INGLESES Y FRANCESES EN LOS PUERTOS DE TENERIFE

DURANTE EL PERÍODO NAPOLEÓNICO

 

Las relaciones entre Canarias y el exterior han pasado por diferentes momentos a lo largo de la historia, siempre determinadas por la política internacional de España. El presente ensayo trata de acercarnos a la realidad en los puertos de Santa Cruz y el Puerto de la Cruz, los más importantes de la isla de Tenerife, desde el estallido de la Revolución Francesa, 1789, acontecimiento político que incidió, no sólo en Francia, sino también en otras naciones de Europa, hasta la caída del imperio napoleónico. ¿Cómo era la actividad portuaria mercantil? ¿Cómo variaban los asentamientos de los extranjeros en función de los acontecimientos bélicos? ¿Qué nuevos agentes se incorporan a la actividad portuaria?, son los cometidos del presente artículo. He utilizado para su elaboración archivos ingleses como la Public Record Office, Kew Gardens de Londres; British Library, también de Londres; British and Foreign Bible Society del Reino Unido; archivos locales como el Archivo Histórico de Tenerife,  Archivo Municipal de La Laguna, el Archivo Histórico Municipal del Puerto de la Cruz y el Archivo Regional Militar.

Los antecedentes históricos los ubicaría en la Guerra de Sucesión Española, conflicto internacional por la sucesión al trono de España tras la muerte de Carlos II, que duró desde 1701 hasta 1713, aunque la resistencia en Cataluña se mantuvo hasta 1714 y en Mallorca hasta 1715. Aquí España cedió Gibraltar a Gran Bretaña en el Tratado de Utrech en 1713 y se produjo la ocupación británica de Menorca, lo que agravaría las relaciones entre las dos naciones, pues España nunca renunció a los intentos de recuperar las dos plazas perdidas. A pesar de ello, nunca se interrumpieron con las islas, porque  tanto los dirigentes de la metrópoli como locales sabían que se asfixiaría la economía del archipiélago canario dada la enorme dependencia con Albión. España, en su decidida defensa de los intereses nacionales frente a Inglaterra, concretó con Francia tres Pactos de Familia, por los cuales ambos reinos mantendrían una estable alianza internacional directamente contra Inglaterra. Así pues, toda la política exterior de los primeros Borbones está dirigida a defender y conservar los dominios españoles en América, así como a recuperar Gibraltar y Menorca, como otras posesiones, de su enemiga, Gran Bretaña.

Pero el estallido y el inesperado triunfo de la Revolución Francesa (1789) cambiaron  las posiciones diplomáticas de España con Francia. En un principio el objetivo prioritario del secretario de Estado (especie de Ministerio de Asuntos Exteriores), el conde de Floridablanca,  consistió en aislar a España de todo contacto y cerrar el país a toda posible penetración de la ideología subversiva procedente del país galo. Las inmediatas medidas no se hicieron esperar. Mayor vigilancia y control a la colonia francesa establecida en territorio nacional. El 20 de julio de 1791 se publicaba una Real Cédula por la que se orde­naba la «Formación de matrículas de extranjeros residentes en estos Reynos con distinción de transeúntes y domiciliados».[1] El nombre de los censados debía ir acompañado de otra serie de datos: país de origen, estado civil, nom­bre y procedencia del cónyuge en el caso de los casados, número de hijos, si los había, religión, oficio y años de residencia. La medida, en apariencia de carácter general, tenía como objetivo real la colonia francesa que, a diferencia de las anteriores relaciones de comerciantes, fue sometida a una vigilancia más estrecha.[2]

En las islas la comunidad francesa no era muy numerosa. En la matrícula de extranjeros de 1791, en los dos principales puertos de la isla de Tenerife (Santa Cruz y el Puerto de la Cruz, entonces Puerto de Orotava) solamente había 15 franceses residentes. La mayoría estaba domiciliada en Santa Cruz; sólo había dos residentes en La Laguna y dos en el Puerto de la Cruz. La colonia más numerosa de extranjeros era británica, muestra de la gran relación comercial que existía entre Canarias y el Reino Unido, a paser de los permanentes enfrentamientos y tiranteces. Había 84 súbditos anglo-irlandeses:  56 residía en Santa Cruz y 28 en Puerto de Orotava. Todos los domicialiados en la capital eran católicos. Sin embargo,  de los 28 residentes en el Puerto de la Cruz, 19 eran domiciliados católicos y 9 transeúntes, siete británicos protestantes.[3]

