Ningún lugar de la tierra ha sido visitado tanto por tal cantidad de viajeros como las Islas Canarias. Exploradores, naturalistas, capitanes y hombres de la mar, sobre todo británicos, han estado en ellas por el comercio, viaje o turismo. Muchos de ellos dejaron testimonio en sus escritos que constituyen una documentación privilegiada sobre la exótica vegetación de las islas. Unas primeras imágenes de Canarias en el imaginario viajero europeo que también remiten a una percepción vinculada a la excelente calidad de su clima, especialmente por su temperatura templada durante todo el año, y a la presencia del Teide. Ambos atractivos van a constituir los primeros reclamos “turísticos” del archipiélago canario desde los primeros años de la expansión atlántica en la baja Edad Media.

 En los viajeros renacentistas, el Teide adquirió protagonismo intelectual. La montaña de Tenerife se va a convertir en un lugar deseoso de visitar. Todos se sentían fascinados y asombrados por su grandeza, a la vez que les invitaba a su ascenso. En el siglo XVI realizar excursiones para subir la montaña más alta hasta entonces conocida, se convirtió en una de sus mayores ilusiones, aunque difícilmente alcanzable por el  escaso conocimiento de la isla y, en particular, por el respeto que imponía el Teide. Un ejemplo, de esa nueva sensibilidad del hombre renacentista lo tenemos en el jesuita inglés Thomas Stevens, que a su paso por Tenerife entre los meses de abril y mayo de 1579, mostró el placer que sentiría si pudiera obtener esa hermosa vista del mundo desde lo alto de la montaña de la isla de Tenerife.

Sin embargo, en el siglo XVII se van a realizar las primeras excursiones al Teide, ya auténtico reclamo de viajeros y aventureros. En 1646 fue realizada por unos comerciantes ingleses establecidos en el valle de La Orotava, cuyo relato sería publicado en la primera historia de la Royal Society, en 1667, escrita por Thomas Robert Sprat. También en la temprana fecha de 1687 un grupo de ingleses, holandeses y locales, realizaron una ascensión, acompañado en esta ocasión por Bernardo Valois. Fueron las primeras ascensiones realizadas al pico del Teide.

Algunos navegantes que visitaron otras islas por razones comerciales, que no fuera Tenerife, dejaron a un lado los motivos económicos y decidieron explorar y disfrutar la isla a la que arribaron. Hacen “turismo” en la medida en que realizan unas actividades durante su escala, muy distintas a las que motivaron el viaje. Por ejemplo, en su viaje a México en el mes de febrero de 1555, los ingleses Robert Tomson y John Fields llegaron a Las Palmas de Gran Canaria y se hospedaron unos 18 o 20 días en casa de Edward Kingsmill. Durante su permanencia en la isla realizaron excursiones hacia el interior para conocerla.

En la segunda mitad del siglo XVIII y parte del XIX, cuando las clases altas inglesas realizaban el Grand Tour en Europa por razones de salud y cuando los Mares del Sur empezaron a abrirse a los europeos, el Teide siguió siendo como un imán que atrajo a todos en consonancia con el interés despertado en la Ilustración y el Romanticismo por las montañas, aunque ahora hace su aparición el visitante francés. Y es un francés, el ingeniero, capitán de navío, jefe de sección de Marina del Ministerio, miembro de la Academia de Ciencias de París y el mayor geodesta francés, Charles Borda, quien visitó Tenerife en 1776 para medir la altura del Teide, el primero en lograr la más exacta, 3.712,8 metros, (la real es 3.718 metros). Precisamente coincidió en Santa Cruz con el gran navegante James Cook mientras este realizaba su tercer viaje con las naves Revolution y Discovery. Uno de los contramaestres que acompañó al capitán Cook en el viaje de 1776, el capitán William Bligh, volvió de nuevo a Tenerife por avituallamiento, ahora como capitán de la Bounty.

 Sin embargo, prácticamente todos los viajeros del siglo XVIII destacaron la superioridad del clima de las islas para la convalecencia de los que hacían “turismo” por entonces en las Rivieras de Italia y Francia o la isla de Madeira durante el Grand Tour. El doctor William Anderson, médico y naturalista a bordo del Resolution, señaló las propiedades terapéuticas del clima de Tenerife y aconsejó a los médicos que enviaran a sus pacientes a Tenerife a causa de la uniformidad de la temperatura y la benignidad de su clima, en lugar de recomendarles el Continente europeo o Madeira, como usualmente sucedía. John White, uno de los capitanes de la First Fleet, puso también de manifiesto las cualidades del clima de Tenerife para la convalecencia de turistas enfermos cuando visitó la isla en 1787. Durante su estancia en la capital comentó que “el clima de Tenerife es agradable y sano. No conozco ninguno mejor para la convalecencia de los enfermos. A esto hay que añadir, que los que quieran vivir aquí pueden elegir la temperatura que más le guste por el carácter montañoso de la isla”. El siglo se cierra con la visita a las Islas Canarias del prusiano Alexander von Humboldt acompañado del médico francés Aimé Bonpland en 1799. En sus escritos Humboldt elogia el clima canario por sus cualidades para la convalecencia de determinadas enfermedades.

 Ventajas climatoterapéuticas que fueron sistematizadas en el siglo XIX por algunos médicos como William Wilde, padre de Oscar Wilde, durante su estancia en 1837. Sus escritos constituyen los primeros de la literatura médica sobre el archipiélago, enriquecida años después por prestigiosos médicos como los británicos Ernest Hart, Thomas Spencer Wells y Morell Mackenzie, el sueco August Öhrvall, el alemán William Biermann o el suizo Hermann Christ, entre otros. Las islas de Tenerife y Gran Canaria se convierten en anhelos para visita de muchos. Décadas en que comenzaron a viajar algunos miembros de las más ilustres casas reales europeas como el Archiduque de Austria Maximilian,  Joseph Marie von Habsburg-Lorraine, los hermanos Albert Victor y George Saxe-Coburg and Gotha, futuro Jorge V del Reino Unido, o el Gran Duque Nicolás Mijáilovich de Rusia, por citar solo algunos.

Los estudios sobre la climatoterapia de Canarias por parte de esa gran cantidad de médicos y naturalistas en el siglo XIX son el preámbulo del despegue del turismo en el archipiélago canario, frecuentemente visitado por destacadas personalidades de la nobleza europea, literatura, la filosofía, la política o la música. El músico francés Camille Saint-Saëns; el rey Leopoldo II de Bélgica; Agatha Christie, que visitó Tenerife y Gran Canaria en 1927, islas que le inspiraron dos relatos cortos, “El hombre del Mar” y “Una señorita de compañía”; el filósofo Bertrand Russell, que vino a buscar descanso en 1935; la princesa Carolina Matilde de Dinamarca la frecuentó en varias ocasiones; Winston Churchill como invitado de su gran amigo, el armador griego Aristóteles Onassis, en 1959 o los Beatles, en sus primeras vacaciones desde el 28 de abril hasta el 9 de mayo de 1963. Desde mediados del siglo XX las siete Islas Canarias se han convertido en un espacio de ocio visitado por millones de turistas anónimos y, su vez, en un escenario ideal para la práctica de algunos deportes como el surf, del senderismo, el submarinismo, así como para la observación astronómica o realizaciones cinematográficas por la diversidad de sus paisajes.