A lo largo de la historia del viaje femenino a las Islas Canarias, Gran Bretaña sobresale con creces sobre el resto de otras naciones. En el Reino Unido existía una larga tradición viajera, pues «el viaje era una parte integrante de la vida doméstica de muchos británicos» y desde muy temprano las inglesas tuvieron mucho mayor protagonismo en el mundo del viaje que otras congéneres. No obstante, viajar aún era una excepción. Las pocas que viajaban por alta mar solían ser mujeres que lo hacían con sus familiares establecidos temporalmente en el extranjero (esposas, hermanas, hijas de oficiales en las colonias, etc.) Pero a partir del último cuarto de siglo XIX, la aventura de viajar, que hasta entonces parecía exclusivo de los hombres, es asumida por las mujeres de la burguesía media y alta. Pero, los motivos del viaje fueron diferentes entre unas y otras.
Para las ladies de la clase media fue la huida. Destinadas a ser puras amas de casa, cuidando de sus parientes mayores enfermos, haciendo croché, o asistiendo a las fiestas de té, educadas para cumplir con el ideal de sumisión femenina, de obligación con la promoción y devoción a la religión, tal como había dictado la rígida moral puritana y victoriana, sintieron la necesidad de una salida intelectual y emocional para combatir la reclusión de su vida social en familia. No se trataba de una huida física del ambiente hogareño, sino de ganar un espacio que sólo había pertenecido al mundo del hombre a lo largo de los siglos. Lo ocupó, con mayor fuerza que otros deseos, el entusiasmo por el viaje. Supuso el deseo ansioso «de degustar la novedad y el placer que suponía verse libre de los deberes y trabajos duros de la casa que diariamente les habían sido encomendados».
Si esas fueron las razones que explica el deseo por el viaje de las mujeres de la clase media, para las ladies aristocráticas, el papel de «ángel de la casa» no estaba reservado para ellas, puesto que gozaban de una posición económica mucho mejor. No tenían necesidad de salir de espacios «opresivos». La mayoría de la aristocracia seguía manteniendo la conducta permisiva en cuestiones sexuales heredadas del siglo anterior, aunque ejercida con mayor discreción, y concedía una menor importancia a la vida hogareña y familiar, lo que para las mujeres aristócratas supuso un grado de libertad superior a las de sus congéneres de la burguesía media. Fue el placer y la aventura las razones fundamentales de sus viajes.
Pero si bien las razones del viaje fueron diferentes, lo que sí parece cierto es que el viaje significaba para todas ellas un gesto individual de liberación, de conquista de un espacio social que hasta entonces no habían disfrutado. Viajar les proporcionaba la experiencia de nuevas vivencias en tierras desconocidas. Nadie mejor que Mary Kingsley lo refleja cuando escribe desde Las Palmas a su amiga de infancia, Hatty Johnson: «Cuanto más lejos estoy fuera en la mar, más maravillosa y perfecta me encuentro. Me siento tan libremente a mis anchas, sentada y relajada, disfrutando por mi cuenta del lugar. Es tan bello para mí el ver sola Tenerife, Madeira, La Palma y Lanzarote, una serie de encantadores lugares tan diferentes a la bella Inglaterra en su forma y color. Es el mayor de los cambios».
Es posible que el mayor estímulo fuera la lectura de libros de viajes. Y en ningún otro país se publicaba tanto como en Gran Bretaña. Ello permitió que se respiraba en los hogares ingleses una creciente atmósfera de exoticidad producto de la estrecha relación de Gran Bretaña con Oriente y sus especias. Exoticidad que deslumbró de una manera física con el éxito de Japón y China en la Exposisción Universal de Londres de 1850.
Unas se dirigen a Oriente y otras al sur. La luz y el azul del cielo fueron elementos recurrentes en el viaje de los nórdicos hacia el sur. La pasión por el sur había cautivado la conciencia cultural de Inglaterra. Las mejoras de los medios de comunicación con la aparición del vapor permitieron acceder más fácilmente al cielo azul de las islas del Atlántico, situadas geográficamente enfrente de África, el continente que despertaba pasiones entre los europeos. Además en las Canarias se encontraba el Teide. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la ascensión a las montañas desató una inusitada pasión en los viajeros y particularmente en las mujeres victorianas. Se crea un mundo mítico en torno a la montaña de Tenerife. El Teide se convirtió desde ese momento en un «reclamo turístico» de primer orden. Es decir, para los viajeros se convirtió en un lugar apetecible de visitar. Alcanzar su cima era el mayor de los placeres. Las viajeras también aspiraban a ello.