En la Real Cédula también se establecía la categoría de herejes y enemigos[4] y se definía las dos categorías de residentes extranjeros en territorio nacional: avecindados y transeúntes.  Eran considerados avecindados aquellos «que juraban observar la religión católica y guardar fidelidad a ella y al Rey de España y querer ser sus vasallos, sujetándose a las leyes y prácticas de estos Reynos, renunciando a todo fuero de extranjería y a toda relación, unión y dependencia del País en que nació, y prometiendo no usar de la protección de él ni de su Embajador, Ministro o Cónsules, todo bajo las penas de galeras [castigo que se imponía consistente en remar en las galeras reales], presidio o expulsión absoluta de estos Reinos». Por su parte, eran transeúntes todos aquellos extranjeros acogidos a la religión protestante, «los cuales no pueden ejercer las artes liberales ni oficios mecánicos en estos Reynos, a menos que preceda licencia o mandato expreso de Su Majestad, y que si se ocupasen en tales ejercicios y proyecciones tendrán que salir de la Provincia en el término de dos meses».[5]

Las relaciones entre España y Francia entran en 1792 en una etapa de mayor tensión tras la proclamación de la república en París. España y Gran Bretaña se alían contra la Francia revolucionaria. Por Real Decreto comenzó en las islas la expulsión de franceses y el secuestro de sus pertenencias. Y a principios de 1793, cuando la situación había comenzado a tensarse aún más tras la ejecución del rey Luis XVI,  el 21 de enero, España declaró la guerra a Francia. Se procedió al extrañamiento de franceses no domiciliados y se levanta expediente de expulsión a cuantos mercaderes franceses establecidos, casi todos, en Santa Cruz, como José Plou,  Juan Francisco Martín, los hermanos Juan Bautista y Juan Evangelista Davigneau (empleados en la casa de comercio de Francisco Casalón, a su vez cónsul de Francia),  Juan Bosq, Antonio Anglés, Francisco Deyglun, Luis Duciel,  Juan Prion de Larroche, Andrés Dusautoy,  José Pusaire, y muchos otros.[6]

La colonia británica establecida en Santa Cruz y el Puerto de la Cruz gozaba de sus privilegios comerciales. Los vinos, principalmente blancos, se exportaban a las colonias españolas de América, Europa y se vendían en tierra a los navíos en sus rutas hacia el sur por ingleses como David Lockhard, Michael Chancey o la casa comercial Pasley and Little; escoceses como John Enmanuel Mitchel; o irlandeses, como Juan Cólogan, David William Mahony, John Culmann, Dionisio O’Daly, Diego Barry, Tomás Cullen, entre otros; a cambio, realizaban la importación de manufacturas inglesas –sombreros, calcetines, medias, sardinas, arenques ahumado y adobado, cerveza, material de ferretería, botellas, entre otros productos–.

Pero todo este sosegado comercio británico en los puertos isleños se vería truncado por la firma del tratado de San Ildefonso en 1796 entre España y Francia, realizado por Godoy. La orientación de la guerra cambió de rumbo. Inglaterra era ahora la enemiga y Francia la aliada. Era normal encontrar deambulando libremente por las calles de nuestros principales puertos a los corsarios franceses. Las escasas fondas en Santa Cruz solían estar animadas por su presencia. Tampoco era extraño que se dieran casamientos entre corsarios franceses y jóvenes naturales isleñas. Apenas nuestros puertos se vieron visitados por navíos ingleses. Y aunque los viajes transatlánticos eran pocos como consecuencia de la guerra, arribaban a los puertos isleños únicamente los viajeros y navegantes de las grandes expediciones francesas. En este contexto hay que ubicar el intento de la flota británica comandada por el almirante Horatio Nelson de apoderarse de la plaza de Santa Cruz de Tenerife el 25 de julio de 1797, y que fue rechazada tres veces por las fuerzas dirigidas por el general Antonio Gutiérrez.[7]

Ahora, los navíos franceses se encargarán de la vigilancia de las aguas isleñas y con sus salidas imponían la autoridad a través de permanentes ataques a los barcos enemigos ingleses. Destaca entre ellas el bergantín francés Vigilante, el cual apresó al bergantín inglés Neptuno en 1799; o la corbeta corsaria francesa La Mouche, conocida históricamente como La Mosca, que había llagado a las islas para reemplazar a la corbeta La Mutine, ya que ésta se trasladaba a la India. Las acciones de La Mosca en aguas canarias contra los ingleses duraron años[8] y eran temidas por su agresividad y eficacia en el momento de atrapar a sus enemigos. El 8 de abril de 1799 apresó al bergantín americano Armonía y mayor repercusión adquirió cuando en octubre de 1801 atrapó dos buques portugueses en La Palma y dos embarcaciones inglesas con todo el botín; barcos y marinos prisioneros fueron conducidos a Santa Cruz. Los barcos y enseres capturados se ponían a la venta en el muelle para que los compraran los naturales. También se vendían las presas y parte del botín. En agosto de 1799 se puso a la venta las presas hechas por el buque corsario La Mosca.[9] Cuando ocurría una acción como esta, inmediatamente se acercaban por nuestras aguas navíos ingleses. Lo sucedido con La Mosca atrajo siete navíos y una fragata de guerra inglesa y merodearon por el muelle de Santa Cruz. Se originó una gran tensión.

