“Canarias y el Atlántico: viajes, salud y ocio en el turismo insular”.

 Hoy sabemos prácticamente todo sobre el clima de las islas. Sabemos que la temperatura se caracteriza por su moderación, por su suavidad, es decir, por su homogeneidad, y por sus cortas amplitudes térmicas anuales. La temperatura media anual en las partes bajas se sitúa entre 18,5º y 22º C con una oscilación anual de 6º. Las precipitaciones son relativamente escasas a lo largo del año. En fin, que Canarias tiene un clima de eterna primavera sin los habituales contrastes entre el verano y el invierno. Un clima que ha favorecido el desarrollo del mayor tesoro con el que cuenta el archipiélago: el turismo.

Pero ¿cómo se ha llegado hasta aquí?. ¿en qué momento histórico se inició el descubrimiento de las propiedades atmosféricas de nuestro clima?. ¿Cuándo comenzó el viaje turístico a las islas?.

Vamos a intentar reflexionar esta noche sobre un tema histórico de suma importancia para la historia social del archipiélago. Esquemáticamente la conferencia consistirá en un primer acercamiento al fenómeno de la tuberculosis, como generador del turismo insular -el descubrimiento turístico de Madeira y Tenerife-, el desarrollo turístico de Madeira y no de Tenerife y las consecuencias de ese retraso.

Permítame comenzar con el poeta inglés John Keats. Escribía a su amigo Charles Brown en 1820.

 ¡Oh, Brown, hay carbones encendidos en mi pecho. Me asombra que el corazón humano pueda ser capaz de contener y soportar tanta miseria. Nací para un fin como este!

  Esta aterradora frase del poeta Keats pone de manifiesto  la angustia existencial de un gran número de europeos que padecían de la tuberculosis, una auténtica epidemia en los siglos pasados. El cambio de clima era la única oportunidad de prolongar una vida castigada por la enfermedad, junto con la residencia aislada en un país extranjero. El clima del sur resultaba necesario para la preservación  de su vida, o al menos para paliar las miserables condiciones producidas por la enfermedad si se resistía al cambio de lugar. La mejoría habría sido imposible en Inglaterra. La tuberculosis no se desarrolla en el ambiente, sino en el cuerpo, pero en los lugares oscuros, húmedos y sucios (pocos higiénicos). La luz del sol, los rayos solares, y el aire fresco y limpio combatían la enfermedad. Keats se trasladó a Roma para combatir sus desgracias en 1820, con la esperanza de salvar su vida, o por lo menos, prolongarla considerablemente. El 27 de febrero de 1821 John Keats parecía entrar en un sueño permanente y en la más perfecta tranquilidad dejó de existir.

La angustia de Keats era la angustia que padecía miles de ingleses, que como él se trasladaban a lugares de climas cálidos.   

A lo largo del siglo XIX la tuberculosis fue un grave problema social en Europa. Inglaterra, al igual que otros países europeos, estaba viviendo su desarrollo industrial, que unido al aumento demográfico y a la inmigración del campo a la ciudad, originaba una contaminación en las grandes urbes con repercusiones sociales desalentadoras, ya que sus habitantes tenían que respirar la fetidez de las heces de los caballos de carruajes, el estiércol, la basura; soportar los torrentes de humo que vomitaban al cielo «los inmensos tubos de ladrillos, los miles de hornos de las industrias, las chimeneas de las fábricas, de la calefacción de cada una de las habitaciones de las casas ‑que era de carbón‑, los mecheros de gas que iluminaban las calles y las tiendas, etc.».  Estos malos olores y humos lanzados a la atmósfera, se quedaban estancados debido a la falta de circulación del aire, contribuyendo de esa manera a aumentar aún más la espesa niebla de las ciudades, y haciendo imposible que los enfermos de bronquitis, neumonía y  tuberculosis se recuperaran. A ello habría que añadir las malas condiciones de alojamiento, la aglomeración de personas en un mismo recinto, la falta de aire puro, la falta de luz,  etc. A lo largo de toda la segunda mitad del siglo, alrededor de un quinto de la población europea moría a causa de afecciones pulmonares y como consecuencia de la tuberculosis el 10%. La situación de los enfermos empeoraba en los meses más fríos del año, cuando la temperatura descendía por debajo de 5ºC. Los médicos victorianos pensaban que la humedad y el frío eran perjudiciales para estos enfermos.  Sin embargo, podía prevenirse y curarse con una larga estancia en lugares con climas cálidos y secos. Se recomendaba para el tratamiento espacios abiertos, una vida de reposo, la respiración de aire puro, etc. Las clases altas comienzan a viajar a esos lugeres. Constituía el turista invalid [enfermos].