La mayoría hizo su desplazamiento a las islas en compañía. Viajar solas al extranjero era en parte un medio de expresar su independencia, sin embargo, el costo social era alto. Con frecuencia se consideraba una actividad nada femenina o fuera del papel que le tocaba jugar en la sociedad. Si bien es verdad que el viaje femenino se vio favorecido por la gradual pérdida de restricciones sobre los movimientos de las mujeres, ampliándose de esa manera para ellas su campo de actividades, el prejuicio masculino sobre las viajeras, aunque menos punitivo que en décadas anteriores, aún se manifestaba en la sociedad victoriana y eduardiana inglesa. Las formas de vida se manifestaban, sobre todo, en un puritanismo exacerbado sobre las ideas éticas y sexuales. La sociedad era implacable con las que se desviaban de sus normas. Código de prejuicios que también era aplicado a los hombres. Los procesos que sufrió Oscar Wilde son paradigmáticos. Cualquier acto realizado para lograr la satisfacción personal requería la aprobación social. Por tal razón, eran los caballeros los únicos que podían desplazarse al extranjero. Eran los que podían viajar solos, mientras que el rígido código moral de la sociedad no les permitía ver con buenos ojos a las ladies, o a jóvenes solteras, viajando por su propia cuenta al extranjero. Hubo algunos casos en los cuales el viaje de mujeres solas al extranjero fue admitido. Por ejemplo, las que lo hacían por necesidades de salud, las invalids. Mucha más aceptación recibieron las que viajaban por algún tipo de ardor idealista, conectados con propósitos propagandísticos de la civilización inglesa, y particularmente las que se desplazaban a áreas remotas por razones filantrópicas: las misioneras. También gozaron de la misma consideración las viajeras que se trasladaban acompañadas de familiares, bien con sus esposos o bien con sus padres, como la inmensa mayoría de las que se trasladaron a Canarias.
La inglesa de procedencia italiana Margaret D’Este, la decimooctava británica que visitó las islas, vino acompañada de la señora R.M. King, ¿sería que la señora King le acompañaba a ella o que ella acompañaba a la señora King?. Fuese como fuere, trajo consigo una cámara fotográfica a la que llama Cammy. Y además acompañada de la 4ª edición de la guía Madeira and the Canary Islands de Alfred Samler Brown, publicada en 1906. La señora King, la cámara Cammy y la guía de Alfred Samler Brown serán las compañeras inseparables del deambular de margaret D’Este por las islas que visitó: Tenerife, La Palma y Gran Canaria, por este orden. Margaret D’Este señala en la nota al lector que su libro In the Canaries with a camara, traducido por primera vez al español por Pedro Leal Cruz con el título Viajando por Canarias con una cámara, que no es una guía de viajes, sino una crónica personal de sus observaciones y experiencias en Canarias.
Margaret D’Este llega a Santa Cruz de Tenerife el 13 de diciembre de 1907 a bordo del Dunluce Castle y su propósito es pasar el invierno durante seis meses. Pasa los primeros días en la capital, en el Hotel Quisisana, y cinco días después, siempre con la señora King se traslada al Puerto de la Cruz, donde se establecerá en el Humboldt Kurhaus -el Hotel Taoro entonces baje dirección alemana-. Margaret y la señora King visitan prácticamente la totalidad de los pueblos de Tenerife: por la costa norte viajaron San Juan de la Rambla, Icod, y desde aquí fueron a Garachico. A finales de febrero regresaron al hotel Humboldt. El 9 de marzo dejaron el Puerto de la Cruz para dirigirse a Guímar por la cumbre de Pedro Gil. Es entonces cuando visita la Villa de La Orotava y se quedan en el encantador hotel Victoria, recién abierto. Una vez en Gü.mar, se quedaron en el hogareño hotel Buen Retiro. El periplo sureño consiste en las visitas a Fasnia, Arico, pasó de largo por el pueblo de Granadilla hasta llegar a Vilaflor, luego Arona y Adeje. Vuelve a Vilaflor y desde aquí sube a Las Cañadas, donde pasó la noche en la Cueva de Grahan Toler. Por fín llegan de nuevo al Puerto de la Cruz.
El 13 de abril de 1908 abandona el Puerto de la Cruz para dirigirse a La Palma. Antes hacen una parada para visitar La Laguna y se quedan en el hotel Aguere. Tenía interés en recorrer el monte de Las Mercedes y Anaga, “probablemente la excursión más bonita que uno puede hacer en Tenerife” –afirmó Margaret D’Este. A finales de abril pasan una semana en La Palma -donde visitan Mazo, Los Llanos y otros pueblos, pero sobre todo su auténtico objetivo: La Caldera-
El primero de mayo de 1908, en Santa Cruz de la Palma, toman el barco León y Castillo para dirigirse a Gran Canaria, desde donde regresaran a Inglaterra. En Las Palmas se alojan en el Hotel Santa Catalina; pero el 8 de mayo dejan la polvorienta ciudad para dirigirse a El Monte, donde se alojaron en el Hotel Victoria. Visitan el grupo poblacional alfarero troglodita de La Atalaya, San Mateo, Tejeda, Agaete, Gáldar y Guía. El 27 de mayo de 1908 Margaret D’Este y la señora King abandonan las Canarias rumbo a su casa, Inglaterra.
