La Prensa, EL DÍA
De acuerdo con ciertos viajeros británicos, incluso franceses, que visitaron las Islas a lo largo del siglo XIX, las pirámides, también llamadas molleros, majanos o morras, no son manifestaciones culturales prehispánicas sino maneras de sorribar los campos de malpaís con fines agrícolas.
Hace unos días me encontré con un compañero de estudios que hacía bastante tiempo que no lo veía. Después de hablar de lo divino y humano, salió la conversación en torno al carácter cultural de las pirámides de El Paso en La Palma, la de Icod y Chacona en Güímar, Tenerife. El tema salió a la palestra porque había visitado recientemente el Parque Etnográfico Pirámides de Güímar. Discutimos si las pirámides que se encuentran en el lugar eran construcciones de los aborígenes canarios con fines ceremoniales, o si, por el contrario, eran resultado de trabajos de sorriba que se solía hacer en determinados terrenos pedregosos para su aprovechamientoagrícola. Él defendió la primera opción, mientras yo me declaré absolutamente partidario de la segunda. Basé mis opiniones teniendo en cuenta las evidencias arqueológicas y a los interesantes comentarios de ciertos viajeros británicos y franceses que visitaron las Islas en el siglo XIX. Le insinué que ojeara mi último libro Viajeros victorianos a Canarias, imágenes de la sociedad isleña en la prosa de viaje –espero que esto no se interprete como un alarde publicitario, nada más lejos de mis intenciones-, pues en él se recogen los textos que dichos viajeros dejaron sobre tales manifestaciones culturales. Probablemente con ellos no se cierra la discusión de uno de los aspectos más controvertidos en el mundo de la arqueología canaria. Todo lo contrario. Son nuevos y valiosos documentos que ayudan a enriquecer el debate en aras a su esclarecimiento. Con el ánimo de poner al alcance del gran público el contenido de estos interesantes textos, haré una síntesis de lo expuesto en el libro.
El vino había sido el recurso agrario de exportación más importante de la economía canaria hasta las primeras décadas del siglo XIX. Con su explotación los terrenos no necesitaron ser sorribados, conservando su inclinación natural. Muchos de nuestros terrenos eran de malpaís, que para bien de los propietarios isleños no necesitaban ser preparados para la explotación de la vid. A la crisis vitivinícola de las primeras décadas del siglo XIX le siguió a partir de los años treinta la explotación de la cochinilla, uno de los recursos económicos que más pingües beneficios dio a las Islas, aunque su explotación fue bastante efímera, pues a finales de los años setenta entra en crisis, provocando un crack con consecuencias económicas y sociales dramáticas. Pero durante su auge, desde la década de los cincuenta hasta los setenta, la alta rentabilidad de la explotación de la cochinilla llevó a los propietarios isleños a realizar grandes inversiones para mejorar los terrenos y para ampliar el suelo cultivable. A la vez, la aclimatación de los terrenos para la explotación de la cochinilla en Canarias supuso la transformación de la morfología del suelo insular Ciertos viajeros señalaron los esfuerzos económicos que tuvieron que hacer los propietarios agrícolas para sorribar las tierras que anteriormente estaban en estado natural. Se ordena el terreno para el cultivo del plantón en terrazas. Es decir, comienza el escalonamiento de la superficie cultivable con muros de piedras para lograr una disposición horizontal del terreno con la finalidad de hacerlo apto para la nueva planta. El paisaje de las zonas agrícolas cambia, pues se había sustituido la inclinación natural por el escalonamiento de los terrenos. Cuando el botánico inglés Charles James Fox Bunbury visitó Tenerife junto con el prestigioso geólogo Charles Lyell en 1853, señaló como una característica del paisaje del Valle de La Orotava los enormes muros de piedras que dividían las huertas cultivadas. En la medida en que los viajeros en décadas anteriores no mencionan el escalonamiento del paisaje isleño, hace suponer que dichas sorribas comenzaron alrededor de los años cuarenta. Una vez se comprobó que el agua beneficiaba la calidad de la cochinilla, comenzó la extracción de aguas y la construcción de estanques para su almacenamiento.