Como afirma Alain Corbin, el invalid pone de manifiesto la intensidad de las preocupaciones cenésteticas que obsesionarán a la clase ociosa durante el siglo XIX. En ella se acentúa el deseo del viaje-huida, de descanso y búsqueda de ocio, en definitiva el deseo de residencia durante una larga temporada en un lugar de aire seco, con un clima más templado y, ¿por qué no?, como tercera condición, al lado del mar, pues la hidroterapia marina había adquirido protagonismo. El interés por esos  lugares sueños  fue in crescendo entre las clases altas europeas. La historia está llena de personajes que como John Keats desesperadamente viajaron a los health resorts, [centros médico-turísticos], mediterráneos para tentar la suerte y escapar  de la muerte que la tuberculosis  había pronosticado cruelmente. A todos les obsesionaba la muerte. Frederik Chopin, Alfonso XII y muchos otros padecieron la misma angustia ante la muerte que Keats.

Las islas de los archipiélagos de Madeira y Canarias, por su situación geográfica,ofrecían el clima, el mar y la naturaleza para reponer la salud del europeo enfermo. Consecuentemente una ola migratoria de británicos adinerados se produciría en la época del frío invernal para buscar refugio en lugares con climas más agradables como los de los archipiélagos macaronésicos. El grueso de turistas que se trasladó a las isla era para la convalecencia de ciertas enfermedades, entre la que se encontraba la tuberculosis. Muy probablemente otros eran turistas que huían de los sofocantes rigores de la sociedad victoriana. Muchos de estos turistas se quedarán en las islas de por vida. Pronto también aparecen los habituales viajeros que se trasladan a los centros de moda.

Con el descubrimiento de las islas del Atlántico y las  experiencias llevadas en Madeira, se desarrolló durante todo el siglo XIX un interesante debate en la clase médica británica sobre cuál de las dos islas -Madeira o Tenerife- era superior, o mejor, para el tratamiento climaterapéutico.

Precisamente el primer médico que se ocupó de Canarias, particularmente a Tenerife, para aportar luz al dilema fue sir James Clark, el médico que se ocupó de John Keats en Roma. Sus escritos, junto con los de  William White Cooper y William Robert Wilde, dos médicos que visitaron las islas, fueron los primeros ensayos sobre el clima de Canarias, concretamente Tenerife, y su relación con la terapéutica. Son lo primeros textos de la literatura medica.

James Clark (1788-1870), nació de Cullen, un pueblo del condado de Banff al norte de Escocia, y era miembro del Colegio de Médicos de Edimburgo. Desde joven fue cirujano en la Armada.  Una vez terminada las guerras napoleónicas, James Clark cogió a un paciente suyo tísico y viajó con él por el sur de Francia y Suiza. Durante el viaje hizo bastantes observaciones de los efectos del clima sobre la tuberculosis. A partir de esos momentos, continúa viajando para su investigación a Roma, Londres y Alemania, donde conoce al Príncipe Leopoldo, posterior rey de Bélgica. Le nombró médico suyo. En 1834 fue señalado médico de los duques de Kent y con la ascensión de la reina Victoria es nombrado médico de la corte. Las ventajas de Madeira, particularmente de Funchal, sobre los centros del sur de Europa habían sido puestas de manifiesto por los doctores Heineken, Gourlay y Renton, establecidos en la isla desde el alba del siglo XIX. Las observaciones de las temperaturas hechas por ellos fueron recogidas por James Clark en su tabla de temperaturas medias publicadas en el año 1829. Todo indicaba que las ventajas físicas de Madeira eran incuestionablemente muy superiores a los mejores climas reinantes en los health resorts de Europa.

