Muy buenas noches

Fue en 2005 cuando el Ayuntamiento de esta Villa  me encargó la dirección y coordinación de la obra del ilustre polígrafo José de Viera y Clavijo, Diccionario Natural de las Islas Canarias, con motivo de su 50 Aniversario de la Unificación.

Y fue el 24 de mayo de 2012 en la Fiesta del Arte en el Círculo Viera y Clavijo cuado fui invitado como mantenedor con la conferencia “Los Beatles en Los Realejos”.

 Este año, la corporación me ha honrado nuevamente, invitándome a ejercer de mantenedor en las Fiestas de Arte en honor de La Virgen del Carmen. Yo quiero hacer público esta noche mi agradecimiento al señor Alcalde, al Ayuntamiento y a la responsable de la Comisión de Fiestas, señorita Isabel Socorro, porque esta invitación me brinda una nueva oportunidad de rendir un homenaje a la Villa de Los Realejos, y porque no hay nada más entrañable y emotivo para un orotavense que hablar en Los Realejos, pueblo de donde viene mi descendencia paterna, y que aún se conserva la casa donde nació mi padre. El tema que he elegido para esta ocasión es La pintora Marianne North en la Rambla de Castro, que paso, inmediatamente, a desarrollar.

El interés de los pintores ingleses por la contemplación del paisaje y una atención, en ocasiones científica, por los más diversos elementos que forman la naturaleza, les llevó a ocupar una posición preeminente en la plástica mundial del siglo XIX. El punto culminante de toda este impulso se alcanza con la obra Joseph Mallord William Turner (1775-1851), pero también en Thomas Girtin, que había fundado en el año 1799 en Inglaterra una escuela de paisajismo histórico, Thomas Gainsborough (1727-1788) y John Constable (1776-1837).

La «fiebre» por el paisaje se extendió más allá incluso de los artistas profesionales. Tanto éstos como múltiples viajeros, interesados en la plástica, y conocedores, en mayor o menor medida, de sus técnicas, aprovecharon su visita a los más remotos lugares para traerse con ellos, de vuelta a la metrópoli, un repertorio de imágenes de los territorios visitados. A falta de la cámara fotográfica, aún por incorporar al equipaje de los viajeros, eran el pincel y el lápiz, así como la tela y el papel, los recursos de los que se valían pintores y viajeros cultos e incluso curiosos para conseguir sus impresiones. Destacó así mismo el uso del grabado, en este caso, desde luego, una vez regresados a casa, y utilizando como referencia los apuntes a lápiz tomados en el lugar visitado. Los grabados eran a su vez utilizados como ilustraciones de los libros de narraciones, viajes y aventuras, libros que podríamos entender como guías, y libros de carácter científico dedicados sobre todo a la botánica de lugares distantes y de vegetación exótica para los británicos y europeos.

Uno de esos viajeros especialmente interesado en todo aquello nuevo que visitaba y desconocía, así como en los más mínimos detalles que encontraba a su paso, fue una mujer, la británica Marianne North. Fue una artista especializada en pinturas sobre la naturaleza, y en particular las flores de múltiples  formas y colores, hasta el punto de ser catalogada como la «pintora de flores». Desde luego, también consumada viajera que visitó con su padre Europa, Oriente Medio (Siria y Egipto), y tras su fallecimiento Canadá, Estados Unidos, Jamaica, Brasil. Japón, Singapur, Borneo, Java, Ceilán, la India, el Himalaya, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, las islas Seychelles, y entre 1884-85 Chile, su último viaje, para pintar sus araucarias, recibiendo por todo ello el reconocimiento de la reina Victoria.

Marianne North arribó a la isla el 1 de enero de 1875  con su amiga  Mary Ewart, encaragada de los asuntos familiares de los North. Tenía la edad de cuarenta y cuatro años. 

Traía unas cartas de recomendación de sus amigos Sir Joseph Hooker, director del Kew Garden de Londres, para el suizo Hermann Wildpret, director del Jardín Botánico del  Puerto de la Cruz, y otra de Charles Piazzi Smyth, astrónomo escocés que estuvo en El Guajara y el Teide haciendo experimentos en el verano de 1856, para Charles Smith, un residente inglés graduado en el St. Johhn’s College de Cambridge, propietario de Sitio Litre.  Razón por la cual,  la pintora se quedó en el lugar por varios meses.

