los cañones del castillo de San Juan; y pocos después, los americanos apresaron un navío inglés que partió del Puerto de la Cruz cargado de vino; u otro ocurrido cuando una embarcación inglesa cerca de Tejina  siguió una embarcación americana que logró refugiarse en las playas del lugar, dirigiendo contra tierra el barco inglés varias descargas. Dado que el Estado no tenía suficientes recursos militares para defender las islas de los ataques de piratas ingleses, en 1780 se pidió al Juez de Indias que se concediesen patentes de corso para actuar en el archipiélago

Floridablanca consiguió recuperar Menorca (1782), y tras la Paz de Versalles de 1783, los puertos canarios volvieron a ser visitados por la mayoría de las expediciones británicas, incluso francesas, aunque nunca estas tuvieron problemas por ser entonces Francia país aliado a través de los Pactos de Familia. Tenemos, por citar las más importantes, la del capitán Arthur Phillip, el 13 de mayo de 1787, al frente de la First Fleet, expedición encargada de transportar  setecientos cincuenta presos a Australia para formar una colonia penal en Botany Bay, como remedio al alarmante aumento del número de reclusos en el país, y como beneficio secundario ver la posibilidad de obtener mástiles y madera para que las embarcaciones de las flotas inglesas de la India pudieran usar. Venía acompañado de oficiales Watkin Tench, John White, entre otros.

Al año siguiente, estuvo Wiliam Bligh, el capitán, comandante de la Bounty El capitán Bligh recorre las calles de la ciudad, interesándose por las peculiaridades de Santa Cruz  y se suministró de vinos,  víveres y agua.  La Bounty se despide de la isla el día 10 de enero de 1788 rumbo a su destino para formar parte de los hitos de la navegación del siglo XVIII.

También estuvo en el Puerto de Santa Cruz de Tenerife la expedición de la Third Fleet, 11 barcos bajo el mando de los capitanes John Parker, el 15 de marzo de 1791, con destino a Nueva Gales del Sur, para sustituir el destacamento de infantes de marina establecido desde el primer asentamiento británico realizado con la First Fleet por el nuevo cuerpo de recién creado, llamado New South Wales Corps.

O la realizada en 1792 con motivo del viaje del vizconde de Dervock y barón de Lissanoure, lord George McCartney, para negociar los derechos comerciales de la corona británica en la China y el establecimiento de la primera embajada de S M en Pekín. Entre los dos más destacados acompañantes del embajador se encontraban los distinguidos navegantes John Barrow, su secretario, y George Staunton. 

Toda la política exterior de los primeros Borbones está dirigida a defender y conservar los dominios españoles en América, así como recuperar Gibraltar y Menorca como otras posesiones, de su enemiga, Gran Bretaña, y para ello estableció una estrecha relación con Francia.

Pero en 1789 estalló la Revolución Francesa, acontecimiento político que incidió, no sólo Francia, sino también en otras naciones de Europa. En un principio el objetivo prioritario del secretario de Estado, Floridablanca, consistió aislar a España de todo contacto y cerrar el país a toda posible penetración de la ideología subversiva procedente de Francia. Las inmediatas medidas no se hicieron esperar. Mayor vigilancia y control con vistas a evitar la entrada de obras impresas de contenido sospechoso que afectaban directamente a la colonia francesa establecida en España. Una Real Orden de 1791 estableció registrar el número de extranjeros en suelo nacional.

En Santa Cruz de Tenerife y en el Puerto de la Cruz había, según el censo de 1791, 84 súbditos extranjeros; 56 británicos residía en Santa Cruz y 28 en Puerto de la Cruz. Todos los domicialiados en la capital eran católicos. Sin embargo,  de los 28 residentes en el Puerto de la Cruz, 19 eran domiciliados católicos y 9 transeúntes, siete británicos protestantes.