Sin embargo, el clima de Funchal, en relación con otros lugares, era objeto de bastante discusión. Aunque todos los analistas estaban de acuerdo en los valores medios de su temperatura, los registros meteorológicos hechos por los diferentes observadores no coincidían en grados de humedad, horas de sol, etc. Tales dudas animan a James Clark a estudiar las condiciones climáticas de Tenerife. Clark recoge los registros de las temperaturas medias por mes, estación y año, sobre un gran número de ciudades, donde se incluye por primera vez Santa Cruz de Tenerife, que le proporcionó el prestigioso doctor dublinés Robert Bentley Todd. Los datos meteorológicos facilitados por Robert Todd (1809-1860) a James Clark son los primeros registros sobre Santa Cruz en la documentación británica. En la tercera edición de su trabajo, publicada en 1841, aparece, por primera vez un registro de la temperatura media del Puerto de la Cruz, hecha durante el año 1834 por el británico Charles Smith desde Sitio Litre. La suavidad de la temperatura del pueblo norteño en verano con respecto a Santa Cruz (alrededor de 5 grados menos) y, a la inversa, la temperatura más cálida en invierno de la capital, conduce al doctor Clark a recomendar el Puerto de la Cruz como centro de residencia a lo largo de todo el verano -ya que los invalids no sufrirían los inconvenientes del calor- y a Santa Cruz como centro de residencia de invierno – donde la temperatura es más cálida y el aire más seco-. Por una serie de factores, que no da lugar traer aquí, no fue eso lo que sucedió.

Bien, a pesar de las ventajas climáticas de Tenerife, Madeira mantuvo su lugar de honor y se convirtió desde las primeras décadas del  siglo XIX en un prestigioso centro médico-turístico.

¿Por qué, si el prestigio de Tenerife fue destacado entre las décadas de los veinte y treinta del siglo XIX, incluso admirado con anterioridad por algunos viajeros, el despegue del turismo no se daría hasta el segundo lustro de los años ochenta del siglo, es decir, cerca de sesenta años después?. Veamos el porqué de ese desfase histórico.

Entre las razones que explican el retraso del turismo en Canarias podemos señalar los aspectos económicos, históricos y sociales.

 a) Económicos. Después de la crisis de los años veinte y treinta producida por la pérdida del mercado vitivinícola y de la barrilla, además de las colonias americanas, la mayoría de los propietarios isleños buscó la prosperidad económica en el cultivo del nopal para la cría de la cochinilla, respondiendo a la coyuntura internacional que demandaba el tinte natural extraído del insecto para la industria textil. Los tintes logrados de la cochinilla crearon tan próspero comercio y dieron tan rápidos beneficios, que no hubo interés en diversificar las actividades económicas. La tunera dejaría de ser una fuente de suministro de frutos de alimentación de las clases bajas para convertirse en la cuna del insecto que más «riqueza» creó en tan poco espacio de tiempo. Se revalorizó y se especuló con las tierras. A pesar de la carestía de la tierra, era tan provechoso el negocio de la grana que los que disponían de capital no cesaban en seguir adquiriendo nuevas fincas, incluso, cuando ya se divisaba el posible decline de la cochinilla en los años sesenta. Todos querían comprar, no ya solamente por lo que representaba el éxito económico de explotación de la tierra con la cochinilla, sino porque la propiedad de la tierra ocupaba el norte cardinal de la escala de valores de la burguesía isleña. El acceso a la propiedad de la tierra constituía todo un símbolo de distinción y prestigio social. La cochinilla llegó a convertirse en el patrón oro. Esta cultura del enriquecimiento rápido, de bonanza económica, trajo consigo la desatención de otras áreas de la agricultura y del clima, originando consecuentemente la despreocupación por un sector como el de servicios que reclamaba una mayor atención. Pero a su vez, debilitaría el poco espíritu asociativo entre los propietarios isleños.