Solamente se lograba hacer alguna transacción económica con el Reino Unido tras algunas efímeras treguas. Por ejemplo, el tratado de Amiens dio un respiro de paz durante el cual el comercio canario efectuó signos de recuperación, dando salida a los caldos almacenados. Embarcaciones inglesas entraban en los puertos de Santa Cruz y después de días en el muelle partían sin incidentes. En enero de 1802 diez barcos ingleses arribaron en el Puerto de la Cruz para adquirir importantes cargas de los célebres vinos isleños de  la casa de John Pasley, residente en Santa Cruz desde muchos años antes, pero que en el puerto norteño ejercían como socios sus dos sobrinos, los hermanos Archibald y James Little, establecidos en 1774, formando a partir de entonces la casa comercial Pasley & Little. De Inglaterra comenzó a exportarse semillas de papas holandesas.

Había un gran tráfico en nuestros puertos de buques de guerra de España, Holanda y Francia, es decir, los pertenecientes a las naciones en conflicto contra Gran Bretaña, y era normal ver navíos ingleses por nuestras costas durante los años de la contienda bélica, realizando acciones puramente piráticas. Valga como ejemplo, entre las muchas que sucedieron, el apresamiento el 2 de febrero de 1807 en La Gomera del barco San Antonio por un corsario inglés, llevándose consigo 17 reses y 21 carneros. Las islas vivían en permanente tensión por la acción de los enemigos ingleses, realmente serias en las islas menores por carecer de unas defensas adecuadas.

Sin embargo, cuando los acontecimientos de la guerra se precipitaron y la política de alianza cambió radicalmente, tras la caída y posterior prisión de Godoy, el 19 de marzo de 1808, y la abdicación de Carlos IV, España se convirtió en el escenario bélico del enfrentamiento entre Francia y Gran Bretaña y el pueblo español se levantó en armas contra los invasores franceses. En ese ambiente cargado de rechazo a todo lo francés, no era extraño que se produjera un motín contra los franceses, como el ocurrido en el Puerto de la Cruz los días 3 de marzo y siguientes de 1810: una multitud exaltada y sin juicio acabó con la vida de los dos franceses Josef Bressan y Luis Beltrán Brual, ambos trabajaban en la casa de Cólogan. El primero, Bressan, soltero y de 41 año, era escribiente de Bernardo Cólogan y vi­vía con él en su casa desde hacía siete años; el segundo, Brual, era maestro de Letras y Música, regentaba una escuela creada por el propio Có­logan en una casa de su propiedad, en la Plaza de la Iglesia, actual Casa Parroquial. Después de sofocado el motín, al resto de los prisioneros se pudo trasladar a Santa Cruz.[10]

Gran Bretaña será de nuevo la aliada de España. Ahora quienes vigilaban nuestras aguas eran navíos de Gran Bretaña. Ayudó a la expulsión de los franceses del territorio nacional y al tráfico de prisioneros, a la inversa de como sucedía pocos años atrás. El día 12 de mayo de 1809, dos navíos de guerra de la Royal Navy, el Leviahan y el Conquis, de 74 cañones, al mando de los capitanes John Harvey y Fellowes, llegaron al puerto de Santa Cruz, para ayudar a los navíos españoles en el trabajo de traslado de presos. El bergantín Juana, al mando del capitán Robert Tompsom, trasladó al puerto de Santa Cruz a 185 prisioneros. También, ese mismo día, llegaron dos navíos de guerra españoles, el Montañés de 76 cañones, y el San Lorenzo de 74 cañones, al mando del brigadier José Quevedo y el capitán Santiago Virrizalde, respectivamente, con 800 prisioneros franceses; y más tarde, tres bergantines españoles, el Elena, el Santo Domingo y el San Miguel, capitaneados  por Miguel Centeno, Ambrosio Martínez de Fuentes y Vicente Lemus, condujeron 449 prisioneros desde Cádiz a las prisiones de las islas.[11]

Nuestros puertos volvieron a ser visitados por barcos de todas las naciones sin peligro alguno. El trasiego de buques con víveres y mercancías manufacturadas era considerable. Solamente en la primera quincena del mes de mayo de 1809 seis barcos ingleses y once naves norteamericanas arribaron en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, CUADRO I:

CUADRO I

Navíos británicos

El día 1, la balandra Pandora, capitán George Sheraton, con mercancías para la casa comercial de Diego Barry (Puerto de la Cruz).

El día 2, la balandra Buenaventura, procedente de Posmouth, al mando del capitán Thomas Kidd, con material para Phillip Baker.

El mismo día, otra balandra,  la Isabel, al mando del capitán Jacob Wett, sin carga alguna, dirigida a la casa comercial de Cólogan.

El mismo día, procedente de Madeira, llegó de Dublín el bergantín Juana, al mando del capitán George Reid, con carga para la casa Cólogan.