Entonces a los residentes extranjeros en las islas se le aplicó la reglamentación de las Leyes Octava y Novena, Título Once, Libro Sexto, de la Novísima Recopilación, la cual establecía la categoría de herejes y enemigos. Había dos categorías de residentes o visitantes: los avecindados y transeúntes. Eran considerados avecindados aquellos

«que juraban observar la religión católica y guardar fidelidad a ella y al Rey de España y querer ser sus vasallos, sujetándose a las leyes y prácticas de estos Reynos, renunciando a todo fuero de extranjería y a toda relación, unión y dependencia del País en que nació, y prometiendo no usar de la protección de él ni de su Embajador, Ministro o Cónsules, todo bajo las penas de galeras [castigo que se imponía consistente en remar en las galeras reales], presidio o expulsión absoluta de estos Reinos».

Por su parte, eran transeúntes todos aquellos extranjeros acogidos a la religión protestante,

«los cuales no pueden ejercer las artes liberales ni oficios mecánicos en estos Reynos, a menos que preceda licencia o mandato expreso de Su Majestad, y que si se ocupasen en tales ejercicios y proyecciones tendrán que salir de la Provincia en el término de dos meses».

Pero, las relaciones entre España y Francia entran en 1792 en una etapa de mayor tensión tras la proclamación de la república en París. España y Gran Bretaña se alían contra la Francia revolucionaria. Por Real Decreto comienza la expulsión de franceses y el secuestro de sus bienes. Y principios de 1793, cuando la situación había comenzado a tensarse aún más tras la ejecución del rey Luis XVI,  el 21 de enero, España declara la guerra a Francia y se procede al extrañamiento de franceses no domiciliados, a su vez se levanta expediente de expulsión a cuantos mercaderes estaban en las islas.

Sin embargo, poco duró la alianza con Gran Bretaña. Esta será de nuevo la enemiga de España consecuencia de la firma del tratado de San Ildefonso en 1796 por Godoy. Los viajes ingleses por las islas se interrumpen. En este contexto hay que ubicar el intento de la flota británica comandada por el almirante Horatio Nelson de apoderarse de la plaza de Santa Cruz de Tenerife el 25 de julio de 1797, y que fue rechazada tres veces por las fuerzas dirigidas por el general Antonio Gutiérrez. Entonces era normal ver navíos ingleses por nuestras costas durante los años de la contienda bélica, realizando acciones puramente piráticas. Valga como ejemplo, entre las muchas que sucedieron, el apresamiento el 2 de febrero de 1807 en La Gomera del barco San Antonio por un corsario inglés, llevándose consigo 17 reses y 21 carneros. Las islas vivían en permanente tensión por la acción de los enemigos ingleses, realmente serias en las islas menores por carecer de unas defensas adecuadas.

Sin embargo, cuando los acontecimientos de la guerra se precipitaron y la política de alianza cambió radicalmente, tras la caída y posterior prisión de Godoy el 19 de marzo de 1808, y Carlos IV se vio forzado a abdicar a favor de su hijo Fernando, dando comienzo la cruenta guerra de resistencia contra los france­ses durante seis largos años (1808-1813), Gran Bretaña será de nuevo la aliada de la Monarquía española, a pesar de los encuentros y desencuentros

Los puertos volvieron a ser visitados por barcos de todas las naciones sin peligro alguno. El trasiego de buques ingleses era considerable con víveres y mercancías manufacturadas. Incluso ayudaron con el tráfico de prisioneros. El día 12 de mayo de 1809, dos navíos de guerra de la Royal Navy, el Leviahan y el Conquis, de 74 cañones, al mando de los capitanes John Harvey y Fellowes llegaron al puerto de Santa Cruz, para ayudar a los navíos españoles en el trabajo de traslados de presos. El bergantín Juana, al mando del capitán Robert Tompsom, trasladó al puerto de Santa Cruz 185 prisioneros. También, ese mismo día, llegaron dos navíos de guerra españoles, el Montañés de 76 cañones, y el San Lorenzo, de 74 cañones, al mando del brigadier José Quevedo y el capitán Santiago Virrizalde, respectivamente, con 800 prisioneros franceses; y más tarde, tres bergantines españoles, el Elena, el Santo Domingo y el San Miguel, capitaneados  por Miguel Centeno, Ambrosio Martínez de Fuentes y Vicente Lemus condujeron 449 prisioneros desde Cádiz a las prisiones de las islas, ayudados por ingleses.

