Quiero dar mi agradecimiento a la Universidad de Verano de Maspalomas, y en particular a Michel Jorge Millares, por la invitación a participar en el curso RECREAR EL TURISMO EN CANARIAS. 50 AÑOS DE MASPALOMAS COSTA CANARIAS, con la disertación “El turismo de salud, los orígenes”. Sin lugar a dudas, estamos ante la razón fundamental por la que se desarrolló el turismo en Canarias.  Su origen está a finales del siglo XVI y albores del XVII, cuando las ciudades de Inglaterra asisten a una ola migratatoria bastante acentuada. Londres había superado la barrera del medio millón e habitantes. A pesar de su fantástico tamaño, era una desordenada ciudad, un revoltijo fortuito más parecido a un pueblo rural que a un centro cívico, donde las clases altas londinenses ya venían quejándose de la contaminación y el insano aire que se respiraba. Se dice que exclusivamente por esta razón en 1578 la reina Isabel I se vio obligada a abandonar la capital. Más tarde, en el siglo XVII, en Sheffield, Newcastle y en las riberas del Támesis se multiplican las quejas colectivas contra los humos sulfurosos del carbón, el polvo y las inmundicias. Con la Revolución Industrial la intensificación del smog o smoggy air, esa niebla espesa y soporífera que cubría las ciudades industriales, mezcla del humo (smoke) contaminante que emanaba de las industrias y de la calefacción de carbón de las casas, y la neblina (fog) procedente de la evaporación del Támesis (caso de Londres), originan algunas patologías urbana en la clase dominante inglesa, trastornos del ánimo que se conocería como spleen, (melancolía o profunda depresión), trastornos de respiración y aparición de la tuberculosis. Médicos y escritores ingleses de la época recomiendan para combatirlas la retirada a la naturaleza, la respiración del aire puro, estancias alternas en la ciudad y el campo, lugares cálidos y de costa.  Antes de entrar en materia sobre su génesis en las islas me gustaría hacer un repaso histórico para situar las coordenadas.

Los pueblos antiguos, los sumerios, egipcios, fenicios, griegos y romanos fueron grandes viajeros. Las actividades comerciales que realizaban en todo el Mediterráneo los habían convertido en destacados mercaderes y navegantes. Sin duda  eso posibilitó que los habitantes de las diferentes costas se conocieran, a la vez que permitió un mayor conocimiento del área y medio geográfico. Los griegos de la Antigüedad se aprovecharon de los conocimientos de los litorales mediterráneos  de sus predecesores, de tal manera que crearon una cultura muy proclive al viaje por mar. Por tierra, la sociedad esclavista de la época clásica permitió la práctica de los rudimentos de lo que hoy entendemos por ocio y  turismo. Una de las razones por la que los griegos viajaban por tierra era la peregrinación religiosa para visitar los santuarios, precisamente por salud. En Epidauro se encontraba la casa de Asclepio, dios de la curación. Allí iban muchos enfermos y esperaban dentro del templo la aparición del dios. Esperaban toda la noche hasta queel sacerdote curador les daba el tratamiento prescrito por los dioses al alba. Así pues, con ellos el viaje turístico, por razones de salud comenzó a realizarse, aunque el tratamiento tenía un fuerte componente religioso. Otro motivo de desplazamiento era la asistencia a las Olimpiadas, competiciones de canto y representaciones teatrales. La religión y los juegos eran los componentes fundamentales del turismo griego.

La asistencia a los balnearios fue otra razón por la que griegos y romanos practicaban el viaje. La climatología, la salubridad y dimensión geográfica del lugar donde se encontraba el balneario adquieren importancia por sí misma. En este contexto hace su aparición el padre de la medicina occidental, Hipócrates de Cos (siglo V a.C.). Con él la concepción de las enfermedades cambiaría en el panorama de la ciencia médica en la Antigüedad clásica. Aunque ya había sido con anterioridad insinuado por Herodoto, Hipócrates fue sin embargo el primero que establece la relación entre aire, agua y climas de los lugares como factores que ayudan la cura de  determinadas  enfermedades. Hace su aparición el viaje que busca mejores condiciones físicas que el del lugar de residencia habitual. La doctrina médica hipocrática trae consigo, pues, un cambio de mentalidad en el  mundo clásico y a partir de entonces empieza a creerse que la mejor manera de curar ciertas enfermedades era una larga estancia en los lugares con climas cálidos y el uso de las aguas termales. Aquí tiene su origen el termalismo y la talosoterapia. Se trataba de la utilización de aguas mineromedicinales para el tratamiento de las enfermedades. Los baños con dichas aguas se recomendaban para la cura de ciertas malarias, afecciones del pecho, para el alivio de los dolores de espalda, mejora de la respiración, alivio de la fatiga, contra los dolores de cabeza, problemas de piel, etc.

Los romanos apreciaron con más intensidad que los griegos las virtudes de los baños con fines  terapéuticos. Sin embargo, los romanos fueron más allá y dispusieron de más formas de practicar el descanso y ocio con fines médicos. Desde el siglo II a.C., los romanos comenzaron a abandonar sus modestos y rudimentarios cuartos de baño, donde un sistema de calentamiento complicado proporcionaba el agua caliente, por el placer de un baño bien caliente en los establecimientos colectivos de las termas. En términos generales, los baños en las termas se realizaban por razones higiénicas, pero en ocasiones se realizaba la inmersión  en las aguas no solamente con fines curativos, sino también como acto ritual en la curación sobrenatural, en una acepción simbólica –como indica Francisco Diez de Velasco- que comparte con el bautismo en cierta medida.

De todos modos, el auténtico viaje por salud se hacía hacia los balnearios. Las formas arquitectónicas de las termas son aplicadas a los balnearios. Se dotan de piscinas para la inmersión en agua caliente natural y bañeras para el cuerpo entero o alguna parte de él, salas de baños de lodo, sudarios, duchas e instalaciones para la inhalación de vapores, etc. Sin embargo, el «baño» para el romano no era solamente una práctica de higiene, ni un ritual simbólico, sino también era un acto de placer, el lugar de relajación y reunión social, como la vida de playa en la época contemporánea. Por tal razón, tanto la práctica de baños públicos (termas) como los balnearios privados, frecuentados por patricios, formaban parte de la vida diaria y cotidiana del pueblo romano.

Pronto se asiste a un crecimiento espectacular de balnearios con fuentes de aguas medicinales fuera de las ciudades. Las buenas carreteras, puentes y túneles ­-construidas con propósitos comerciales y militares- eran usadas ahora con fines turísticos por los centuriones, los generales y la elite para alcanzar los lugares alejados de la ciudad. Bajo el gobierno de Roma y, sobre todo, en la época imperial, las Rivieras experimentaron un excepcional desarrollo, convirtiéndose en uno de los lugares más atractivos, sugerentes y visitados en el mundo clásico. Durante el verano se dirigían a la Toscana y a las alturas del Lacio,  y en invierno a los sitios de costa. Los ricos patricios se construyeron numerosas villas. Para la alta sociedad romana la villa y la costa eran unos insustituibles símbolos de status. También Palermo fue un lugar de salud y reposo importante. Tanto en los baños situados en las ciudades, Roma o Nápoles, como los health resorts situados en la periferia y confines del Imperio, se buscaba, además de la terapia con las aguas, el placer, el lujo y el entretenimiento. Lo mismo sucedió con los manantiales de las aguas termales de Baden-Baden  (Alemania) -a donde solía ir el emperador Caracalla para curarse de su reumatismo -, Bath (Inglaterra)], Spa (Bélgica)), Aix-en-Provence [Francia] u Otañe, cerca de Castro Urdiales (Cantabria). Precisamente en España los romanos tenían una considerable cantidad de balnearios. En Alange (Mérida) había uno dedicado a la diosa Juno; en la Rioja tenían el balneario de Arnedillo, en Navarra el de Fitero, en Granada el de Alhama, en Barcelona las termas de Víctoria en Caldes, etc.  Había alrededor de unos cien balnearios en el mundo clásico.