De la misma forma que los viajeros anteriores a los años cuarenta no mencionaron el escalonamiento de los terrenos tampoco señalaron la existencia de las pirámides en el paisaje agrario isleño, hecho que nos induce a creer que probablemente sobre los mismos lustros comenzaron a hacerse las roturaciones de tierra volcánica para la ocupación de nuevos espacios para el cultivo de la grana. El canario necesitó roturar el terreno en las zonas áridas, con abundantes piedras y suelo volcánico (malpaís), hasta la profundidad de un metro para su mayor aprovechamiento. Ciertos viajeros (Frances Latimer, Richard Burton, Olivia Stone y otros) señalaron los esfuerzos económicos que tuvieron que hacer los propietarios agrícolas para sorribar las tierras que anteriormente estaban incultas (malpaís). En la preparación de los terrenos para su cultivo ordenaban las piedras que iban retirando en forma de pirámides. Una operación bastante complicada y costosa. En Tenerife, el trabajo se realizó fundamentalmente en los terrenos volcánicos de Güímar, Icod y el Puerto de la Cruz. De esa manera, el propietario elabora un método de recuperar esa tierra que consistía en despedregar el suelo, no de forma desordenada, sino todo lo contrario, ordenada para rentabilizar más el terreno y evitar que las piedras, los cascajos y la tierra no rodasen en épocas de grandes lluvias, como ocurrió con el aluvión que asoló las Islas en 1826. El hecho fue señalado por René Verneau. En Icod, el propio francés nos confirmaría tales precauciones: «antes de entrar en la ciudad se ve una inmensa pirámide que por sus grandes gradas hace pensar en las de Egipto. De lejos el parecido es completo y de cerca la ilusión no desaparece totalmente. Simplemente es una montaña de la que se cultivan sus flancos escarpados. Pequeños muros superpuestos le dan la vuelta y retienen la tierra que sin esta precaución sería arrastrada rápidamente a los barrancos».
Las piedras, o cascajos, pues, las amontonaban los campesinos en escalones, formando de esa manera enormes pirámides. El Marqués de la Florida de Güímar explica al viajero francés Pègot-Ogier el procedimiento de construcción de una pirámide. Era el siguiente. Las piedras que cubrían la superficie de los terrenos eran retiradas y se ordenaban en forma de paredones. Cuando el terreno estaba compuesto de piedra, lava, piedra pómez o arcilla se trataba de convertir la superficie, donde la tierra era escasa y la roca abundante, en un terreno cultivable de unos ochenta centímetros o un metro de profundidad. Según el francés, apoyándose en las explicaciones del noble canario, lo primero que se hacía era cavar una zanja a lo largo, colocando los cascajos y tierras extraídas a un lado. Las piedras se utilizaban para hacer una pared en el lado exterior de la zanja. Se seguían haciendo zanjas para nivelar el suelo y con las piedras desenterradas se formaban los muros exteriores de la huerta para que sostuviera la tierra cultivable. Con las piedras o los cascajos sobrantes se construía una pirámide en forma rectangular o cúbica en la peor parte de la finca. Se le llamaba mollero en el norte de la isla de Tenerife y majano en el sur.
El tamaño de las pirámides dependía de la superficie del terreno. Cuando Olivia Stone, acompañada de su marido, el abogado londinés John Harris, visita Canarias nos da el tamaño de la que ella vio en la finca de Jorge Víctor Pérez en los Llanos de María Jiménez hasta Punta Brava (Puerto de la Cruz), sin especificar el volumen de la finca: «sorprendentes objetos sobre la tierra aquí son las enormes pirámides de piedras sueltas, construidas en uno o dos escalones, las cuales han sido recogidas de la superficie para posibilitar la agricultura. Sus bases son de unas veinte yardas o más cuadradas, y se elevan a una altura de unos treinta o cuarenta pies». Es decir, aproximadamente de unos 20 metros cuadrados de superficie por unos 10 o 13 metros de altura. Años después, en 1887, la señorita Frances Latimer, acompañada de su padre, el periodista Isaac Latimer, cuando visita la misma finca, nos hablaría también de la recogida de esta lava suelta que se apilaba en montones, para así permitir que el suelo fuese despejado, rellenándose más tarde de escoria y tierra en lo alto. Destaca la joven inglesa que se requería mucho trabajo y destreza para realizar tan costosa labor humana. Además, señala la forma minuciosa con que solían colocarse los cascajos: «cercado por altramuces, tomates, papas, vegetales y cebollas, se levanta la gran pila de piedras, amontonadas con esmero, hábilmente juntas en forma monumental». Desgraciadamente las pirámides del Puerto de la Cruz desaparecieron, cosa que no ha sucedido con las de Güímar.