Tras la finalización del conflicto bélico y la liquidación definitiva del Imperio napoleónico (1815) y el levantamiento del bloqueo continental decretado a Inglaterra, Europa vivirá los procesos nacionalistas, triunfa el librecambismo y se restablecerá la paz en los mares que se conocerá como la PAX BRITANNICA. Y cuando en Gran Bretaña se despertó el interés por la exploración geográfica de África, no solo por razones científicas y comerciales, sino, en parte, por la invasión de Napoleón de Egipto en mayo de 1798, algunos expedicionarios arribarán en los puertos de las islas. Por traer algunos, podría ser la expedición de 1825 de Hug Clapperton, acompañado de Robert Pearce y Richard Lander, momento que marca un antes y después de la exploración británica de África.

También va a suponer la aparición en tierras isleñas de la British and Foreign Bible Society (B.F.B.S.) de Londres. En el invierno de 1823 aparecieron por Santa Cruz los primeros misioneros, el reverendo H. Palmer Reid y durante el verano y otoño del mismo año, John Le Maitre. Con ellos comenzaron las acciones misioneras de la British and Foreign Bible Society a través de los barcos ingleses que realizaban el comercio con las islas y América. Con el gobierno  del Trienio Liberal (1820-1823), el país vivió una actividad de plena libertad, pues fue la abolición definitva de la Inquisición y se permitió a los ingleses no católicos dedicarse a otras actividades que no fueran las puramente comerciales, pues con anteriordidad se les tenía prohibído cualquier otro tipo de trabajo; aunque, con la restauración absolutista, tras el regreso Fernando VII (1823-1833), se estable un mayor control y vigilancia sobre los extranjeros en suelo nacional, y  la introducción de libros no autorizados no gozaron de tan buena suerte.

Pero España acogerá con los brazos abiertos el regreso de los exiliados románticos en tierra británica, los cuales introducirían las corrientes de pensamiento inglés. Es el momento de la entrada definitiva de la economía canaria en los emporios comerciales extranjeros, especialmente británicos. Desde las primeras décadas del siglo ya estaban operando en las transacciones comerciales isleñas nuevos hombres de negocio como James Swanston, Robert Houghton, Thomas Miller y otros en Las Palmas de Gran Canaria; y Gilbert Stuart Bruce, Lewis Gellie Hamilton, William Davidson y otros, en Santa Cruz de Tenerife.

Precisamente la importancia que estaba teniendo en la economía nacional la presencia extranjera, el triunfo del librecambismo y la llegada al poder de los progresistas van a garantizar en la Constitución de 1869 la libertad de culto a todos los extranjeros residentes en España, artículo 21, y el artículo 25 expresa que todo extranjero podrá establecerse libremente en territorio español y dedicarse en él a cualquier profesión, así como ejercer su industria. Y aunque los ingleses se verían con cierto distanciamiento y rechazo por la población y la Iglesia por ser su práctica religiosa herética, constitucionalmente no habría marcha atrás. En efecto, las garantías constitucionales de libertad religiosa y libre movimiento en territorio nacional se ratificarían en la nueva Constitución aprobada por la restauración conservadora de 1876.