Además de la toma de baño de agua caliente en las termas y balnearios, los romanos practicaron la natación en las aguas frías del mar. Aunque el gusto por el agua fría venía desde muy antiguo, entre los romanos creció todavía más  hacia fines del siglo I a.C., gracias a Antonio Musa, médico personal de Augusto. La fama de Musa comenzó a extenderse cuando prescribió al emperador la toma de baños en agua fría para la cura de su enfermedad. Inmediatamente sus teorías se propagaron por toda la sociedad de Roma.  A partir de entonces, los baños de agua de mar despertaron un gran interés médico.

Otras de las formas de practicar el turismo fue la retirada al campo. Estaba estrechamente ligada a la convalecencia de los síntomas de la melancolía y tristeza. Los ingleses utilizaron el término spleen, para indicar el estado de ánimo y la apatía de quién lo padecía. Séneca en su De tranquillitate animi recomienda la estancia en la naturaleza, los paseos y los viajes para superarlo. Eso despierta el amor del romano por la naturaleza. Los que tenían medios se hicieron construir hermosas villas donde retirarse a vivir cuando viajaban. Los romanos de la alta sociedad solían poseer varias villas. Las equipaban y dotaban de confort y lujo para poder disfrutar plenamente de ella y de la naturaleza. El marco natural es efectivamente muy importante para gozar del frescor. En este sentido, las villas estaban abiertas hacia el exterior, a la naturaleza del entorno. Construyen el jardín, muy a menudo inspirados en los modelos del mundo griego, y los dotan de avenidas de árboles, parterres de flores, etc. Además, en las villas construían baños y termas. La villa se convertiría en el lugar de retiro donde el romano encontraba el silencio, paz y libertad, mientras el jardín se convertiría en la manifestación natural de una voluntad de gozar de la existencia.

La crisis de Roma a partir del siglo III y las sucesivas invasiones germánicas durante los siglos IV y V van a provocar la desintegración de la sociedad romana. Son años donde la confusión se apodera de Occidente y el mundo romano se aleja cada vez más de sí mismo. El cristianismo se consolida como religión alternativa. La desaparición de la Pax romana y el influjo de la civilización urbana de los siglos III y IV asestaron un golpe fatal al viaje y al turismo, en particular al turismo climático. Teodosio dividió el imperio en dos mitades. La oriental, con capital en Constantinopla (actual Estambul) logrará sobrevivir, pero la otra mitad, la occidental, sucumbirá definitivamente en 476. La tradición política de Roma perdurará hasta el punto que los nuevos reinos germánicos justificaron su camino político con algunos acuerdos o pactos con los vencidos, va a significar un paréntesis en la práctica del viaje y consecuente del turismo. Los bárbaros y pueblos germanos dejaron de lado las costumbres romanas, y las termas y los balnearios quedaron abandonadas. Para el mundo cristiano los baños públicos que los romanos habían extendido por toda Italia, Europa y los confines del Imperio fueron vistos como inmorales. Consecuentemente, negó el placer del baño público al ser éste una de las formas de ocio practicada por las clases altas romanas, origen de promiscuidad sexual, erotismo y placer. La limpieza se igualó al lujo, al materialismo y al excesivo sensualismo reinante de Roma; esto hace que la suciedad fuera un distintivo de santidad y el rechazo de los baños un acto de autoabnegación digno de alabanza. La Iglesia restringió la limpieza, especialmente en aquellos que eran jóvenes y tenían salud.

Superada esta etapa de barbarie del cristianismo, algunos centros de salud usados por los romanos en Italia durante la antigüedad clásica (Salerno, Roma, Porreta, etc.) comienzan a ser frecuentados de nuevo en la plena Edad Media. Sin embargo, este interés medieval por la aguas de los manantiales y fuentes por razones de salud estaba impregnado de un sentido milagroso, religioso (Lourdes, Buxton, etc.), pero en absoluto atribuían sus efectos terapéuticos (aunque en ocasiones eran reales) a la composición química de las aguas. Tampoco eran visitados por prescripción médica. En términos generales, la Edad Media fue una época de regresión. Se olvidaron muchas prácticas saludables y el agua pasó a ser relegada en gran medida a la alimentación  y a la agricultura.

Será a partir de mediados del XVI cuando vuelvan a renacer, esta vez con más fuerza, gracias al cambio de actitud que experimentarán los europeos como consecuencia de los nuevos ideales impulsados por el Renacimiento y la Reforma. Los renacentistas redescubren los textos clásicos de la literatura médica de Plinio, Hipócrates, Asclepiades, Celso, Antonius Musa y muchos otros que habían elogiado la utilización de las aguas termales con fines medicinales y que sin embargo habían sido abandonadas durante siglos. Por su parte, la Reforma proclama que el alma del protestante debería de liberarse de las trabas de los poderes místicos y que ocuparan su lugar el nuevo aliento espiritual proporcionado por las fuerzas de la naturaleza. El protestantismo, al subrayar la importancia de la conciencia individual y de la fe interna, permitía que el hombre actuara en libertad de acción. Como consecuencia de los cambios ideológicos que provocaron dichos movimientos, las aguas de las fuentes «sagradas» de los balnearios vuelven a ser de nuevo consideradas como uno de los elementos de la naturaleza a elogiar. Las ideas de médicos prestigiosos, como Paracelso, Rowsee y otros pensadores de la medicina moderna, que atribuían las curas no a nada sobrenatural sino a los efectos del aire puro y las aguas minerales de los manantiales y de los balnearios, empezaron a ser asumidas por los europeos. De esta manera, los dictámenes médicos empiezan a sustituir a la fe en la mente de los acaudalados europeos. La medicina ya no sería considerada por más tiempo un artilugio, mezcla de alquimia y magia, sino una ciencia basada en el conocimiento y la experimentación.

Eran los años en que se desarrolla el Grand Tour. Sus orígenes se remontan a las últimas décadas del siglo XVI, cuando los jóvenes de la aristocracia inglesa, acompañados de un tutor, se trasladan al continente por razones de estudios. Favorecieron los viajes de estudio el desarrollo del pensamiento empirista y –como correctamente señala Sousa Numes- la instrucción clasista propia del humanismo. En efecto, la lectura de los autores antiguos constituía en la Inglaterra isabelina la base del sistema educativo. Su programa de enseñanza estaba fundado en el estudio de los clásicos griegos y latinos. Las lecturas de los textos de Horacio y Virgilio era un placer más dentro de la serie de placeres que formaban parte de las vida de las clases dominantes inglesas y se consideraban indispensables para la formación del gusto. Sólo ese conocimiento permitía participar en los debates estéticos de la época. Está claro que esto despertó una pasión por los vestigios de la antigüedad, y que se traduciría en el viaje a Francia, Italia, Grecia, y en menor medida a Alemania. Formaba parte de la instrucción de los jóvenes estudiantes para complementar sus estudios. Se trataba de viajes por razones “turísticas” para el conocimiento de otras culturas. Edmond Tyllney y Francis Bacon se esforzaron en dar sugerencias a los viajeros y turistas para adquirir conocimiento de las culturas de otros países. Respondía al nuevo método empírico establecido por la filosofía inglesa que suponía la aceptación de una multitud de observaciones como fuente de aprendizaje.