El día 7,  el bergantín José y María, capitán James Cotterel, con ropas y otros efectos para la casa  Juan Diego Amstrong en Santa Cruz.

El día 14, la balandra Juanica, al mando del capitán James Merces, con un cargamento de lana para la casa comercial del irlandés Patricio Murphy, en Santa Cruz.

Navíos americanos

El día 1, entró el bergantín Nuberi Port, al mando del capitán Jeremy Jower, con carga de manteca, carne, bacalao, queso, salmón, consignado a sí mismo.

El día  2, procedente de Charleston, entró el bergantín José, al mando del capitán George Prible, con tabaco, aguardiente de caña y arroz, también consignado a sí mismo.

El mismo día, procedente de Crorffolk, arribó el bergantín Andrew Coggen al mando del capitán William Curran, con harina, duelas y otras provisiones para Diego Barry.

El día 3, procedente de Norfolk, entró la goleta Dos Hermanos, al mando del capitán William Notholy, con cargamento de millo, arroz, carne de cerdo y vacuno, harina y duelas consignadas para la casa de Patrico Murphy.

El mismo día, procedente de Postmouth, un bergantín americano, Venus, capitaneado por William Trifethen, con madera, bacalao, carne de cerdo y barriles de pescado en salmuera, así como otros efectos.

También ese mismo día, procedente de Nueva York, el bergantín Ohio, al mando del capitán William Rust, con duelas y alquitrán consignados para James Little.

El día 4,  procedente de Nueva York, hizo escala el bergantín Isabel, al mando del capitán James Gamis, cuyo destino era Cabo Verde.

El mismo día, procedente también de Nueva York, arribó la fragata Pomona, al mando del capitán Hoyt, con madera, bacalao, galleta, salsa parrilla, arroz, té y cera para Diego Barry.

También el mismo día, procedente de Boston entró la fragata Bacus, al mando del capitán Joseph Davis, con duelas y víveres para James Little.

El día 5, procedente de Boston, arribó la fragata Medford, al mando del capitán Barrer, con harina, tabaco, aceite, algodón, duelas, y otros efectos para la casa comercial de Madam.

El día 9,  procedente de Sallen, llegó  el correo de Boston al mando del capitán James Manfield, con cargamento de harina, bacalao, arroz, velas, aceite de pescado y otros varios efectos para la casa comercial de James Little.

 

Fuente: Correo de Tenerife. Jueves 25 de mayo de 1809

 

Como podemos ver, la casa comercial Pasley Little and Co., figura como la más importante  del Puerto de la Cruz. Había dos casas comerciales que tenían representación en el Puerto de la Cruz y Santa Cruz de Tenerife. La propia Pasley Little and Co., y la casa Cólogan, por entonces con Bernardo Cólogan al frente, la cual tenía dos inmuebles en la capital desde donde suministraba a los barcos que arribaban.

En el ejercicio de contribución de 1821-22, las dos poseían 2 patentes de contribución, junto con la de Stuart Bruce, establecida en 1811.[12] Madrid y todos los puertos, independientemente del número de habitantes, que ejercían el comercio con el extranjero, estaban considerados en la 1ª Clase de Contribuyentes, por lo que estaba obligado a pagar 800 reales de vellón por patente. De las 14 casas comerciales o comerciantes individuales con patentes para el comercio al por mayor en el Puerto de la Cruz, 8 eran extranjeras, siendo 7 británicas. Las tarifas de las patentes eran:

 

TABLA II

 

1ª clase 800 reales de vellón

2ª clase 666 reales de vellón

3ª clase 533 reales de vellón

4ª clase 400 reales de vellón

5ª clase 266 reales de vellón

6ª   clase 133 reales de vellón

7ª   clase 120 reales de vellón

8ª   clase 106 reales de vellón

9ª   clase   93  reales de vellón

10ª clase   90  reales de vellón

 

 

El Puerto de la Cruz, primera localidad portuaria en los siglos XVII y XVIII, era el principal puerto de la isla de donde se realizaba las exportaciones de los productos agrarios de la comarca norte de Tenerife. Fue el principal lugar de asentamiento de una importante colonia anglo-irlandesa, pero el fin del conflicto trajo consigo la quiebra de muchos extranjeros establecidos en el lugar. Solamente las casas comerciales que operaban desde el puerto del valle de La Orotava  y Santa Cruz de Tenerife, el nuevo centro comercial que va a adquirir el protagonismo económico y político a partir del siglo XIX,  tuvieron mejor suerte, como las de Cologan y Pasley and Litle. Estos comerciantes resistieron mejor los embates negativos de la crisis. Sin embargo, los menos solventes desaparecerían. Acabaron sucumbiendo en el Puerto de la Cruz los comerciantes David Lockhard (inglés residente en el lugar desde 1741), David William Mahony (irlandés residiendo en el lugar desde 1751), John Culmann (irlandés establecido desde 1786), John Enmanuel Mitchel (escocés establecido en 1790), Michael Chancey (irlandés residente desde 1750), Dionisio O’Daly y Diego Barry, quizás lo dos más fuertes. Gilbert Stuart Bruce, socio de Barry, continuó por su cuenta.