Así pues, a finales  del siglo  aparecieron  más hombres de negocios como Henry Wolfson, Richard Ridpath Blandy, Edward Fyffe, Alfred L. Jones, Cecil Barker, Richard J. Yeoward, etc., todos con legítimos derechos de ejercer sus actividades económicas en las islas. Todos participarán o formarán  compañías con el firme propósito de ejercer la actividad empresarial en Canarias, respondiendo a las necesidades de mercado de ultramar de la economía imperial británica, bien a través de la importación de manufactura, productos químicos y tecnología británica, bien a través de la exportación de las nuevas materias primas, sobre todo culinarias (tomates, plátanos, papas y cebollas) para el abastecimiento del mercado interior de Gran Bretaña, o bien a través de las primeras compañías turísticas formadas expresamente para poner en marcha el sector. Será la iniciativa inglesa la que contribuya notable y decisivamente a su establecimiento y a fomentar esta incipiente actividad turística, atreviéndonos a afirmar, que se debe a ellos el despegue de dicha industria en las islas.

Hace su aparición un gran número de viajeros y sobre todo de médicos británicos para verificar la idoneidad de Canarias como centro turístico, entonces health resort (médico-turístico) porque la inmensa mayoría de turistas a las islas eran infermos de tuberculosis y bronquiales. Se trataba de un turismo terapéutico.

Un enorme número de publicaciones inglesas (también francesas y alemanas) sobre Canarias aumenta considerablemente durante el ochocientos, escritos por visitantes británicos a las islas. En general, podemos clasificarlo en tres vertientes: primero, los que se centran en la perspectiva científica y naturalista (por ejemplo, Charles Lyell, abogado y geólogo británico, uno de los fundadores de la Geología moderna; o la expedición del Challenger, (1872-1876),  organizada por la British Admiralty y la Royal Society de Londres en colaboración con la Universidad de Edimburgo para cartografiar las profundidades y movimientos de los mares, registrar las temperaturas y corrientes de los océanos y otras investigaciones biológicas); segundo, los que se centran en el ensayo, donde se incluyen los «diarios de residentes, estancias de artistas, convalecientes y miscelánea en general» (por ejemplo, Richard Burton, el explorador, viajero, escritor, traductor, militar, que más destacó durante la época victoriana, además de un afamado lingüista que hablaba veinticinco lenguas y cuarenta dialectos); y tercero, las guías de viajes destinadas a orientar a sus compatriotas (destacaría la de Alfred Samler Brown, que conoció catorce ediciones, la primera en 1889 y la última en 1932. 

Los relatos de estos viajeros, dotados de una sólida capacidad de observación, suponen, a pesar de su condición extranjera, una insustituible fuente de información positiva y estimulante para la visita de las islas.  

Sin embargo, el viaje por razones médicas para el estudio de la climatología con fines terapéuticos fue la principal razón del viaje en el último cuarto de del siglo XIX. Las experiencias climatoterapéuticas realizadas en Europa y el temprano descubrimiento de la benignidad del clima de Madeira para la convalecencia de muchos turistas enfermos británicos (entonces conocidos como invalids) animaron a prestigiosos médicos a profundizar en el análisis del clima canario y su influencia en la salud. De esa manera, comenzaron a interesarse por el archipiélago doctores como sir James Clark, aunque éste no visitó las islas, el irlandés William Wilde, William White Cooper, William Marcet, Ernest Hart, Cleasby Taylor, Morell Mackenzie, Mordey Douglas, Coupland Taylor, Paget Thurstan, Briand Melland, entre otros. Sus estudios permitieron dar a luz unos conocimientos científicos del clima de Canarias y su relación con la medicina del momento, y serán ellos quienes convierten a Tenerife y Gran Canaria en los nuevos health resorts más al sur de Madeira, es decir, en dos nuevos «centros turísticos».

Son los años en que la libra esterlina, símbolo del poder imperial inglés, batía en retirada el movimiento del billete español en las islas, con gran quebranto para la economía. Tanto era así, que las cuentas en los hoteles se cobraban en libras esterlinas. Todas las operaciones se hacían con esa moneda. Una sola libra equivalía casi al sueldo de un mes de un trabajador canario. Con esta moneda, los ingleses que llevaban unos cuantos billetes de 5 libras eran tesoros andantes y la gente empezó a admirar y respetar tales visitantes. Se estaban modificando las costumbres. Se estaba alterando el castellano. La bebida favorita y de moda entre los isleños era el güisqui y el té, según Alonso Quesada. Las más fuertes operaciones comerciales se realizan con Inglaterra. Las principales casas pertenecían a los británicos. Las banderas inglesas ondeaban sobre los edificios. Los barcos (buques, fragatas, goletas, etc.) que «pueblan el mar son mayoritariamente británicos». Apenas «las enseñas de la patria [España] lucen en barcos de escasa proporción y si un trasatlántico español se detiene breves horas frente a Canarias es para entregar y recoger la correspondencia», afirma Isaac Latimer, periodista británico que visitó las islas con su hija en 1887.