Pues bien, pronto el viaje por razones culturales también se realizaría por razones de salud. En efecto, durante los primeros años del siglo XVII, antes que las hostilidades comenzaran en el continente europeo, una serie de itinerarios era usado por la gentry y nobleza inglesa a través de Europa. Muchos lugares en el continente llegaron a ser puntos de encuentro de moda entre los ingleses. Pero mientras los jóvenes viajaban a Francia e Italia, incluso a Alemania y muy pocos a España por razones de estudio y los soldados ingleses iban y venían a Holanda, los mayores aquejados de malestar estomacal realizaban sus viajes de verano a tomar las famosas aguas de Spa (Bélgica). En la carretera que precisamente unía Bruselas con Spa el embajador de Inglaterra estableció su residencia en 1605. Él y los miembros de su familia periódicamente se trasladaban al lugar para beber sus aguas. Aunque por entonces pocos practicaban el viaje, no era extraño ver ingleses por las carreteras que se dirigían a Spa. Incluso algunos residían por los alrededores de la pequeña ciudad belga y se encargaban de proporcionar casas a los viajeros. Miembros de la nobleza inglesa, caballeros acaudalados, incluso altos representantes de la Iglesia, como el Arzobispo de Canterbury solían viajar a Spa en el verano. También se trasladaban a los balnearios de Alemania e Italia, fundamentalmente. El viaje a Spa y al resto de los balnearios continentales se interrumpió con el inicio de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y solamente acabada ésta, comenzó de nuevo a ser visitado.  Pero los años de contienda europea dieron la oportunidad a los ingleses para que los lugares con aguas mineromedicinales en Inglaterra comenzaran a ser frecuentados y consecuentemente a desarrollarse. Así pues, desde el mismo momento que los ingleses tuvieron conocimiento de los balnearios europeos a través de los mercaderes, las tropas inglesas establecidas en el continente comenzaron a potenciar la hidroterapia y a ser unos incansables viajeros. Los testimonios en la época son constantes.

Como el viaje al continente era caro, se tardaba bastante tiempo y estaba limitado por las permanentes guerras, aún muy pocos podían hacer el Grand Tour. Pero, a pesar de esos obstáculos, e incluso de la enorme importancia del viaje en el interior de Inglaterra en los siglos XVI y XVII, el viaje al extranjero y la expansión de ultramar protagonizada por los ingleses estaban influyendo de una manera decidida en la práctica del viaje en su conjunto. Las relaciones comerciales que había establecido Inglaterra con Europa (Francia, Países Bajos, Rusia, etc.), los viajes por mar de Francis Drake, Walter Raleigh y muchos otros viajeros, y la enorme influencia en todo el país del libro The Principal  Navigations , Voyages,  Traffiques and Discoveries  of the English Nation, escrito por Richard Hakluyt, marcarían el sello de Inglaterra y del turismo colonial, por un lado, y el desarrollo del Grand Tour de manos de los ingleses, por otro.

La atmósfera intelectual reinante en la época de la Restauración y las estables condiciones políticas que siguieron a la Paz de Utrecht en 1713 favorecieron el viaje por el continente y el Grand Tour gradualmente va ganando terreno. Europa es visitada por gentlemen y aristócratas, cuyo objetivo era la recopilación de recuerdos visuales e imágenes monumentales de la antigüedad clásica, por comerciantes por razones de negocio, diplomáticos y sobre todo por invalids, enfermos que se trasladaban por razones de salud. Spa (Bélgica), Aquisgrán y Baden-Baden  (Alemania), Contrexéville, Montpellier, Niza, Aix-en-Provence (Francia), etc., asisten a un espectacular desarrollo turístico. El siglo XVIII asiste pues a la consolidación definitiva del Grand Tour de salud. Una gran cantidad de médicos se trasladan para analizar los lugares de moda. Desde la época de los romanos, no se producía el fenómeno del viaje a gran escala como a partir del Grand Tour practicado por los ingleses. «El amor al viaje de los británicos en el siglo XVIII se ha transformado en una pasión» -diría Maxwell-; «Los viajes le importan a los ingleses más que a ningún otro pueblo de Europa» -dijo Le Blanc en sus Letters en 1745.

También Madeira contó con presencia inglesa durante los años del Grand Tour, y las estrechas relaciones comerciales hicieron que sus compatriotas se sintieran como en casa en el momento de visitar la isla. La afluencia de invalids, viajeros y turistas de Gran Bretaña fue considerable.

Pero también eran los años que el archipiélago canario se había incorporada a la historia europea. La economía de exportación establecida por  los colonizadores y la situación privilegiada de las islas generaron grandes movimientos comerciales y de viajeros. Estos visitantes se sintieron atraídos  por la naturaleza exuberante, sus playas y el apacible clima de Canarias. ¡Las cualidades benignas del clima! Que envidia de todo habitante del norte europeo que nos visitaba. Desde los siglos XVI y XVII se produjeron algunos balbuceos sobre características geográficas del clima, que luego se denominará climatología. Sin embargo, las referencias de estos primeros viajeros eran vagas y nada precisas, solamente se trataban de referencias muy generales de la meteorología insular, en consonancia con el interés que despertaba  la ciencia en el hombre desde el Renacimiento. En la nómina  de los tempranos viajeros destaca la de George Fenner, capitán inglés que solía viajar a la costa occidental africana en busca de oro y que durante la guerra contra la Gran Armada  en 1588 fue el capitán del navío Leicester bajo las órdenes del almirante Thomas Howard. En una de las ocasiones, el 28 de diciembre de 1566, llegó a Tenerife y no dudó en afirmar que “el aire en Tenerife es tan cálido en enero como lo es en Inglaterra en pleno verano”. Pero solían ser muy pobres de las temperaturas, el aire, el viento y otra serie de variables relacionados con el tiempo.

Pero a partir del último tercio del siglo XVIII algunos de los más distinguidos navegantes que visitaron el archipiélago ya no sólo hacen referencia al clima en general en sus respectivos escritos, libros  o diarios de viaje, sino también a sus efectos en la salud, es decir, se habla de climatoterapia, el método terapéutico que intenta curar determinadas enfermedades a través de la exposición del enfermo a las condiciones climáticas. Todos ellos estaban influenciados por la teoría etiopatológica, que hunde sus raíces en el legado hipocrático, según la cual las condiciones meteorológicas eran los factores determinantes de la salud humana, de modo que las diferentes características que aquéllas presentan en la superficie terrestre permiten establecer categorías de salubridad de los distintos ámbitos geográficos. En este razonamiento se encuentra el origen de la geografía médica. Según George Glas, las excelencias climáticas de las islas eran las razones de la longevidad de los habitantes de Canarias.

Así, desde ahora comienza a señalarse la influencia de los climas cálidos sureños en la convalecencia de enfermos pulmonares, fundamentalmente. El primero de los viajeros que señaló directamente las propiedades terapéuticas del clima insular fue William Anderson, médico y naturalista a bordo del Resolution, la fragata del tercer viaje de James Cook. Este prestigioso cirujano padecía tuberculosis y murió a bordo del Resolution el 3 de agosto de 1778 a consecuencia de ella. Durante su visita a Tenerife escribió:

El aire y el clima son notablemente sanos y particularmente apropiados para prestar alivio a  enfermedades tales como la tuberculosis.     

William Anderson aconsejó a los médicos que enviaran sus  pacientes a Tenerife a causa de la uniformidad de la temperatura y la benignidad de su clima, en lugar de recomendarles el continente europeo o Madeira, como usualmente sucedía.

Casi una década después, lo hizo el  médico  John White, uno de los capitanes de la First Fleet, escuadrón que, bajo el capitán Arthur Phillip, partió hacia Botany Bay el 13 de mayo de 1787 con el primer grupo de hombres (700 convictos). White  puso también de manifiesto las cualidades del clima de Tenerife para la convalecencia de invalids (según terminología inglesa), es decir, personas que padecían alguna enfermedad.[1] Durante su estancia en la capital de la isla comentó que

 el clima de Tenerife es agradable y sano. No conozco ninguno mejor para la convalecencia de los enfermos. A esto hay que añadir, que los que quieran vivir aquí  pueden elegir la temperatura que más le guste por el carácter montañoso de la isla

Otras referencias esenciales que ayudaron al reconocimiento turístico de Canarias fueron las realizadas por el médico irlandés George Staunton y contemporáneo John Barrow, acompañantes de George MaCartney en su viaje a Pekín en 1792 para hacerse cargo de la embajada de Su Majestad. Staunton porque compara Canarias, particularmente Tenerife, con Madeira, el health resort o centro médico-turístico de moda entonces, no dudando declararse a favor de la isla canaria. Tal entusiasmo mostrado con la naturaleza y el clima de la isla es de suma importancia, ya que por esas décadas de finales del XVIII Madeira, junto a las riveras francesas e italianas, era un destacado centro de recepción turístico entre los ingleses. Afirmó que Santa Cruz tenía más ventajas que Funchal, pues sus calles eran más anchas, limpias, agradables y menos pendientes;  las provisiones y el vino en el puerto canario eran más baratas que en la capital portuguesa; señaló con claridad que el aire de Santa Cruz era más puro y ligero que el de Funchal, y no dudó en afirmar que se encontraba en una de las Islas Afortunadas, refiriéndose a la concepción mítica de archipiélago. Staunton lamentó que un invalid, apellidado West, el cual se había trasladado a Funchal para su convalecencia,  “no hubiese venido a gozar de un clima [el de Tenerife] que nos pareció mejor que el de Madeira”