Pègot-Ogier da las proporciones en relación con la longitud del terreno, tomando como referencia los terrenos propiedad del Marqués de la Florida en Güímar. Su finca de 8.000 metros cuadrados de superficie necesitó la construcción de una pirámide de unos cinco metros de alto por siete metros de largo. La construcción de estos elementos piramidales, por su laboriosidad y costos, fue utilizada por el Marqués, según sus propias palabras, como ejemplo del espíritu emprendedor de los propietarios de las islas, dada la opinión negativa que se tenía en Europa de los empresarios isleños. No era para menos. Con una orografía tan dura se necesitaba un gran esfuerzo para despedregar la superficie terrestre. Esfuerzo de los propietarios, por una parte, por los elevados costos de la operación; costoso, por otro lado, por el gran esfuerzo laboral de los campesinos isleños en su construcción.
Sin embargo, aunque los trabajos suponían grandes inversiones, la preparación de los terrenos para la explotación agraria fue rentable, pues se revalorizó el suelo y muchos propietarios se aprovecharon de la cría de la grana para obtener buenos ingresos, no solamente explotándola ellos mismos sino arrendando o vendiendo las tierras.
El regadío determinaba el valor de la tierra, que en muchas ocasiones se alquilaba. En la década de los sesenta, según el viajero Pègot-Ogier, el alquiler anual de una hectárea de tierra de regadío en la costa podía alcanzar, e incluso sobrepasar, la cantidad de 500 u 800 pesetas, mientras que la tierra en la costa de secano se alquilaba a un precio relativamente bajo. Pero, las tierras al pie o en las primeras faldas de las montañas en localidades donde las lluvias eran abundantes, adquirían un valor de 200 o 300 pesetas. Más arriba, cerca de las montañas, las tierras tenían menos valor.
A medida que se desarrollaba la explotación de la grana los precios de la tierra se dispararon. Pero, el valor del terreno también dependía si contaba con sorriba de un metro de profundidad, pues se tenía en cuenta a la hora de vender la tierra si el terreno estaba sin remodelar o remodelado. Bastante significativos son los textos de los viajeros a este respecto. A principios de los años ochenta, Richard Burton señala que una finca con mollera o pirámide, es decir, desalojado de piedras para su cultivo, costaba 3.000 pesetas el acre (poco más de 4.000 metros). Comenta que el acre de terreno sin roturar valía 800 pesetas. Aunque según el mismo Richard F. Burton dice que en Gran Canaria el suministro de agua era mucho mejor que en Tenerife, razón por la cual la tierra era mucho más cara, La especulación llegó hasta tal punto que de las 1.525 pesetas que costaba un acre de terreno a mediados de siglo en el Valle de La Orotava, -según el viajero Charles Edwardes-alcanzó sobre los años setenta el alto coste de
7.500 pesetas. En efecto, el precio de los terrenos se disparó. Según el profesor Francisco Galván, una fanegada llegó a valer 20.000 pesetas -para hacerse una idea de lo que esto suponía, con esa misma cantidad se podía comprar 100 fanegadas en la Península-. A pesar también de esta carestía de la tierra, era tan provechoso el negocio de la grana que los que disponían de capital no cesaban en seguir adquiriendo nuevas fincas, incluso, cuando ya se divisaba su posible decline. No importaba. La propiedad de la tierra ocupaba el norte cardinal de la escala de valores de la burguesía de la época.
El tema del origen de las pirámides ha suscitado bastante polémica entre los que defienden el origen prehispánico de las mismas y los que lo niegan sobre la base de su origen agrícola. Parece, que, por los textos de los viajeros, tales construcciones se ubican en el marco histórico. Todo indica que se trataba de unas edificaciones hechas por el hombre canario para uso económico de los terrenos despejados. Se trataba, pues, de obtener suelos fértiles para poder poner en producción la explotación agraria de los nuevos cultivos. A pesar de esta conclusión, defendí ante él, como lo hago en este artículo, mi total apoyo al Parque Etnográfico Pirámides de Güímar, pues aún no creyendo en el carácter prehispánico de las construcciones piramidales, reconozco la importante labor que realizan los actuales propietarios, Fred. Olsen S.A., en la preservación de unas de las manifestaciones rurales más curiosas de nuestro acervo cultural. Probablemente sin su intervención, las mismas hubiesen desaparecido, o estuvieran en permanente peligro.
NICOLÁS GONZÁLEZ LEMUS