Hacen su debut nuevos comerciantes de nacionalidad británica. Thomas Carpenter se establece en el Puerto de Orotava en el año 1819 con su esposa, la maderiense Isabel Fleming Goodall, y sus cuñados Andrew y David Goodall; Robert Thomas Henderson (natural de Londres) se establece en La Laguna en 1821 como transeúnte, entre otros.

Algunos empleados de esas casas desaparecidas continuaron residiendo en las islas aunque dedicados a otros negocios. Por ejemplo, Charles Sayer, inglés que vino al Puerto de la Cruz en 1817 para trabajar en la casa de comercio del irlandés Dionisio O’Daly, una vez la casa comercial fracasó, se casó con una natural del Puerto de la Cruz e instaló una fonda en el año 1822.

Las casas británicas que permanecieron establecidas en los puertos canarios solían traer desde su propio país a dependientes de confianza para los puestos directivos y de responsabilidad. Pasley and Little trajo como empleados para trabajar en la compañía en 1810 a Alfred Diston (de 38 años), y en 1830 a William Young (de 17 años) y desde octubre de 1831 a Charles Hilditch (35 años).[13] Gilbert Stuard Bruce tuvo como aprendiz al primer miembro de la casa Hamilton llegado a Tenerife en 1816, Lewis Gellie Hamilton (con 17 años).[14] Por el contrario,  recurrían a naturales del lugar para realizar los trabajos manuales.

También se solicitaban  a Gran Bretaña empleadas del hogar. El 15 de mayo de 1815 Elena Forstall, de la casa comercial irlandesa de Patricio Forstall (establecida en Santa Cruz de Tenerife en 1770) escribe desde Santa Cruz a Patrick Charles Power en Londres solicitándole que le consiga una persona de confianza que sepa español e inglés para enviarla a Tenerife, con un sueldo el primer año de 600 pesos y el segundo a convenir.

Durante años, las casas comerciales británicas fueron las mayores contribuyentes en las arcas de la Hacienda Pública en la medida en que la mayoría de las transacciones comerciales al por mayor era realizada por ellas. En las contribuciones por la Patente del Comercio al por mayor desde el ejercicio del año 1822-1823 en el Puerto de la Cruz figuran en la lista de los primeros contribuyentes Juan Cólogan, Pasley Little and Co, Bruce and Co., y Carpenter and Co. En las siguientes décadas seguirán figurando, aunque ya acompañados de algunos nacionales como Francisco Nepomuceno, Francisco Ventoso, entre otros.

Tras la finalización del conflicto bélico y la liquidación definitiva del Imperio napoleónico (1815) y el levantamiento del bloqueo continental decretado a Inglaterra, Europa vivirá los procesos nacionalistas, triunfa el librecambismo y se restablecerá la paz en los mares que se conocerá como la PAX BRITANNICA. Es entonces cuando en el Reino Unido se despertó el interés por la exploración geográfica de África, no solo por razones científicas sino también comerciales, y aparecen en nuestros puertos una  nueva actividad de manos de los británicos: las misiones protestantes. Pretendían difundir la Biblia y los Evangelios en lengua española y portuguesa sin anotaciones o comentarios y sin los textos apócrifos por todo el mundo para así poner al alcance del mayor número de creyentes el texto del libro sagrado auténtico, contradiciendo los de la Iglesia romana. Pensaban que la lectura del auténtico texto minaría las bases de la dominación de la Iglesia católica y ayudaría a difundir el liberalismo; y en aquellas regiones no cristianas, para extender las bases de la civilización y religión occidental con el fin de abrir pasos a la explotación comercial. Supuso un gran esfuerzo misionero, sobre todo, en África e Hispanoamérica

Ya en 1804, año en que Napoleón fue coronado emperador de los franceses y comenzaron los preparativos en el campo de Boulogne para invadir Inglaterra,  la Church Missionary Society (fundada en 1795) comenzó su plan de evangelización de la costa occidental de África, donde estaban incluidas las Islas Canarias.[15] El lugar más importante de actuación de la sociedad bíblica era Sierra Leona, convertido en el centro administrativo de la dominación británica de la costa. Canarias dependería de su Diócesis. Dos años después, en 1806, ya había publicado 100 ejemplares del Nuevo Testamento en español, aunque la Inquisición se encargó de que en España no hiciera su aparición hasta años después de 1826. Pero no sucedió lo mismo en Canarias, dada la frecuente arribada de buques ingleses en  los puertos canarios, sobre todo en el de Santa Cruz de Tenerife, y las facilidades que se ofrecían para su penetración. En 1813 tenemos conocimiento de la presencia de un cierto protestantismo de misión, entendiendo por el mismo el realizado por el esfuerzo proselitista llevado a cabo por la sociedad misionera protestante. Un barco que realizaba comercio con nuestros puertos  dejó un pequeño lote de  Nuevos Testamentos en español en las islas.[16]  De aquí se embarcaban para América, analizada más adelante