Por su parte, John Barrow hizo ciertos registros térmicos y afirmó que el clima de las Islas Canarias era tal vez el más delicioso del mundo, pues “durante nuestra estancia [en Tenerife] el termómetro Farenheit nunca bajó de 70º [21ºC] y tampoco subió de 76º  [24ºC]; normalmente la temperatura se mantiene a unos 72ºF  [unos 22ºC]”. A Barrow le habían informado en la isla que la temperatura en las Canarias  raramente sobrepasaba los 80ºF [26ºC]  en los días más calurosos y que en los días más fríos rara vez bajaba a  66ºF [18ºC].  Le sorprendió enormemente tales registros porque daba una variación térmica durante todo el año de 8ºC, variaciones que en Inglaterra se daba en menos de 24 horas.

Incluso, los ingleses residentes en las islas mostraron mucho interés por el fenómeno de  la climatología entre otras razones porque contaban con los instrumentos de medición. John Pasley, dotado de un termómetro Réaumur, en uso desde 1730, le facilitó a Humboldt los registros que había hecho de las temperaturas a diferentes altitudes en el Teide y en el Puerto de la Cruz.

La influencia del clima en el origen de la exuberante vegetación y riqueza natural de las Canarias fue una apreciación muy común entre los viajeros. En 1801 el naturalista francés Jean-Baptiste Bory de Saint-Vincent no dudó en afirmar que la suavidad de la temperatura reinante en el valle de La Orotava  favorecía la fertilidad del suelo. “Allí -comenta- es donde verdaderamente se encuentran las Islas Afortunadas, en las cuales abundan los vegetales de Europa, África y América” El mismo Humboldt habló de las ventajas de Tenerife para la cura del spleen.

A los viajeros dieciochescos europeos (naturalistas y exploradores), cuyo número fue elevado, podríamos llamarlo turismo temprano o proto-turismo en la medida en que decidieron hacer un alto en el camino mientras se dirigían en sus rutas expedicionarias, sobre todo para realizar la tan deseada excursión  al Teide y, por añadidura, explorar la naturaleza insular, expresión de la mentalidad del hombre de la Ilustración, del hombre romántico. Ellos forman el germen del turismo moderno en las islas porque las visitan para disfrutar de la atractiva y variada naturaleza insular y porque resaltaron la benignidad del clima de las islas para la cura de los aquejados de afecciones pulmonares y otras dolencias, dos de las características del archipiélago que aún hoy constituyen los reclamos turísticos de Canarias.

Pero en el siglo XIX, cuando las guerras napoleónicas acabaron definitivamente en 1815 y el vapor facilitó la travesía transoceánica, se exploró en forma mucho más sistemática y con un claro sentido terapéutico las excelencias climáticas de las islas, fundamentalmente de Tenerife y Gran Canaria, hasta tal punto que podemos hablar de una literatura de viaje médica por sus rasgos distintivos. Ahora se va a establecer un vínculo indisoluble entre el naturalista y sus escritos y el visitante turista invalid  que viajaba a las islas capitalinas para la cura de la enfermedad más extendida por Europa desde hacía tiempo, la tuberculosis. El naturalista se convierte en un viajero cuyos apuntes tomados durante la estancia insular van a tener un gran éxito entre los viajeros eruditos y hacendados que se desplazaban de un lado a otro en busca de su convalecencia, y en aquellos que su profesión era la medicina, porque los médicos invalids eran los primeros que se desplazaban a los lugares idóneos para la cura de sus dolencias. Muchos de los doctores que viajaron a las islas eran invalids, y realizaron su visita para analizar las condiciones climáticas y ambientales para su propio beneficio y, a su vez, para diagnóstico profesional.  Fueron los responsables de que parte del turismo se desplazara desde Madeira a Tenerife y Gran Canaria. Por otro lado, fueron los que establecieron las bases científicas de la meteorología insular

A lo largo del siglo XIX el interés por las ciencias de la naturaleza, la meteorología y la geografía se intensificaron. Cautivó fundamentalmente a los médicos de entonces, pues la climatoterapia y la hidroterapia eran prescripciones médicas más recurrentes para la convalecencia de enfermos pulmonares. Los doctores se preguntaron ¿qué pasaba en el resto de las islas más al sur de Madeira, las Canarias, las Islas Afortunadas de los griegos, los Campos Elisios de Homero y el Jardín de las Hespérides de Herodoto?, y, sobre todo, Tenerife, una de las islas, a sólo 24 horas de Madeira, situada a 300 kms. de la costa africana, a 28.19º N y 16.34º O, donde se encontraba el famoso Teide, considerado un auténtico reclamo entre los viajeros, cuyo puerto Santa Cruz de Tenerife,  era el punto de escala de mayor relevancia tras ser declarada la ciudad Capital de la  Provincia (1820) y su muelle puerto de depósito de primera clase (1822). Se conocía su clima suave, sin oscilaciones violentas y sin muchas precipitaciones, pero al estar más al sur y cerca de África tendría que tener un clima más cálido.

Acompañados con pluviómetros de Samuel Horsley, pluviómetro de regla graduada utilizada hasta mediados del siglo XIX, barómetros y demás instrumentos esenciales para el análisis de los fenómenos climáticos, los doctores William White Cooper y William Robert Wilde analizaron Tenerife. Por su parte, James Clark, aunque no visitó Tenerife, también contribuyó a su reconocimiento. Sus escritos fueron los primeros ensayos sobre las propiedades terapéuticas del clima de Canarias, concretamente de Tenerife. Son los primeros textos de la literatura de viaje médica como tales sobre las Canarias.

El escocés James Clark (1788-1870), que fue el único de los tres que no visitó Tenerife,  incluyó  en su obra de 1829 los registros de las temperaturas medias por mes, estación y año de un gran número de ciudades, donde se incluye por primera vez los registros de las temperaturas de Santa Cruz de Tenerife, realizados por el prestigioso doctor dublinés Robert Bentley Todd (1809-1860). Los datos meteorológicos facilitados por Todd a James Clark son los primeros registros sobre Santa Cruz en la documentación británica. En esta tabla de temperaturas comparativas se advierte la superioridad térmica de Santa Cruz sobre el resto de los demás lugares, y en particular, sobre Funchal. La variación térmica en verano en Santa Cruz era de unos 7ºC más que Funchal y lo más sorprendente, presentaba 5ºC más en invierno-; además, la temperatura media de Santa Cruz era de 21,6ºC, mientras que la de Funchal era de 18ºC.

En la tercera edición, 1841, aparece, por primera vez, aunque no incorporado en la tabla general, un registro de la temperatura media del Puerto de la Cruz hecho durante el año 1834 desde Sitio Litre por el residente británico Charles Smith. La suavidad de la temperatura del pueblo norteño en verano con respecto a Santa Cruz (alrededor de 3º a 5ºC  menos) y, a la inversa, el predominio de una temperatura más cálida en invierno en la capital de la isla, conduce al doctor Clark a recomendar el Puerto de la Cruz como centro de residencia a lo largo de todo el verano -ya que los turistas invalids no sufrirían los inconvenientes del calor- y a Santa Cruz como centro de residencia de invierno porque posee una temperatura más cálida y un aire más seco.

