He de confesar que cuando Carmen Suárez Baute me encargó que prologara su libro de poemas me sentí realmente complacido porque no se trata de un prólogo cualquiera, sino el que se hace para una vecina que desde niño, cuando jugaba en las empedradas calles de nuestro barrio, la observaba distante, pero con la proximidad  propia de nuestra cercanía vecinal. Desde la azotea y ventana de mi casa veía en toda su majestuosidad la torre de la Iglesia de San Juan, y su reloj, el cual me decía la hora cada mañana, pero también divisaba la casa donde vivía Carmen. En aquel entonces, yo estaba entrando en la adolescencia y ella era una guapa muchacha. Y desde aquellos años hasta la madurez siempre ha pervivido en mí la simpatía hacia una joven que detrás de su uniforme colegial se encontraba una sensibilidad cultural fruto de esa espiritualidad que como una llama suele extenderse entre un gran número de villeros. La poesía siempre ocupó un lugar privilegiado en su vida, sin embargo, hasta su madurez no vio la luz. O en otras palabras, en ese relativo silencio durante su pausada existencia doméstica diaria, su voz se interiorizó hasta alcanzar el momento que lo expresara en forma de poesía. Hace algunos años, reiteradas veces la autora me planteó participar en unos encuentros culturales literarios y me mostró los poemas que escribía. Yo estaba muy ocupado entonces, razón por la cual no pude asistir, y por otro lado, a pesar de ser muy poco entendido en el arte de la poética, me atrevía a insinuarle que creía que su poesía debía ser más elaborada, debía pasar a ser expresión de su estado de conciencia, la expresión de una realidad histórica, atenta a observar el entorno social, pero también personal e íntimo. Su virtud fue, la capacidad de empuñar sus sentimientos para revelarnos hoy las formas de su conciencia personal, y perder el temor a la poesía como forma de expresarlos. Carmen vence una y otra resistencia, dificultad, que impone el propio código poético para escribir poesía propiamente dicha.

Carmen Suárez Baute nació en la Villa de La Orotava, donde también cursó sus estudios de bachillerato en el colegio de la Milagrosa. Tras abandonar los de magisterio, trabaja, cuida de la familia e imparte clases de educación primaria y mecanografía. Ha participado en encuentros poéticos y colabora asiduamente en el apartado de poesía en el periódico El Día de Tenerife, así como de forma esporádica con artículos de contenido social. Su primera obra, Pensamientos con voz, fue publicada en 1988.

Imágenes en verso, segunda obra poética, es un viaje a lo más íntimo de la personalidad de Carmen, es el complejo encuentro de la autora con su “yo”, donde en cada verso procura conseguir ese equilibrio entre la metafísica, intimidad personal, y entre la mística y lo pintoresco, como los poemas dedicados al Corpus Christi de La Orotava, nuestra ciudad natal; especial ternura tiene la espléndida construcción de los poemas dedicados a la festividad, para mí como para cualquier villero, cenit de nuestra fiestas patronales y sorprendente manifestación religiosa. Encontrarme con ciertos poemas en Imágenes en verso ha sido reencontrarme con algunos rincones donde dormían mis recuerdos de infancia y adolescencia, en particular el Viernes Santo, un día que siempre me impresionaba por el fervor religioso que se mostraba en el barrio, nuestro barrio, San Juan del Farrobo. Ese día se convertía en la manifestación más genuina de la expresión de la religiosidad popular, que no podía por menos que sorprenderme por la forma de vivirse: el silencio era absoluto, el recogimiento, era de difunto, Cristo muerto era el gran protagonista. Por la tarde, la procesión por las calles estaba arropada por una multitud de creyentes.

Es que la misma percepción de la naturaleza en Carmen es intimista. Todo lo que rodea adquiere rasgos místicos y religiosos; temas que atrapan al ser humano, pero con una gran riqueza imaginativa, impresa en un gran lirismo existencial; es el reflejo de un mundo que da miedo por el desconcertante ultraje de lo incierto, que da miedo por la incertidumbre de una endémica fe en el progreso y la ciencia y que descorazona por la soledad que impone la existencia al ser humano hoy en día, desde cada mañana al atardecer. El dinero, el emigrante canario, la libertad, la prisa, la mezquindad, el miedo, la vid, el Teide, y sobre todo la mujer trabajadora son examinados en este poemario.

Sin ser una poesía vanguardista, Carmen Suárez Baute domina en este libro el arte de la poética y mayormente los poemas rimados, extraordinarios, de gran dificultad en sus rimas, son de una gran capacidad inventiva, que nos sorprende a cada verso, a cada giro, en definitiva con mayor razón a cada poema.

Nicolás González Lemus