Las subvenciones para las islas del Atlántico eran las siguientes:

Cabo Verde                            £151

Canarias                                  £175

Madeira                                  £450

Azores                                    £198

Como podemos ver, las partidas a Madeira y Azores, aliadas de Gran Bretaña,  eran con creces superiores dada la presencia de una considerable colonia comercial y fuerte presencia militar inglesa en ellas.

Con el gobierno  del Trienio Liberal (1820-1823) se vivió una actividad cultural como nunca, y tras la abolición definitva de la Inquisición se permitió a los ingleses no católicos dedicarse a otras actividades que no fueran las puramente comerciales, pues con anteriordidad se les tenía prohibído cualquier otro tipo de trabajo, como hemos visto. Ello permitió entonces a la British and Foreign Bible Society (B.F.B.S.) de Londres realizar la difusión  de libros de la Biblia en español en Tenerife con todas las garantías. En el invierno de 1823 aparecieron por el puerto de Santa Cruz los primeros misioneros, el reverendo H. Palmer Reid y durante el verano y otoño del mismo año, John Le Maitre. Con ellos comenzaron las acciones misioneras de la British and Foreign Bible Society a través de los barcos ingleses que realizaban el comercio con las islas. Después de atracar en el muelle, los navíos se encargaban de dejar pequeños cargamentos de los textos sagrados en español.  Como no existían librerías los vendían directamente. La B.F.B.S. operaba en Canarias a través de su oficina situada en Jersey (las Islas Británicas del Canal). El reverendo Le Couteur era el encargado de dicha oficina y periódicamente comunicaba a la central en Londres, en 10 Eart Street en Blackfiars, de la marcha de las operaciones en las islas.

Las biblias se vendían a un dólar y ochenta céntimos, un precio algo elevado dado que los derechos de aduana eran altos. En la carta que el 23 de junio de 1823 envía John Le Maitre a E. F. Ronneberg, secretario asistente de la B.F.B.S., le informa que por las 100 biblias recibidas de la British Brigg Unitty por medio del capitán John Curtis tuvo que pagar a la Oficina del Tesoro (Casa de la Aduana) 755 reales de vellón (r.v.). Según sus detalles:

Derecho fijo de entrada por cada libro 6 r.v. por unidad, total 600 r.v.

Patente de bandera canaria                                                                 150 r.v.

% sobre valor de mercancía                                                                    5  r.v.

TOTAL                                                                                                          755 r.v.

 

Pero cuando volvieron los “años negros”, como los llama Manuel Tuñon de Lara, con el regreso Fernando VII para gobernar con poderes absolutos (1823-1833) se desencadenó una feroz represión y acabó con todas las libertades establecidas por los liberales, además de restablecer los privilegios de la Iglesia. El 18 de octubre de 1823, el reverendo La Maitre escribe de nuevo a E. F. Ronneberg donde señala su temor si se confirmaba la toma de Cádiz por las tropas francesas y se produjera el regreso del rey a Madrid,[17] hechos que suceden cuando Cádiz se rindió el 1 de octubre, y Alicante el 5 de noviembre. Se aplicó de nuevo las primeras medidas para cuantificar y controlar a los extranjeros establecidos en el Estado, según la antigua Real Orden de julio de 1791.

A los protestantes se les seguió prohibiendo realizar actividades económicas que no fueran las puramente comerciales. Por su parte, los declarados Católicos Apostólicos Romanos no se les tomaba juramento bajo los Santos Evangelios, aunque también tenían que guardar fidelidad a Su Majestad el Rey y sus leyes. Estos sí podían avecindarse y ejercer libremente los oficios que desearan, tanto mecánicos com liberales, ya que era condición indispensable para hacerlos, ser católico.[18] Esta situación jurídica no cambiaría hasta el desarrollo legislativo contenido en el Real Decreto de Extranjería de noviembre de 1852,[19] aunque desde la muerte de Fernando VII (23-IX-1833) tales prohibiciones prácticamente no se cumplían. Precisamente, la importancia que estaba teniendo en la economía nacional la presencia extranjera, el triunfo del librecambismo y la llegada al poder de los progresistas van a garantizar en la Constitución de 1869 la libertad de culto a todos los extranjeros residentes en España, artículo 21, y el artículo 25 expresa que todo extranjero podrá establecerse libremente en territorio español y dedicarse en él a cualquier profesión, así como ejercer su industria. Y aunque se verían con cierto distanciamiento y rechazo por la población y la Iglesia por ser su práctica religiosa diferente, constitucionalmente no habría marcha atrás.[20] En efecto, las garantías constitucionales de libertad religiosa y libre movimiento en territorio nacional se ratificarían en la nueva Constitución de 1876, aprobada por la restauración conservadora.