El segundo de los médicos, el londinés William White Cooper (¿-1886), zarpó en enero de 1840 del puerto de Falmouth en el vapor Alert con destino a Madeira, ya que sus amigos médicos le habían recomendado que visitara la isla portuguesa para recuperarse de sus problemas de salud. Cooper aprovechó el viaje a la isla portuguesa para visitar Santa Cruz de Tenerife. En sus escritos insiste en otro factor importante a favor de Tenerife: la pluviometría. De sus observaciones pluviométricas destacó las ventajas de Madeira sobre el sudeste de Francia e Italia, pero, a la vez, resaltó la excepcionalidad de Tenerife por el número tan bajo de precipitaciones al año, así como por la debilidad de las precipitaciones a lo largo de los 12 meses, aunque en ocasiones se producían  algunas precipitaciones  de nieve a partir de 1.800 metros de altitud.

Pero William Cooper sólo permaneció en  Santa Cruz. No salió de la capital para recorrer el norte de la isla hasta el valle de La Orotava. Debido a esa limitación no conoció el valle, aunque, como hemos señalado, James Clark tuvo correspondencia con Charles Smith de Sitio Litre. De los tres médicos señalados en la  primera mitad del siglo fue el irlandés William Robert Wills Wilde (1815-1876) el único que se trasladó al Puerto de la Cruz.

William Wilde, padre del escritor Oscar Wilde, llegó a Tenerife el 7 de noviembre de 1837. Después de haber conocido Madeira, afirmó que Tenerife es el lugar ideal para establecer un health resort. Resaltó la mayor limpieza de los pueblos de la isla canaria comparados con los de la isla portuguesa, particularmente Funchal; la menor cantidad de precipitaciones y la sequedad del suelo debido a su origen volcánico. Pero el doctor William Wilde ya no atendería solamente Santa Cruz sino que se fijó sólo y exclusivamente al Puerto de la Cruz.  Durante su estancia en el valle de La Orotava se maravilló de la temperatura del lugar: en noviembre alcanzó 22,2ºC, cuando en ese mismo mes la temperatura de Funchal fue de 17ºC (Wilde, W., 1840. Pág. 165). Wilde puso de relieve la otra variable favorable de la meteorología de Tenerife: la humedad. El mismo James Clark, parece descartar a Madeira como centro invernal por este motivo, ya que el clima de Madeira era clasificado como oceánico húmedo caracterizado, según las cuidadosas observaciones de Charles Piazzi Smyth, por retener una gran cantidad de vapor sedimentario en la atmósfera. Los registros higrométricos fueron de su sorpresa. Hizo observaciones en el Puerto de la Cruz durante dos días diferentes con el higrómetro y obtuvo una humedad matinal relativa de 41%, resultado verdaderamente sorprendente, pues la humedad relativa de Funchal solía ser alrededor del 66%. También le llamó la atención el nivel de sequedad del aire, 34%, y al día siguiente 40%. Desde luego que son unos resultados bastantes sorprendentes, como él mismo reconoce, poco frecuente.

Pero William Wilde insistió en otro de los factores naturales de innegable importancia y que sus anteriores compatriotas no lo hicieron: el paisaje. El espacio geográfico del valle de La Orotava le sugiere no sólo un excepcional clima sino también un marco natural muy poco común por el encanto del paisaje y la extrema belleza del lugar.

Cuando el Puerto de la Cruz estaba siendo punto de atención llegó al lugar Jean-Baptiste-Gaston Gabriel Marie-Louis Lacoste de Belcastel (1821-1890), político conservador francés, nacido en Toulouse el 21 de octubre de 1821. Gabriel de Belcastel llegó al Puerto de la Cruz el 17 de noviembre de 1859 desde Málaga con su hija. El motivo de su viaje a Canarias fue para que la joven muchacha se recuperara de una enfermedad bronquial. Padre e hija llegaron a las islas después de recorrer varios health resorts.

Belcastel hará una buena recopilación de todas las investigaciones que se habían hecho sobre el clima de Tenerife y afirmó que el clima del Puerto de la Cruz era el mejor de los conocidos para la cura las enfermedades del pulmón y de laringe. Un elogio del clima de Tenerife y, sobre todo del valle, muy justificado, ya que su hija se restableció totalmente de sus afecciones pulmonares. Su obra Las islas Canarias y el Valle de La Orotava desempeñó un papel importantísimo en el despegue del turismo en Canarias. En primer lugar, porque fue un libro ampliamente conocido entre los lugareños por la rápida traducción al castellano que hizo Aurelio Pérez Zamora, hermano de Feliciano, diputado conservador a Cortes por Tenerife. En segundo lugar, porque ya advierte la muerte del mercado de la cochinilla como consecuencia del descubrimiento de la anilina. Belcastel transmitió la noticia a la isla desde la temprana fecha de 1859, conocida por toda la sociedad isleña desde 1862 a raíz de la traducción de su libro, del peligro que correría la economía canaria por los nuevos colorantes sintéticos. Sus proféticas palabras son toda una premonición de lo que sucederá décadas después:

El rico cultivo (del nopal) no resarce, no obstante, a Tenerife de la pérdida de sus famosos vinos semejantes a los de Madeira… El isleño del Puerto de la Cruz habla siempre con dolor  de los tiempos en que veinte buques anclados daban al valle un aire de importancia y regocijo. Además, si tenemos en cuenta los recientes rumores, hasta la misma industria del nopal está próxima a su caída. Europa produce, por un nuevo procedimiento químico, un rico matiz que hasta hoy no tenía rival en el mundo, y que hoy se paga a muy bajo precio lo que en otro tiempo se adquiría a precio de oro.  

 Aunque aún estaba lejos de crearse la alarma, la posible crisis de la cochinilla y la importancia de la climatoterapia despertaron la atención de algunos propietarios locales por el turismo.

Pero en el siglo XIX se incorpora al mundo del viaje Alemania. No obstante, aunque el interés de los alemanes por la geografía y el clima se manifestó a lo largo de todo el siglo, el mismo estaba lejos de responder a preocupaciones climatoterapéuticas como sucedió con las naturalistas y médicos británicos. Mientras los británicos se acercaron a Canarias con la idea expresa de determinar las condiciones climáticas y “turísticas”de las islas, la mayoría de los visitantes alemanes eran botánicos, geólogos y vulcanólogos. A excepción de Alexander von Humboldt y a uno de sus amigos personales, Leopold von Buch, algunos hicieron algunas referencias a la climatología de las Canarias, pero lejos de preocupaciones por las propiedades climatoterapéuticas. Leopold von Buch dedica un capítulo al clima de las Canarias. Destacó las altas temperaturas reinantes en las islas y se basó para afirmarlo en las tablas de temperaturas registradas por el burgalés Francisco Escolar Serrano, autor de una obra titulada Estadística. Buch fue el primer naturalista que recoge  la temperatura de Las Palmas de Gran Canaria, según los registros realizados por el médico Bandini de Gatti. Hace una comparación de las temperaturas de Cumaná, Le Havre, El Cairo, Santa Cruz de Tenerife, Funchal, Kendal y Xondmor en base a las mediciones hechas por Faustin Rubio (Cumaná), Joaquin Ferrer (Le Havre), Thomas Heberden (Funchal), etc.  Además, recoge temperaturas de pueblos de Tenerife, Gran Canaria, La Palma y La Gomera. Sin embargo, carece por completo de comentarios sobre la benignidad del clima isleño con fines terapéuticos, es decir, con fines turísticos.

El diplomático barón Julius Frheiherrn von Minutoli en 1853 es otro que se acercó a la naturaleza de Canarias y recogió el cuadro de temperaturas de sus  costas facilitada por Francisco Escolar. También destacaría a Richard Greeff. Estuvo en Canarias dos veces, en 1866 y 1879, y viajó a muchos lugares por motivos científicos y sus estudios geográficos estaban estrechamente relacionados cos sus experimentos zoológicos.  En el primer viaje (octubre de 1866-abril 1867)  registró las temperaturas de Santa Cruz de Tenerife y las relacionó con las de El Cairo, Málaga y Argel. Greeff destacó en sus comentarios meteorológicos que las caídas de las temperaturas en esos lugares son mucho más acusadas que en la capital isleña.