Antes, Mariane North y su amiga permanecieron en  la Villa de La Orotava un mes.  Cuando aun estaba en La Orotava, Marianne North fue invitada a quedarse unos días en la Rambla de Castro, espacio de enorme belleza natural de poco más de 100.000 metros cuadrados en el Realejo Bajo, el cual se lo concedió el Adelantado Alonso Fernández Lugo al conquistador Hernando de Castro, de origen portugués. Fundó el  mayorazgo de Castro su hijo Luis, alguacil de Los Realejos en 1526. Desde tiempos inmemoriales este rincón singular del municipio realejero había despertado recuerdos y añoranzas de muchos viajeros e invitados sobre todo por su vegetación exuberante –con uno de los palmerales más importantes de Tenerife-. En su interior se encontraba la hermosa casa veraniega de la familia de José Bethencourt Castro, entonces su propietario. Sus hijas, María Rosa Bethencourt-Castro y García (1846), JosefaBethencourt y García (gemela de la anterior), María de los Dolores (1850), (la única que se casó, que heredó todos los bienes de la famila) y María del Rosario Bethencourt y García (1854) (las tres solteras eran conocidas por las “Señoritas de Castro”), le dieron calurosa acogida a Marianne North durante los tres días que pernoctaron en su casa.

Los senderos, a la sombra de los naranjos, de las palmeras y otros árboles invitaban a deambular a la pintora victoriana. Entonces había gran cantidad de agua fluyendo por el barranco y, por lo tanto, sus escarpados laterales estaban llenos de vegetación exuberante. Uno de los puntos lo llamaban la ‘Madre del Agua’, donde varios arroyos se reunían y confluían sus corrientes. En otro punto habían construido un muro bajo que servía de asiento. Habían excavado paseos en los laterales del barranco y, diseminados por la línea de costa; abundaban los naranjos, las higueras, las palmeras y otros árboles. En el extremo de la propiedad, el sendero termina en un fuerte (San Fernando), que aún se conserva, situado sobre un promontorio, desde donde se domina el mar. Las grandes letras negras en su pequeño cobertizo trasero decían “1808. 5. Feman­do”. Había un muro bajo y circular sobre una roca 91 metros sobre el mar y, dentro de él y sobre el suelo, yacían ocho cañones desmontados. La panorámica del mar y de los acantilados le pareció pre­ciosa y el cobertizo trasero proporcionaba cobijo a los que venían a merendar al lugar.

Mientras se hospedaba en la Rambla, Marianne North conoció al VI marqués de la Florida, Luis Francisco Benítez de Lugo y Benítez de Lugo y su esposa Francisca Delgado Trinidad O’Shea. El marqués había sido Diputado Provincial por Santa Cruz de La Palma (1868-1869) y por el partido de La Orotava (1871-1872) y Diputado a las Cortes Constituyentes de 1873. Un año después de su encuentro con Marianne North, cuando todavía tenía 39 años, murió. Los marqueses de la Florida tenían su casa veraniega justo a pocos metros de la familia de Bethencourt Castro. La marquesa, entonces de 38 años de edad, hizo una gran amistad con Marianne North y la acompañó a muchas de las visitas que realizó por el norte de la isla. La invitó a que se quedara una temporada en su casa, pero la pintora, lamentándolo mucho, rechazó la oferta, alegando que aún le quedaba mundo por recorrer.

El 17 de febrero Mary Eward abandonó la isla y Marianne North se trasladó al Puerto de la Cruz, alojándose en la casa de Charles Smith, Sitio Litre, antigua residencia de la casa comercial Pasley and Litlle. El edificio trasluce por sus cuatro costados el estilo colonial inglés de la época, relicario de sosiego y espiritualidad con su pequeño jardín trasero. La atención prestada por su propietario, Charles Smith y su esposa Helen, a Marianne North fue excelente. De la mano de Charles Smith y Hermann Wildpret, con quien entabló una gran amistad,  Marianne North visitó Las Cañadas y los más encantadores jardines del Valle de La Orotava, Los Realejos, San Juan de la Rambla, Garachico e Icod. En Icod permaneció una semana. Le encantó. Sus viejas y elegantes casas y sus variadas vistas reclamaron su atención. La marquesa de La Florida, Francisca Delgado Trinidad O’Shea, le había dado una carta de recomendación para el III marqués de Santa Lucía, Fernando de León-Huerta y Salazar de Frías, casado al año siguiente (junio de 1876) con Úrsula de Castro y Benítez de Lugo, prima de la marquesa. Fernando la llevó a visitar los alrededores, la costa y lugares de interés.