Me podrán reprochar que el principio de la racionalidad económica indica que si la base de la economía canaria era la producción de la cochinilla no tenía sentido estar pensando en otros recursos económicos. Desde la perspectiva de la política económica es de sentido común. Sin embargo, desde la temprana fecha de 1859 en las islas ya se sabía del inminente fracaso de la grana –puesto de manifiesto por Gabriel Belcastel ese año- y a pesar de eso se seguía con su locura productiva. La prioridad por las actividades agrarias y comerciales contribuyó a retrasar el desarrollo del turismo. Esta fue una de las razones por la cual el flujo turístico hacia las islas atlánticas se dirigiera antes a Madeira, convirtiéndose así en un importante health resort desde la primera mitad del siglo XIX.

 b) Históricas. La expansión colonial de las potencias marítimas europeas trajo por igual la proliferación de un gran número de puertos de escala donde arribaban los comerciantes. Inglaterra se había convertido en la gran potencia dueña de los mares desde los siglos XVII y XVIII. En cada muelle había una posada, una fonda o un hotel inglés. Los británicos, por iniciativa particular, solían establecer fondas en las ciudades portuarias donde se realizaba el comercio con Inglaterra para ofrecer alojamiento a sus compatriotas. Sin embargo, mientras eso sucedía en otros puertos –como en Funchal-  no sucedió en los puertos de Canarias, fundamentalmente en los de mayor tránsito, Tenerife y Gran Canaria.  Las leyes de la Corona española y la Inquisición tenían prohibido a todos los que eran considerados herejes y profesaban otras creencias, como los protestantes, que pudieran ejercer artes liberales, oficios mecánicos, vendedores al por menor, ejercer de sastre, modista, peluquero, zapatero, médico, cirujano o arquitecto, y el establecimiento de fondas o lugares de alojamiento en los dominios de la Corona de España. En Canarias, a pesar de la mayor permisividad con los herejes protestantes que en otras colonias y la misma Península por razones socioeconómicas, también se les tenía prohibido instalar cualquier tipo de alojamiento. Tampoco podían ser hospedados en ninguna de las posadas establecidas en las islas.

 c) Sociales. La intolerancia que había practicado las autoridades contra los extranjeros protestantes, impidió el desarrollo de la hostelería y consecuentemente a lo largo de la historia vivió de espaldas a esa industria, es decir, dio pocas muestras de interés por el fomento del turismo. Por su parte, el  papel jugado por las clases altas locales fue también determinante porque en líneas generales eran ellas las únicas que disponían de inmuebles para poner en marcha el desarrollo de la infraestructura de alejamiento como un nuevo recurso económico. Los propietarios isleños no solo aseguraban sus rentas de la tierra, sino que a su vez la obtenían de la actividad comercial, y una parte importante de los bienes raíces lo formaban los bienes inmuebles. Desde el siglo XVIII constituían bienes de mayor importancia y significado de sus patrimonios. Aún en el siglo XIX sobresalía la concentración de viviendas en pocas manos. Sin embargo, según William Wilde en 1837, “la vieja aristocracia local era demasiada orgullosa a facilitar sus casas para instalar hoteles”, a pesar del cosmopolitismo de los hacendados canarios. Tal actitud de los propietarios locales fue una de las razones históricas por la cual la hostelería no se desarrolló con anterioridad, justo en los años sesenta, como estaba ocurriendo en Europa y en Madeira. Richard F. Burton fue un testigo directo del desinterés que se mostraba a pesar de las ventajas de Tenerife sobre Madeira. Otro viajero, el británico John Whitford, es bastante explícito en su afirmación:

 Algunas de las casas son ideales para hoteles, pero donde el dueño es un feroz y orgulloso hidalgo es naturalmente adverso a permitir que sus preciosos jardines, los fríos corredores y sus arrogantes habitaciones sean convertidos para usos públicos.

 Según el testimonio oral de algunos descendientes de destacadas familias nobles del valle de La Orotava, coincidiendo con la objeción que hicieron muchos viajeros, entre las familias de la elite de las islas, y en particular las del  valle de La Orotava, existía una resistencia a dejar sus casas para establecer hoteles. Es decir, se daba una insuficiente colaboración por parte de las clases altas y de los habitantes en general. La aristocracia local no creía que fuera propio de su clase instalar hoteles en sus viviendas o simplemente fomentar el turismo.