En el último cuarto de siglo, el interés por la climatoterapia de Tenerife, y en particular del Puerto de la Cruz, atrajo también a estudiosos de otras naciones. La irrupción de científicos extranjeros y de ilustres doctores canarios va a provocar una notable difusión de la climatoterapia entre las elites sociales y culturales isleñas. Ellos harán que la climatoterapia regrese al primer plano, en unos momentos en que el turismo comenzaba a despertar pasiones entre los isleños. Dada la importancia de las personas en cuestión, vamos a detenernos sobre algunos de los más relevantes.

Cabe destacar al laringólogo londinés, nacido en Ginebra, William Marcet, presidente de la Royal Meteorological Society (RMS)  de Londres. Vino al Puerto de la Cruz a finales de junio de 1878 y permaneció hasta el 4 de agosto. Marcet hizo muchos estudios sobre las características climatológicas de Tenerife con fines terapéuticos. También realizó observaciones de las temperaturas del agua del mar en el Puerto de la Cruz y en Santa Cruz; de la humedad relativa de la ciudad norteña, obteniendo el grado de humedad de 63,3, muy por debajo de Funchal; midió las diferencias de temperaturas entre el día y la noche, etc. Importante fue el análisis comparativo que hizo de las temperaturas de Tenerife con la de los  health  resorts y centros turísticos del momento: norte de África, sur de Europa y las Antillas. Pero, una de las mayores contribuciones  del médico británico fue el análisis de la acción de los alisios. En este sentido vino a despejar la duda que plantearon Belcastel y otros visitantes extranjeros. El valle de La Orotava era el lugar más adecuado y sano, pero ¿cuál de los dos pueblos, la Villa o el Puerto era el más adecuado para establecer un health resort? Descartó definitivamente la Villa de La Orotava en beneficio del Puerto de la Cruz.

Marcet fue el primero en estudiar las condiciones climatoterapéuticas de las Cañadas y del Teide. Eligió la explanada de Altavista para pernoctar dos semanas arriba. En el lugar,  Charles Piazzi Smyth había construído 18 años antes, 1856,  un refugio para realizar sus experimentos astronómicos, que consistía en cuatro compartimentos de muros de piedra de unos dos metros de altura. Respondía al interés que empezó a cobrar el «turismo» de montaña en centroeuropa, pues se creía que el frío y pureza de aire en los climas de altura, las zonas situadas por encima de 1.200m eran beneficiosas para la cura de la tuberculosis y otras enfermedades pulmonares. A raíz de todas estas creencias se pensaba que el aire puro de montaña curaba la tuberculosis. Sus estudios revelaban que la tuberculosis en estos sitios era prácticamente desconocida, nula. Esa fue la razón por la cual se produjo una auténtica invasión de enfermos de tisis de toda Europa a los sanatorium establecidos en las montañas de Suiza. El poder antiséptico de las atmósferas frías y secas de esos lugares de altura también se encontraban en la cañada que albergaba el Pico del Teide.

Marcet destacó la gran oscilación térmica que se daba en las Cañadas y sobre todo en Altavista, donde las temperaturas podían bajar por debajo de cero grado.  Midió la proporción de aire respirado y ácido carbónico espirado en la costa de Tenerife y la contrastó con el espirado durante los 12 días que permaneció en Altavista. Sus experimentos realizados en la cumbre de Tenerife les sirvieron para afirmar que la ausencia de tuberculosos pulmonares a esa altitud no se debía a los efectos del frío, sino a su atmósfera seca. Así pues, la caída de la temperatura nocturna descalificaba las Cañadas. Creyó que las estaciones intermedias y bajas eran mejores para la convalecencia. Sin embargo, este emplazamiento de la isla sí fue objeto de atención por parte de los alemanes en la primera década del siglo XX, los cuales ubicaron en él su propio “sanatorium” en 1910.

William Marcet aboga por la instalación de un sanatorium en el Puerto de la Cruz. Prefería las islas de Canarias para establecer un health resort que a las riveras francesas e italianas y de otros lugares. Además, destacó la importancia de la vegetación y la presencia del mar en las islas como un elemento a tener en cuenta desde el punto de vista médico.

El aumento de las comunicaciones marítimas con nuestros puertos y el reconocimiento de las islas facilitaron el aumento de extranjeros de otras naciones, muchos de ellos distinguidos doctores. Al primero que debemos de mencionar es al fisiólogo sueco Hjalmar August Öhrvall. Viajó a Tenerife con su esposa a finales de octubre de 1883, permaneciendo seis meses en el Puerto de la Cruz, hasta mayo de 1884, para la convalecencia de su  tuberculosis. Observó la temperatura de la ciudad a las 8, 14 y 21 horas, pero su importancia reside  por ser el primero que mide la temperatura del agua del mar en la punta del muelle del Puerto de la Cruz, desde febrero hasta julio de 1884, y ser el primero también en registrar la humedad del Puerto de la Cruz desde noviembre de 1883 a mayo de 1884, y compararla con la capital de Madeira. En ella se muestra claramente la mayor humedad de Funchal con respecto al Puerto de la Cruz.

Öhrvall envió los resultados de sus experimentos en el Puerto de la Cruz a Olivia Stone, quien los dio a conocer en su libro Teneriffe and its six Satellites, publicado en Londres en 1887.

El médico alemán Biermann también hizo registros de la temperatura del mar desde los meses de enero hasta junio del año 1885, y realizó los primeros estudios sobre la nubosidad y la fuerza de los vientos en el Puerto de la Cruz desde marzo a mayo de 1884 y enero a mayo de 1885. Biermann trajo consigo un nefoscopio, el aparato que facilita la apreciación cuantitativa de la nubosidad, la proporción de cielo cubierto u oscurecido por nubes. Utiliza la décima (el cielo dividido en décimas partes del cielo cubierto) como la unidad para medir el cielo.[2] Si el cielo está despejado =0, y si está cubierto =10. Las mediciones las hizo a las 7 de la mañana.

Pero será un viajero alemán, Hermann Christ, el primero en resaltar el clima de Las Palmas de Gran Canaria,  había aparecido por primera vez de la mano del doctor Adisson.  Estuvo en Madeira, Las Palmas y en el Puerto de la Cruz. Adisson hace un estudio comparativo de las temperaturas máximas y mínimas de los tres lugares durante los meses de enero y febrero de 1884. Sin embargo, Christ hizo un estudio sistemático y más concienzudo. Siguió los pasos de Leopold von Buch. Las Palmas de Gran Canaria tenía casi la misma temperatura anual que Santa Cruz de Tenerife en verano, mientras que en invierno era más suave. Los meses secos eran mucho más cálidos: mientras Las Palmas tenía 27ºC en septiembre y  29ºC en octubre, Santa Cruz tenía 24,8ºC en septiembre y 23,7ºC en octubre. Las Palmas de G.C. se distinguía por tener un clima más continental. De hecho se convirtió en el segundo health resort  de Canarias.

Los reclamos del Puerto de la Cruz desembocó en 1886 en la formación de la primera empresa turística en Canarias, la Compañía de Hoteles y Sanatorium  del Valle de La Orotava, responsable de la apertura en septiembre de 1886 del Orotava Grand Hotel, el primer hotel Sanatorium de las islas, establecido expresamente para el hospedaje de turistas enfermos, invalids. Cuando apenas llevaba un año de funcionamiento, el 21 de marzo del año 1887 visitó Tenerife por una semana dos afamados doctores victorianos, Thomas Spencer Wells y quien fue uno de  sus mejores alumnos en la Universidad de Londres, el doctor Ernest Hart. Sus objetivos eran  examinar el nuevo health resort del Puerto de la Cruz y concretamente el recién inaugurado Sanatorium. Los dos médicos acreditaron al Puerto de la Cruz como el mejor centro de salud del sur, sin embargo, sería Ernest Hart quien con sus artículos publicados en su propia revista British Medical Journal, editado posteriormente como libro bajo el título de A winter trip to the Fortunate Islands, despertó un auténtico entusiasmo entre los viajeros y particularmente entre todos aquellos enfermos que creyeron ver en Tenerife el descubrimiento de un nuevo paraíso. Si los médicos James Clark, William White Cooper, William Wilde, William Marcet, entre otros, incluso el político Gabriel Belcastel, fueron los grandes artífices de la investigación científica de la climatoterapia de Tenerife y los que señalaron a Canarias, y en particular a Tenerife, lugar ideal para establecer un health resort, centro médico-turístico, el doctor Ernest Hart fue sin duda el que realmente estableció la fama del valle de La Orotava en Inglaterra. Él y Thomas Spencer Wells recibieron el 11 de abril de 1887, en medio de una pequeña recepción en el salón del Orotava Grand Hotel, el Diploma de Miembros Honorarios por parte de la sociedad Médico Quirúrgica de Tenerife.