 Pero allá donde se trasladaba Marianne North llevaba sus pinceles y paleta, de tal manera que, lo que en un principio era un viaje turístico, se tornaba en una visita destacada, pues supo captar con su paleta las especies vegetales más características y fijarlas en uno de los jardines más emblemáticos del mundo, The Royal Botanic Gardens de Kew en Londres. La mano decidida de esta artista se hace patente al constatar su admiración por la vegetación y flores de nuestra naturaleza, como sus ojos tienen ocasión contemplar. Nos encontramos, pues, ante una encantadora mujer victoriana arropada por una notable cultura botánica y capaz de expresarla con gran agudeza a través de la pintura. Despreciaba las normas de composición y del dibujo lineal y pintaba, como lo haría una chiquilla lista, según Alexandra Allen, todo lo que le parecía bello de la naturaleza. De especial interés fueron sus pinturas del alóe, el tajinaste, el cenecio, la tacarontilla, la rosa cheroque, la rosa de damasco,  la cineraria, el verode, etc., y, sobre todo, las especies que más le impactaron. En primer lugar, el drago, de los que pintó cinco; el de San Juan de la Rambla que ya no existe; los de Sitio Litre, uno de los cuales  aún nos contempla con su mirada añeja; el de Icod, desde lo lejos; otro en Santa Cruz, con las gruesa raíces aéreas vistas por Marianne North como unos torrentes  de lenguas de lava. En segundo lugar, el cactus, el cual lo representa en un ramillete de flores, en su hábitat natural –sobre él pinta el higo en flor, el higo maduro para comer y los granos de la cochinilla-; y un campo de cochinilla cubierta de linen blanco.  Y por último, la palmera  en todo se esplendor y pintada desde el patio trasero de Sitio Litre: cargada de dátiles, frondosa y a la vez, llena de nuevos brotes. Al fondo colocó el Puerto de la Cruz.

La obra pictórica de Marianne North es de una extraordinaria importancia, pues a través de su cuadros podemos contemplar la belleza de la naturaleza vegetal en unos momentos en que muchas  especies han desaparecido, y están desapareciendo, por la acción del hombre. Los cuadros que resultaron de su estancia en la isla fueron  exhibidos siete años después. La plasticidad de los mismos, la agilidad de sus manos con su pincel y la agudeza mostrada en la captación del paisaje y flora insular hacen que Marianne North sea uno de los viajeros más importantes de cuantos visitaron las islas.

La distinguida Marianne North vino y se fue por mar para no volver más. Pero la entronizada Señora del Carmen vino por mar y se quedó entre nosotros para ser venerada por sus feligreses, por los marinos, por los hombres y mujeres del Valle de La Orotava. Se convirtió en un hito en la historia religiosa de la Iglesia de San Juan Bautista de La Orotava, imagen objeto de devoción por los marineros del Puerto de la Cruz y Alcaldesa Honoraria y Perpetua del Ilustre Ayuntamiento de Los Realejos desde 1995. Imagen que desde 1750 los marineros y pescadores del Puerto de la Cruzobtuvieron el previlegio de portar a hombros la dulce carga en la tradicional procesión realejera con el mismo sentimiento de fe con que veneran a su guapa “ranillera”, según palabras de Melecio Hernández. 

 Ayer precisamnete, los marinos del Puerto de la Cruz, hombres fornidos, gente sencillas forjados en las luchas cotidianas con el inquieto océano, remeros incansables, volvieron a subir a Los Realejos para cumplir con el rito piadoso de llevar a hombros la sagrada imagen en La Magna Procesión de los Marinos. Dijo Benjamin Afonso, quien me precedió tal día como hoy en el año 1956, que estos marinos llevan la Virgen del Carmen navegando en el río de los piadosos corazones de los hijos de Los Realejos.

Sentirme arropado por la acogedora población de Los Realejos en el marco de una jornada mariana, en esta plaza de recuerdos de adolescencias cuando venía al colegio de San Agustín, no muy lejos de aquí, es como un soplo de ilusión que surge desde mis más emotivos recuerdos.  Los Realejos imprimen a esta jornadas festeras una especial celebración en honor de la Virgen del Carmen, cuya vieja tradición evocacional es a los marinos lo que la hermosura del Valle de La Orotava, a pesar de su estado, es a los viajeros y viajeras extranjeros.

La Virgen del Carmen es un símbolo de gran arraigo no solo espiritual, sino también de hondo alcance social y cultural [1ª Exposición  Regional de Plátanos (1955), Exposición de Labores del País, Velada Literario Musical, entre otros] donde el mar se funde con el río humano de fervor religioso. El mar está presente en las dos damas, Marianne y Carmen, ambas santuarios de la naturaleza, la terrestre y la divina. Las dos son hijas del mar: Marianne para navegar por él como una incansable viajera, Carmen para ser venerada por sus hijos, los marinos, que año tras año se encargan de llevarla de viaje por sus aguas.

De viajeras por mar se tiñe esta noche festiva del lunes 29 de julio de 2013.

 

 Muchas Gracias