Estas dos damas estuardianas pero de formación victorianase mueven por la abrupta geografía insular a lomos de mula, tartanas y carruajes de tracción animal, que por la narración a lo largo de los diecinueve capítulos del libro, es todo un ejercicio de valentía, de aventura e intrepidez. Causa admiración cómo se desplazan con pasión por las islas que visitaron, a pesar de las enormes dificultades físicas, ambientales, higiénicas e inhumanas con las que tuvieron que enfrentarse, sobre todo en La Palma. Pero la diferencia de este libro de viaje con otros es que está narrado con un sentido del humor propio del que hace gala los británicos, y que está muy lejos del nuestro. Y la otra gran diferencia de otros libros de viajes es la riqueza de situaciones de la vida cotidiana que D’Este nos transmite. Se salta la ristra de tópicos que todo viajero que visita Canarias parece que está obligado a mencionar. Las observaciones de D’Este sobre la sociedad isleña es todo un ejercicio literario original muy alejado de la narrativa farragosa y enrevesada de algunos viajeros. Pero, todo ello, en un alto grado humorístico, propio de los británicos. Un humor cuya base es la ironía con un uso muy adecuado del lenguaje y de las normas sociales, pero muy punzante.
Brindo algunos pasajes de la vida cotidiana narrada por Margaret D’Este muy ilustrativos. En el interior del hotel Humboldt, los comentarios enojosos de los huéspedes ingleses y alemanes se sucedían constantemente. El día de Navidad de 1907, la cordialidad y paz reinó en el hotel, como no era para menos en un día tan señalado como éste, sin embargo, las mismas quedaron totalmente interrumpidas cuando se vuelve a la normalidad diaria – como nos narra la británica Margaret D’Este- a raíz del lugar donde debería establecerse el chiquero del hotel, prueba de la agria rivalidad entre ambos pueblos, preludio de la Iª Guerra Mundial.
¡Pero ay de mi! Que este cordial espíritu de hermandad fuera tan fugaz. Aldía siguiente todas las viejas antipatías de nuestra sociedad hotelera se habían reafirmado en un vigor no disimulado. La misma mala fe nada culta, incubada en ciertos extranjeros cuyo patriotismo se manifiesta principalmente en el odio a los enemigos de su país, salió a la luz. En menos de una semana estábamos al borde de complicaciones internacionales con respecto al lugar propuesto para los goros de los cochinos; Alemania – representado por el jardinero jefe- contemplaba colocarlos bastante más cerca del hotel que Gran Bretaña -los huéspedes ingleses- deseaban. ¡Estos presumidos ingleses! murmuró un teutón en su lengua madre mientras inspeccionaba el lugar descartado de lo que él llamaba el establo de los cerdos, después que la dirección nos concediera la razón. ¡Estos presumidos ingleses! ni siquiera pueden tener un corral de gallinas cerca de ellos, ¿cómo podrían tener cerdos?
O el que ilustra las malas condiciones higiénicas de los alrededores de los hoteles, incluso de los mejores de la ciudad como el Quisisana.
Las moscas estaban enloquecidas, se apiñaban en los mosquiteros; en el desayuno se aglomeraban sobre la mermelada, y cuando bajamos al vestíbulo para tomar el té zumbaban sobre la comida tantas que, por petición de todos, la mesa del té estaba siempre cubierta con una especie de muselina
Tanto en las fondas más humildes como en los hoteles de pompa, se queja de las camas, dada la convivencia con las pulgas, que para combatirlas ideó una especie de saco de algodón en el que se metía y así las evitaba. Se lo había enseñado una viajera que conoció en Córcega.
Mis temores a que las pulgas, con su característica voracidad, pudieran abrir agujeros a través del algodón, resultaron infundados, y dormí a pierna suelta toda la noche, mientras que mis perseguidoras corrían tanto hacia arriba como hacia abajo intentando en vano conseguir una entrada, hasta que el amanecer las obligó a levantar el asedio y hacer una confusa retirada. Sin duda, se preguntarían cómo demonios me había metido dentro del saco, de la misma manera que el Rey Jorge de Inglaterra pudo haberlo hacho en lo referente a la manzana dentro de la bola de hervir.