Así pues, se realizó un mayor control y vigilancia de las autoridades sobre los extranjeros en suelo nacional, además de la prevención de la introducción de libros no autorizados. Los dos británicos de la B.F.B.S. encargados de la labor protestante en Canarias se ven obligados a abandonar Tenerife por ser transeúntes. A partir de ese momento, aprovechan los servicios de un capitán llamado Mahy, que solía frecuentar con su barco el muelle de Santa Cruz de Tenerife para transportar las biblias. Con el fin de establecer un punto fijo en Canarias para la realización del trabajo evangelizador, el hijo del capitán Mahy estableció una tienda en Santa Cruz, donde se almacenaba y distribuía los libros sagrados, aunque de forma clandestina. Pero los lugareños se dedicaban a la obstrucción y persecución de la difusión de los evangelios. Esta presión se hace sentir sobre el comercio del británico. Ante lo delicado de su situación, el joven Mahy escribió al responsable del área insular en Jersey, reverendo Le Couteur, donde le comunica el peligro que corre su tienda en la capital de Tenerife. Le Couteur, en una carta escrita el 28 de junio de 1826, informó a Londres que la tienda de Mahy en Santa Cruz de Tenerife estaba siendo muy vigilada y «que a consecuencia de las preguntas hechas por algunos oficiales de aduanas con respecto a los libros que él esperaba desde Inglaterra, encontró prudente esconder sus biblias y devolver los paquetes sin abrir». Comenta que existía el peligro real de que le cerraran el comercio. En esa misma carta alega  que el clero continuaba su lucha contra los protestantes y parece haber adoptado un nuevo plan de oposición ordenado últimamente por el «Deán a todas las iglesias y capillas».[21] A pesar de esas amenazas del clero, según los misioneros británicos, había interés entre las clases medias de las islas (fundamentalmente en Tenerife, Gran Canaria y La Palma) en adquirir las publicaciones.[22]

La permanencia de Canarias a la Corona de España impidió durante décadas que la actividad continuara. Cosa que no sucedió en las colonias al otro lado del Atlántico. Allí, las sociedades misioneras tuvieron mejor suerte que en Canarias al conseguir la liberación del dominio español. Precisamente, ante el desconcierto comercial en América, las mismas recesiones económicas atlánticas por la permanente guerra entre las potencias marítimas, así como la misma incapacidad del Estado y el vacío de poder a partir de 1808, favorecieron su penetración, y no era de extrañar que ayudara considerablemente a la difusión del protestantismo como arma desestabilizadora a favor del proceso de independencia.[23] Pero a diferencia de Canarias, donde sólo actuaba la sociedad bíblica inglesa, en la América Hispana y Portuguesa actuaron también las sociedades bíblicas norteamericanas.[24]

Antes de la emancipación política no hubo penetración protestante significativa, al menos protestantismo de misión, aunque tras la autorización en 1797 de libertad de comercio con todas las naciones de las Provincias de Ultramar en barcos bajo pabellón neu­tral, los comerciantes de América del Norte y Gran Bretaña pudieron introducir publicaciones. Por los documentos consultados, se puede afirmar que en los años iniciales la propagación del protestantismo a través de las sociedades evangélicas fue muy limitada por la oposición de la Iglesia católica y la misma represión política. Pero, aún en pleno proceso de independencia y con ciertas hostilidades, según la British and Foreign Bible Society de Londres, en 1818 empezó a actuar el primer protestante en Argentina, Chile, Perú y Ecuador, James Thomson.[25]

Sin embargo, el nuevo ambiente de libertad política que se respiraba en las colonias permitió la entrada y difusión de los evangelios. Entre 1819 y 1820 la B.F.B.S. había impreso 5.000 ejemplares de la Biblia y del Nuevo Testamento en español (versión de Scio, realizada en 1790), 5.000 en portugués (versión de Pereira). Tal número elevado de publicaciones en español y portugués iban dirigidas al mercado de tierras hispanoamericana y brasileña, además de Portugal. Precisamente en Brasil tuvo una difusión más temprana que en el resto del continente debido al brasileño Hipólito José da Costa Pereira Furtado de Mendoςa (1774-1823), quien fundó en Londres un periódico en lengua portuguesa Correiro Brazilense, durante 15 años, 1806 a 1823, con el cual divulgó el pensamiento liberal inglés, los logros de la revolución industrial en marcha, así como la versión en lengua portuguesa del texto bíblico realizada por él mismo.[26] Con respecto a las naciones hispanas, en 1828  llegó al importante centro de comercio con influencia a nivel regional, Guayaquil, el reverendo Lucas Matthews, para seguir los pasos de James Thomson.