Otro doctor, Morell Mackenzie, fue también un gran defensor del Puerto de la Cruz y en general de Tenerife.

Pero, la apertura del  Sanatorium u Orotava Grand Hotel  despertó el interés por el turismo en otros pueblos de Tenerife, pero sobre todo animó a muchos más doctores a interesarse por las condiciones climáticas y sanitarias no solamente del nuevo paraíso de moda, el Puerto de la Cruz, sino también de Gran Canaria.

Las Palmas, situada al NE de la isla de Gran Canaria, a 15º25’ longitud y 28º09’ latitud,  estaba viviendo unos momentos de esplendor debido, entre otras razones, a su liderazgo portuario a raíz de la intervención de Fernando León y Castillo.

El clima de costa y el de medianías de Las Palmas de Gran Canaria, a una altitud  media de unos 300 metros, fueron los que ocuparon la atención de los médicos extranjeros. El primero que lo hizo, de una manera sistemática, fue el geólogo alemán Leopold von Buch en 1815. De hecho, el motivo de su viaje fue el estudio de los fenómenos de los climas tropicales.

Olivia Stone, Isaac Latimer, Charles Edwardes,  Jules Leclercq y muchos otros viajeros también se interesaron por las propiedades climáticas de Gran Canaria, particularmente de su capital. Por ejemplo, Olivia Stone quedó maravillada de la benignidad del clima de Gran Canaria. Se sorpredió de la agradable temperatura que encontró en Las Palmas a la sombra el 9 de noviembre de 1884, 17ºC. Tuvo la suerte de conocer en Gran Canaria a Béchervaise a quién le pidió que realizara los registros de la temperatura de Las Palmas durante todo el año 1884. Si comparamos sus registros con las mediciones tomadas por el sueco Hjalmar Öhrvall en el mismo año en el Puerto de la Cruz podemos destacar que hay una ligera superioridad de las temperaturas mensuales en Las Palmas (de uno a dos grados centígrados). Desde luego que Olivia Stone se limitó a mostrar las frías cifras, lo que no sucedió con otros viajeros.

Las experiencias de algunos turistas invalids que invernaron en Las Palmas de Gran Canaria fueron de las más satisfactorias. El doctor James Anderson señalaba en  un artículo el 18 de diciembre de 1884 en el British Medical Journal, órgano de la British Medical Association de Edimburgo que tenía un paciente invalid que era su eterna pesadilla tanto por su enfermedad (tuberculosis)  como por su posición social que le permitía satisfacer sus numerosos caprichos. Anderson estaba convencido de los grandes  beneficios  que ejercía sobre la tuberculosis  la navegación  y la estancia en zonas de climas cálidos. Así pues, recomendó a su paciente que se trasladara al sur de Europa y otros lugares para su convalecencia. Recogió las mejores estaciones  del momento (Niza, Málaga y Madeira) y además hizo un viaje a Montevideo. A su regreso a Edimburgo, los síntomas tísicos continuaban. Entonces le aconsejó una estancia en Canarias.

El invalid permaneció unos días en el valle de La Orotava, pero, según sus palabras, “la humedad y las variaciones térmicas entre el día y la noche  le obligaron a abandonar el lugar y marchar a Santa Cruz”. Continúa relatando el médico que “en la capital tinerfeña, un calor sofocante le obligó a abandonar Tenerife para trasladarse a Gran Canaria. Según sus palabras, su capital “superaba en condiciones climáticas al valle de La Orotava y le igualaba en la hermosura del paisaje” (El Liberal, 10 de marzo de 1885)

Las noticias sobre la benignidad del clima de Las Palmas se extendieron. No había visitante que dejara de elogiar su agradable temperatura invernal y el carácter tonoficante de su clima. Su situación geográfica, su escasa variación térmica entre las diferentes estaciones, su lozana vegetación y su misma constitución geológica la hacía apetecible  para la curación  y alivio de multitud de dolencias. De hecho, en el invierno del año 1884-85 el Hotel Quiney de la ciudad había sido visitado por un gran número de ingleses y holandeses y todos alabaron la bondad del clima de las islas (El Liberal, 20 de marzo de 1885).

Otro invalid, que pernoctó en la Fonda Europa en el otoñó de 1885, se lamentaba en The Tourist and Traveller and Hotel Review que algunos ingleses emprendedores no establecieran un negocio para su explotación por las ventajas que tiene el clima de Gran Canaria. Termina su artículo señalando la rivalidad interinsular y los grandes celos turísticos que existían entre las islas de Madeira, Tenerife y Gran Canaria. Una rivalidad que se va a poner de manifiesto con Mordey Douglas, médico miembro de la Royal College de Cirujanos y de la Royal College de Médicos de Inglaterra.

Douglas, enfermo de tuberculosis,  cuestionó abiertamente la idoneidad del Puerto de la Cruz como  health resort. Hizo algunos comentarios negativos del clima y hasta del mismo marco natural del valle de La Orotava. Criticó a Humboldt por haberlo elogiado.  Su opinión “curiosamente -dice- aún no he encontrado a alguien que la comparta”. Reconocía que la presencia del Teide era un elemento natural de gran belleza, pero a la vez era el gran enemigo del valle porque impedía el paso de las nubes originadas por efecto de los alisios. La consecuencia inmediata de ese fenómeno atmosférico era la formación de un mar de nubes sobre la zona, lo que los isleños llaman «panza de burro» y los ingleses «parasol», reponsable, a su vez, -según Douglas- de una mayor humedad y de la disminución de la temperatura. No niega que Las Palmas de Gran Canaria estuviera fuera de los efectos de los alisios, sin embargo afirmó que el aire de la capital grancanaria es más limpio, más puro, más moderadamente seco. Según Douglas, el efecto de los alisios en Las Palmas «es más agradable, mucho más refrescante y estimulante que el del valle de La Orotava, el cual es más depresivo, bochornoso y enervante». También  puso de manifiesto el mayor número de horas de exposición del sol durante los meses de noviembre y mayo de Las Palmas.

La temperatura de la superficie del agua del mar de Las Palmas también era superior a la del Puerto de la Cruz. Para demostrarlo, Douglas se basa en los registros de  las temperaturas del agua hechos por Biermann, Öhrvall  y los miembros de la expedición del Challenger.[3]

La misma naturaleza de las playas de Las Palmas era superior. “Las orillas de Madeira y el Puerto de la Cruz  están cubiertas de callados  negros, sin embargo en Las Palmas  hay una fina playa de arena  de cuatro millas de largo donde los visitantes pueden pasear o hacer ejercicios”.

Mordey Douglas concluyó afirmando que Las Palmas no solamente aventaja al Puerto de la Cruz por sus condiciones climatológicas sino también por su grado de desarrollo.

La ciudad de Las Palmas tiene una hermosa catedral, un hospital, un colegio, un estupendo museo, varios hermosos edificios, incluyendo el Palacio del Gobernador, un teatro y el edificio municipal.  El pueblo es limpio y tiene buen suministro de agua que viene desde las montañas en acueductos cubiertos. Su excelente mercado está muy bien surtido.

Él  fue el que fijó el emplazamiento algo elevado, a pocos metros de la playa de arena, entre el muelle y la ciudad, y respaldado, en aquellos años, por unos hermosos  jardines. Para que la Grand Canary Co. construyera el Hotel Santa Catalina. Después de una corta estancia en Inglaterra, al año siguiente, en 1888,  se estableció definitivamente en Gran Canaria. En 1890 cesó como miembro del Colegio de Médicos de Inglaterra.