Estamos ante una obra muy particular del libro de viajes como género literario en el que la autora aborda los sucesos de una manera original, muy distanciada de otros autores, cuyas narraciones están cargadan de un catálogo de tópicos en sus viajes por las islas, y con frecuencia realizando una incursión en los terrenos de la historia local, en muchas ocasiones llenas de errores. D’Este se limita a realizar un acercamiento superficial a la historia del archipiélago. Sin embargo, es la vida cotidiana lo que le interesa narrar, lo que se le presenta en el día a día. Interesante es el capítulo IX, dedicado al cultivo del tomate y los plátanos; a los precios de los productos de primera necesidad, los salarios de los trabajadores; elcapítulo XII, donde aborda los trabajos de los bordados; el capítulo XIII sobre las dificultades de las comunicaciones de con el exterior; o lo capítulos IX y XVIII donde arremete contra los naturales por el maltrato animal. Son de los más duros que viajero alguno manifestó. Se ocupa de él en todo momento. Mostraré sólo uno. Mientras se encontraba en Las Palmas Gran Canaria comentó:
Sin embargo, el estado lamentable de los caballos de las tartanas esperando que se les alquile para el trabajo del puerto, el paso de los exhaustos mulos, que día tras día se ven uncidos a carros de arena o de piedras, a lo largo de la carretera, medio muertos, y con horribles mataduras en el cuello, es algo tan común que destruye cualquier placer que uno pueda encontrar cuando se sale de la verja del Hotel.
Según se desprende de su libro, D’Este demuestra tener grandes conocimientos de botánica, pues a lo largo de todo periplo insular va describiendo vegetación que encuentra a su paso, y por sus descripciones parece que domina el mundo de las plantas como una auténtica botánica. Coincidió en el hotel Humboldt con los treinta y cuatro miembros que la Expedición del Politécnico Nacional de Suiza hizo a Tenerife en la primavera de 1908, y con los cuales entabló discusión sobre la vegetación insular con los botánicos del grupo.
Después del viaje de Margaret D’Este, cinco viajeras británicas más visitaron las islas. A la vista de tales antecedentes cabría suponer que la mujer española, a imitación de sus congéneres inglesas, abordara con entusiasmo la posibilidad de viajar para disfrutar de las islas, sin embargo, no fue así. Pero sí lo hicieron las germanaparlantes. En la primera década del siglo XX, es el momento de la aparición de las primeras viajeras alemanas por tierras isleñas y con ellas asistimos a la primera literatura de viaje de habla germana. Son miembros de la aristocracia y los motivos para realizar sus viajes fueron diversos. Están aquellas que realizan el viaje sin ninguna razón especial sino la turística, o la que visita las islas en invierno como consecuencia de su tuberculosis, como es Catharina von Pommer- Esche. Varias fueron las razones que favorecieron sus desplazamientos a las islas. El aumento de las comunicaciones de las líneas marítimas alemanas con los puertos de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria; el establecimiento de una pequeña colonia alemana, formado por hombres de negocios, cambistas y banqueros responsables de las transacciones económicas; y el aumento de la hospedería dirigida por germanoparlantes.
Enhorabuena Pedro por la traducción del libro de Margaret D’Este, trabajo por el cual me has facilitado ahora su comprensión, pues reconozco que cuando lo trabajé para tomar determinados datos para mi tesis no pude leerlo porque no captaba el sentido del humor del libro de la viajera, pero que sí lo disfrutó de lo lindo mi profesor de inglés entonces, Jeremy Crossing Taylor, como lo he hecho yo ahora. Animo a la lectura de este nuevo libro de viaje, el cual creo que traspasa las tópicas barreras de la literatura viajera, para adentrarse en la auténtica narrativa de aventura.
- Jamima Kindersley (1764). Sola
- Ann Mary Parker (1791). esposo
- Elizabeth Wynne (1797).
- Eliza Bradley (1818).
- Jessie Duncan, esposa de Charles Piazzi Smyth (1856)
- Elizabeth Murray (1859).Mujer del cónsul
- Henry Grant Foot (1860).
- Isabelle Burton (1863). Con su esposo
- Miss Dabney (1872)
- Annie Brassey (1876). Con su esposo
- Marianne North (1878). Sola
- Olivia Stone (1883). Con su esposo
- Frances Latimer (1887). Con su padre
- Zélie Colville (1892).
- Mary Henrietta Kingsley (1893). Sola
- Lady Goodenough (1906). Residente
- Ethel Trew (1907).
- Margaret D’Este (1907/8). Con una amiga
- Ella Du Cane (1909). Sola
- Aghata Christie (1927). Con su hija y secretaria
- Elizabeth Nicholas (1952). Sola
- Eileen Yeoward (1973). Residente
- Charlotle Cameron