Al parecer había un cierto rechazo hacia los que hacían «turismo» en esos momentos: los invalids ingleses y sobre todo a los tuberculosos. He aquí otra de las causas que produjo la poco afluencia de turistas invalids a las islas. Según todas las fuentes, en Canarias existía un miedo atroz fundamentalmente contra los tísicos. En 1878 el doctor William Marcet será explícito a la hora de exponer ese sentimiento de aversión hacia el tísico y lamentará el rechazo que se practicaba en Tenerife:

 Si no hubiera rechazo por parte de sus habitantes a recibir a los invalids en sus hoteles, especialmente a aquellos que sufren de tisis, creo que atraería mucha mayor atención que lo que actualmente lo hace.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       Opinión confirmada hasta por residentes en las islas, como era Herman Wildpret, el cónsul Británico en Las Palmas, o el cónsul británico en Tenerife, Charles S. Dundas. Todos muestran su indignación por el rechazo a los tísicos que existía en Canarias.

Solamente cuando en la Constitución de 1812 se reconoce  el libre ejercicio de los residentes extranjeros en el Estado español a cualquier actividad económica, incluida la de fondero, y la supresión de la Inquisición, permiten a los extranjeros interesados en la hostelería –fundamentalmente los británicos– la puesta en marcha de establecimientos hoteleros, por un lado, y la agónica situación de la economía canaria en la década de los setenta y ochenta del siglo XIX, tras la crisis ocasionada por el crack de la cochinilla, por otro, se presta interés al desarrollo del turismo. La Constitución no llegó a establecerse y la Inquisición volvería a restablecerse, pero las cosas ya no serían iguales con la caída del Antiguo Régimen.

Y esta “despreocupación” histórica pasará factura a la hora de su despegue. Sus efectos inmediatos fueron:  el número de visitantes extranjeros a las islas no fue lo que se esperaba en todo el periodo conocido como la “edad de oro” del turismo canario, es decir, desde 1886 hasta 1914. ¿Por qué?. Creo en tres razones destacables:

En primer lugar, no hubo en ningún momento comunicaciones directas desde los principales puertos europeos con los puertos isleños. Se aprovechaba las líneas navieras en sus rutas hacia el Sur, Oriente y Latinoamérica para trasladar a lo viajeros, con los trastornos que ello suponía, como la incertidumbre del viaje de regreso. Cosa que no sucedía con Madeira, que tenía comunicaciones marítimas directas.

En segundo lugar, las rivieras italiana y francesa continuaron siendo los centros de moda donde iba la aristocracia y burguesía europea, atrayendo así a los snobs gentlemen británicos que hacían turismo entonces.

En tercer lugar, la ausencia de quintas para ser alquiladas a los extranjeros, porque curiosamente existía más demanda de casas en el campo que habitaciones en los hoteles y fondas.

Consecuentemente, la hostelería estuvo en constante crisis como consecuencia de la poca afluencia de turistas.

 a.- la mayoría de los hoteles cambiaban de arrendatario-gerente con frecuencia, incluso en los enclaves turísticos de entonces, como eran, por orden de importancia, el Puerto de la Cruz, Las Palmas de Gran Canaria, Monte (en Gran Canaria), Santa Cruz de Tenerife, Güímar, La Laguna, La Orotava e Icod.

 b.- muchos se cerraban al poco tiempo de abrirse.

 c.- otros se vieron embargados por no poder hacer frente a las hipotecas contraídas por la inversión en el sector.

 Por último, los hoteles buques insignias del turismo de la época, los hoteles Taoro y Santa Catalina, no cubrieron las expectativas. El Taoro, por ejemplo, el índice de ocupación en las temporadas altas, es decir, de enero a abril, sólo era de un 15% y el índice máximo lo alcanzaría en la temporada 1895-1896, con un 18%. La media de ocupación que llegaría a alcanzar fue el 51% durante la temporada 1894-1902. Como consecuencia, estuvo a punto de cerrar a los cuatro años de su apertura.

La Gran Guerra, la Guerra Civil y la 2ª Guerra Mundial asestaron un golpe de muerte a este temprano turismo insular.

 Conclusión,

Hay que revisar el término edad de oro a este periodo histórico del turismo

Las dificultades financieras fueron tan grandes que fue un auténtico fracaso económico.