El Liberal se hizo eco del juicio crítico sobre Tenerife, y particularmente del Puerto de la Cruz, de Mordey Douglas. Como era de esperar provocó una enorme polémica y malestar en Tenerife. No era para menos, pues Mordey Douglas vino a cuestionar la idoneidad del Puerto de la Cruz para el establecimiento de un sanatorium. La rivalidad o tirantez que siempre ha enfrentado a Gran Canaria con Tenerife, o si se prefiere, a Tenerife con Gran Canaria, también se proyectó sobre el nuevo sector económica a desarrollar, el turismo.  Al fin y al cabo, el pleito insular ha de entenderse en última instancia como una pugna de intereses económicos diferentes protagonizados por las respectivas oligarquías insulares. Quién de las dos islas tenía mejor clima se convirtió  en una nueva polémica derivada del pleito entre las Gran Canaria y Tenerife.

Un año después visitó Gran Canaria el médico escocés John Cleasby Taylor,  profesor de la Universidad de Edimburgo, miembro de la Royal Meteorological Society y de la Royal College de Cirujanos de Inglaterra. Visitó la isla en varias ocasiones, y en 1901 se estableció en Las Palmas de Gran Canaria y permaneció hasta 1912, año en que regresó a Londres para seguir ejerciendo la profesión de medicina. Murió en Surrey en 1934.

John Cleasby Taylor fue el único médico que realizó, junto con Brian Melland, un análisis exhaustivo de los elementos climáticos de Las Palmas: temperaturas, precipitaciones, vientos, nubosidad, estados de la mar, insolación y las propiedades bioquímicas de las aguas de Santa Catalina.         Para Cleasby, Las Palmas  aventaja al Puerto de la Cruz en lo que respecta a las características climáticas de humedad, precipitaciones e insolación. Según sus observaciones, los valores de humedad relativa eran  mucho mayores en  el Puerto de la Cruz que en Las Palmas de Gran Canaria. Destacó la diferencia de valores que existía en los registros suyos y los del sueco Hjalmar Öhrvall. Sin embargo, los valores  de la humedad relativa del médico inglés son más ajustados a la realidad que los del sueco, ya que, en general, la humedad del Puerto de la Cruz es alta, oscilando el valor medio anual entre el 74 y 75 %. En la medida en que la evaluación de la humedad  depende de la temperatura, cantidad de precipitación, insolación, etc., es muy probable que en el año 1884 hubo poca precipitación y un tiempo seco.

Las precipitaciones medias mensuales de cada uno de los lugares también presentaban notables diferencias a favor de Las Palmas. La temperatura media de la capital de Gran Canaria era alrededor de dos grados más que Madeira y ligeramente superior a  las del Puerto de la Cruz. Las Palmas de Gran Canaria también tenía mayor insolación que el Puerto de la Cruz. Sin embargo, para Cleasby Taylor, Santa Cruz de Tenerife tenía un clima similar al de Las Palmas.

Pero Cleasby Taylor reconoce que los alrededores del Puerto de la Cruz eran mucho más bonitos y encantadores que los de Las Palmas , cosa que no hicieron sus compatriotas.

La exposición realizada  el 21 de febrero en la Royal Meteorological Society  originó un debate interesante entre algunos meteorólogos y médicos (A. Brewin, C. Harding, W. Marriott, etc.), participando el presidente de la sociedad R. Inwards.  Todos ellos destacaron  la importancia de los estudios y registros realizados por John Cleasby Taylor, para el mejor conocimiento de Canarias y especialmente de Las Palmas de Gran Canaria.

Otro destacado médico en Gran canaria fue Brian Melland. En su trabajo, Melland se siente, como su compatriota Mordey Douglas, entusiasmado por las cualidades climáticas de Las Palmas de Gran Canaria. A lo largo de toda su obra elogia el clima de la capital grancanaria para la convalecencia de los enfermos de tuberculosis pulmonar y otras enfermedades. Según el médico inglés, el clima de costa de Las Palmas de G.C. era un clima cálido admirable en invierno. Sin embargo, Brian Melland defendió fehacientemente el clima de verano de montaña, desde la altitud de 450 a 700 metros, como el más beneficioso para la convalecencia de los turistas  invalids  acosados de enfermedades pulmonares. Incluso, llegó a afirmar que el clima a esa altitud es mucho mejor que el de la costa. Por eso, Melland destacó el distrito de Monte, comprendido a esa altitud, como una estación privilegiada. De hecho, la mayoría de los británicos residentes en Las Palmas tenía sus villas en Monte, a donde iban desde junio hasta octubre y donde se establecieron algunos hoteles de los más emblemáticos en la isla. Melland fue un gran defensor de esta parte de Las Palmas. Sin embargo, al contrario que Douglas, Melland no criticó a Tenerife, evitando de esa manera crispación alguna, y su defensa de Gran Canaria la realizó sobre la base de un concienzudo análisis de las condiciones físicas y climáticas.

Brian Melland fue también el primer médico inglés que habló de las cualidades climáticas del verano en Las Palmas y en general  de Canarias para ser un lugar ideal de  summer health resort, es decir, de un centro turístico de verano.

Los médico extranjeros fueron las que crearon una imagen idílica y atractiva de las islas y dieron origen, a partir de estos momentos, a unas expectativas viajeras para reconocer la imagen que se les ofrecía en las narraciones de viajes. Pero, a la vez, fueron los primeros que establecieron las bases meteorológicas y climatológicas de las islas. Estamos ante los orígenes del turismo en Canarias, centrado en dos ciudades concretas: el Puerto de la Cruz y Las Palmas de Gran Canaria.


[1] El léxico inglés invalid no puede traducirse por «inválido», tal como lo podríamos hacer hoy. Error que ha inducido a algunos historiadores locales a traducirlo como el equivalente a personas disminuidas físicas. No hay clima en el mundo que devuelva la pierna al cojo, el brazo al manco o haga desaparecer la peta del jorobado. La etimología del fonema invalid viene de las palabras inglesas infirm (persona enfermiza, débil de salud física) y de disabled (persona imposibilitada por alguna enfermedad, lesión o herida etc., cuyos síntomas los incapacitaban para llevar una vida normal). No hace referencia a inválidos físicos ni a otras enfermedades de determinadas sintomatologías similares. Invalids hace referencia a personas que padecían de la gota, reumatismo, escrófula, ciertos enfermos zimóticos, asmáticos, aploplexia, hepatíticos, asma y sobre todo a enfermos pulmonares y bronquiales, fundamentalmente la tuberculosis pulmonar y otras afecciones respiratorias. También se llamaba consumption, en la medida en que incapacitaba,  a la vez que acababa y consumía, la vida de  quienes padecían una enfermedad como la tisis.  Utilizaremos  a lo largo del texto la expresión turismo terapéutico, o sanitario,  para referirnos a los que visitaban las islas por problemas de salud, aunque no dejaremos de utilizar el término inglés. De hecho, el viaje por razones de salud, el turismo sanitario constituido por los invalids, está considerado como uno de los primeros motores que pusieron en funcionamiento el fenómeno social del turismo y nunca mejor aplicado que en Canarias, pues el nacimiento del turismo en las islas tiene un origen sanitario. La pureza del aire y su salubridad propio de los  climas marítimos, como el reinante en Canarias, favorecían  el tratamiento de la tuberculosis.

[2] En Inglaterra se medía con la octa, es decir, dividiendo el cielo en ocho partes.

[3] El 7 de diciembre de 1872 salió de Portsmouth la expedición oceanográfica Challenger organizada por la British Admiralty  y la Royal Society de Londres en colaboración con la Universidad de Edimburgo. Su objetivo era cartografiar las profundidades y movimientos de los mares, registrar las temperaturas y corrientes de los océanos y otras investigaciones biológicas. Estaban al frente los naturalistas Henry Nottidge Moseley, John Murray y  Wyville Thomson. Arribó en el puerto de Santa Cruz en febrero de 1873 con la intención de los tres naturalistas subir al Teide, analizar su vegetación y recoger caracoles e insectos. El 14 del mismo abandona la isla rumbo a Saint Thomas, en las Antillas danesas, para continuar su expedición alrededor del mundo. Regresó a Inglaterra en 1876.