En el Puerto de la Cruz, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, la colonia británica construye sus propias iglesias. En 1890 comenzó a editarse en el Puerto de la Cruz el primer periódico en lengua inglesa en Canarias, The Tenerife News,  y en 1903 en Las Palmas de Gran Canaria The Canary Islands Review, iniciativas que preocupan enormemente, porque son las islas los puntos de «nuestros territorios africanos donde más activa propaganda de la lengua y de sus mercancías hacen el pueblo británico», comentaba el periódico madrileño el Heraldo de Madrid. La influencia inglesa se estaba propagando considerablemente en detrimento del prestigio de España. Las Canarias «se parecían más a una colonia inglesa que a una provincia española», afirmaba el rotativo Las Canarias en 1902. Precisamente el viaje a las islas del rey Alfonso XIII en 1906 era para reafirmar la soberanía de España sobre las Canarias.

La britanización de Canarias, sobre todo en Tenerife, Gran Canaria y algo en La Palma, va a originar una aculturación sin precedentes, que con posterioridad iría extendiéndose por el resto del archipiélago.

La presencia británica en el archipiélago ya no se cortaría a partir del siglo XX hasta hoy día, excepto los períodos de guerras (la Gran Guerra, la Guerra Civil de España y la II Guerra Mundial), pero ya no serían ellos los enemigos a combatir. Lo inglés estuvo presente en muchos detalles de la vida diaria de los canarios de aquella época. El hecho de muchos canarios trabajar en empresas británicas (consignatarias, astilleros, empaquetados, hoteles, etc.) y muchas mujeres en las casas como dependientas del hogar, se asiste a la proliferación de un buen número de tempranos anglicismos en el habla de Canarias y formas de vida inglesa.

Producto de este reconocimiento mutuo, el archipiélago canario, sobre todo Tenerife y Gran Canaria, se convirtió en un centro turístico respetable en Gran Bretaña, aunque no un centro de moda porque no logró desplazar a la rivera francesa o al archipiélago madeirense entre los turistas ingleses,  sino en un centro atractivo por su templado clima a lo largo de todo el año, su exuberante vegetación y atractivo paisaje, con el Teide como primer icono de Canarias. Por tales razones,  se recibió algunos distinguidos turistas como Eduardo Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha (Eduardo VIII) con su amante Wallis Simpson, Agatha Christie, Winston Churchill, o tres de los componentes del grupo musical los Beatles, George, Paul y Ringo.

Hoy en día, Canarias sigue siendo un destino turístico preferido por los británicos. Ya sea por el auge de las compañías aéreas de bajo coste, las reducidas ofertas vacacionales en las islas, o por el valor superior de la libra esterlina con respecto al euro, a pesar del continuo fortalecimiento del euro frente a la libra, el mercado británico registra un importante incremento, incluso durante la década 2000..

Y este es la síntesis histórica del encuentro de dos pueblos: el británico y el canario. Las relaciones de Canarias con Gran Bretaña han permanecido ininterrumpidas a lo largo de seis siglos. Por otro lado, si en un principio las relaciones fueron puramente comerciales, a partir del último cuarto del siglo XIX han seguido siendo comerciales, pero, sobre todo, han proliferado unas relaciones económicas sobre la base del turismo, hasta tal punto que no hay ningún lugar del mundo que sea tan visitado en invierno por británicos que Canarias, no lo afirmo yo sino las estadísticas.