Por otro lado, tampoco las repúblicas hispanoamericanas tomaron las medidas de la Real Orden de 1791, como se aplicaría de nuevo en España tras la restauracion fernandina. Ello permitió una mejor difusión de las misiones protestantes.

 

 


NOTAS

 

[1] Reglamentación de las Leyes Octava y Novena, Título Once, Libro Sexto, de la Novísima Recopilación.

[2] ARCHIVO MUNICIPAL de LA LAGUNA (AMdeLL). M-1 S. II. Matrícula de extranjeros 1791-1871.

[3] RUÍZ ÁLVAREZ, Antonio. “Matrícula de extranjeros en la isla de Tenerife a finales del siglo XVIII” en Revista de Historia, 105-1º8, año 1954.

[4] PÉREZ RODRÍGUEZ, Manuel. Los extranjeros en Canarias. Universidad de La Laguna. 1999. Pág. 233.

[5] ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL PUERTO DE LA CRUZ  (AHMPC). Censo de extranjeros 1832-1875.

[6] AMdeLL. Expulsión de franceses. E-XXII/XXIII/XXIV.

[7] Sobre la historia de los acontecimientos puede consultarse, entre otras, las publicaciones de  AA VV, La gesta del 25 de Julio de 1797, Catálogo del Bicentenario, Santa Cruz, 1997; Pedro NOTORIA OQUILLAS/Luis COLA BENÍTEZ/Daniel GARCÍA PULIDO, Fuentes Documentales del 25 de Julio de 1797, Santa Cruz, 1997; Luis COLA BENÍTEZ y Daniel GARCÍA PULIDO, La Historia del 25 de Julio de 1797, ediciones del Umbral, Santa Cruz, 1999; y Juan Carlos CARDELL CRISTELLYS, Héroes y testigos de la derrota de Nelson en Tenerife, Ediciones Idea, Santa Cruz, 2004.

[8] ARCHIVO MILITAR REGIONAL  (AMR). Caja 1552. C 3.

[9] (AMR). Caja 1552. C 4.

[10] Para el relato de los asesinatos, puede verse Agustín ÁLVAREZ RIXO, Cua­dro histórico de estas Islas Canarias de 1808 a 1812, Gabinete Literario, 1955, págs. 108-110, y Francisco MARÍA DE LEÓN, Apuntes para la historia de las Islas-Canarias, 1776-1868, «Aula de Cultura de Te­nerife», 1ª edición, 1966, págs. 101-107. También la documentación e ilus­traciones que incluye Antonio RUIZ ÁLVAREZ en su trabajo “Un cónsul fran­cés en Tenerife: Pierre-Paul Cunneo D’ Ornano (1803-1804)”, Boletín de la Real Academia de la Historia, abril-junio 1961, págs. 201-248 y Marcos GUIMERÁ PERAZA “Bernardo Cólogan y Fallón (1772-1814), A.E.A. nº 25. Año 1979.

[11] Correo de Tenerife. Jueves 25 de mayo de 1809.

[12] GUIMERÁ RAVINA, Agustín. La casa Hamilton. Una  empresa británica en Canarias (1837-1987). Santa Cruz de Tenerife, 1989. Pág., 26.

[13] AHMPC. Censo de extranjeros 1832-1875.

[14] GUIMERÁ RAVINA, Agustín. Op. Cit. 1999., pp., 26.

[15] CANTON, William. A history of the British and Foreing Bible Society.  5 vols. John Murray. London, 1904. v.ii. Pág., 113.

[16] Ibídem.

[17] ARCHIVO BRITISH AND FOREIGN BIBLE SOCIETY (B.F.B.S). Fc.1823/1/233.

[18] FAJARDO SPÍNOLA, Francisco. Reducción de protestantes al catolicismo en Canarias durante el siglo XVIII. Santa Cruz de Tenerife, 1977. Pág. 359.

[19] PÉREZ RODRÍGUEZ, J. Manuel. Op. Cit. Pág. 232.

[20] PÉREZ LEDEZMA, Manuel. La Constitución de 1869. Iustel. Madrid, 2010.

[21] B.F.B.S. Hc 1826. Apoc 90.

[22] B.F.B.S. Hc 1826. Apoc 90.

[23] ZEUSKE, Michael. “Regiones europeas y regiones americanas en la primera mitad  del siglo XIX. Estructura, relaciones y actores como bases de interacciones cognitivas en la expansión europea” en Regiones europeas y Latinoamérica (siglos XVIII y XIX). Vervuert. Frankfurt. Alemania, 1999. Pág., 22.

[24] Ibídem.

[25] B.F.B.S. Report XXII. 1826.

[26] GUEIROS VIEIRA, David. “Liberalismo, masonería y protestantismo en Brasil, siglo XIX” en Jean-PIERRE BASTIAN (cord.), Protestantismo, liberales y francmasones . FCE. México, 1990. Pág., 40.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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