Vestimenta y sociedad canaria a los ojos de los viajeros victorianos
Nicolás González Lemus. Doctor en Historia.
La clase alta de la sociedad de Santa Cruz de Tenerife usa los mismos vestidos y sigue las mismas modas que la correspondiente en las primeras poblaciones de la España peninsular. En la clase media se observan usos semejantes a los pueblos del litoral de Andalucía, con la sola diferencia de que aquí no se lleva el sombrero calanés, reemplazado con el hongo, y que las mujeres cubren las cabezas con un pañuelo de seda doblado en toquilla, cuyas puntas sujetan por debajo de la barba. En la última clase se observan más diferencias. Los hombres generalmente usan pantalón de lienzo o calzoncillos de lo mismo con ceñidor, zapatos de cuero blanco o negro, sin medias, sombrero ordinario de fieltro o de paja; hay quien no lleva ni medias ni zapatos; pero todos usan como abrigo, en lugar de capa o capote, una manta blanca sujeta al cuello por medio de una jareta. Las mujeres llevan enaguas de percal, mantilla de balleta o de muselina blanca, sombrero de la misma hechura y materia que el del hombre y zapatos sin medias. Las de las clases más ínfimas no usan ni medias ni zapatos.
Siempre que se representa la indumentaria de los canarios se tiende a reducirla al traje típico, o empleando un término más generalizado, se suele reducir a lo folklórico. Sin embargo, existen en Canarias las mismas peculiaridades propias de cualquier sociedad clasista. En efecto, de la larga cita expuesta al principio, publicada en el libro Nociones topográficas sobre la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, correspondiente a los años 1862-1863, podemos abstraer la conclusión que según a la clase a la que se pertenezca se tiene una determinada cultura y consecuentemente esas diferencias sociales se van a ver reflejadas en las distintas formas de vida y, como no, de vestir.
A lo largo del siglo XIX la nobleza isleña, como el resto de la aristocracia peninsular, fue perdiendo poder económico y político, sin embargo su peso específico en la estructura social seguía siendo un ideal de horizonte elitista en aras a seguir conservando el prestigio social. Por su parte, la alta burguesía agraria y comercial aspiraba por encima de todo a ennoblecerse, a asumir lo que antaño había sido exclusivo de los primeros. La simbiosis entre ambos grupos sociales, fundamentalmente a través del matrimonio, llevará a la formación de las clases acomodadas, de grandes señores, con su mundo de privilegios y diversiones. La clase media alta que florece sobre todo a partir de mediados de siglo siente una atracción por sus valores. Estos grupos serán los que más se sentirán atraídos por las modas europeas en el vestir, particularmente por la inglesa. Atrás había quedado el gusto de las clases altas canarias por la moda francesa, muy propia de principios de siglo, según Bory de Saint Vicent, naturalista francés que visitó las islas en 1801. El bienestar sin precedentes para muchos canarios, principalmente a raíz de la cría de la grana, las estrechas relaciones comerciales con los británicos y el fenómeno cultural del gusto inglés como lo más distinguido, envidiado y elegante de la época, van a repercutir en todos los aspectos de la idiosincrasia del canario, desde la decoración hasta en la moda. Nunca en toda la historia del vestido isleño había evolucionado tanto como en este tiempo. Los hacendados isleños encargaban sus ropas a París o Londres.
Los canarios de las clases altas vestían como sus correligionarios de la España peninsular, totalmente de negro. Según Pegot-Ogier, viajero francés que visitó Canarias en 1868, era propio de la moda inglesa. El traje de los caballeros era negro, con chaleco sin mangas y chaqueta corta por la cintura y por detrás larga y redondeada con una obertura en medio. Era muy similar al frac, que solían ponerse en ocasiones especiales. El pantalón era recto de la misma tela. Sobre el traje usaban la capa española, una prenda larga y suelta, abierta por delante. Era generalmente usada como prenda de viaje, sobre todo en invierno y para vestir por la noche. Según el cónsul inglés desde 1825 hasta 1831, Francis Coleman McGregor, solamente se utilizaba «cuando el tiempo está desapacible». Como sombrero usaba el de copa, que se caracterizaba por ser rígido y alto con ala pequeña.
La mujer de la clase alta sin embargo estaba mucho más apegada a la forma de vestir andaluza. Al director de la casa de comercio Pasley Little and Co. establecida en el Puerto de la Cruz, Alfred Distan, le debemos toda una serie de reflexiones sobre los hábitos de los isleños y un grupo de dibujos a través de los cuales nos trasmitió la vestimenta de los naturales en una época en que las costumbres estaban cambiando y los vestidos tradicionales desapareciendo por la influencia de las modas foráneas. Afirmó en la década de los treinta que las señoras de la clase alta en las islas usaban la mantilla para ir a la Iglesia, era obligado hasta los años sesenta, tal como se hacía en la Península, aunque allá era el traje de mañana de las señoras. Generalmente eran negras y solían ser de seda. La mujer española como la isleña estaba muy apegada al uso de la mantilla. En efecto, aún en los años ochenta del siglo pasado, como señala la joven inglesa Frances Latimer, era la prenda más usada para las ocasiones especiales (durante la asistencia a la Iglesia, en la Semana Santa, en ciertas festividades, etc.). A esta joven viajera le debemos una de las mejores descripciones de la indumentaria de las señoras de la clase alta isleña. Según ella, la franela de algodón también predominaba en las mantillas. Normalmente eran negras, pues «las damas vestían según la costumbre de negro». El pelo se lo recogían por detrás, formando un moño; de esa manera le soportaba el velo y el rizo por delante. La mantilla la trababan al moño por detrás con trabas de diferentes tipos. Otras veces se usaba la peineta. Aunque las mantillas de color negro eran las que normalmente usaban las señoras, también existían las blancas. El uso de una u otra dependía de la ocasión y de la estación. Algunas de las mantillas blancas estaban bordadas con un satén también blanco. Era fina, y de un tipo particular, y Olivia Stone, inglesa que visitó las islas con su marido John Harris en 1883-84, no duda en afirmar que muchas estaban hechas a mano en telares de Yorkshire. También era propio de las damas y de las jóvenes de la clase alta, el uso del abanico, las sombrillas, los guantes y las medias, una prenda muy cara que poco a poco iba cobrando una creciente significación.
Sigue señalando la joven Latimer que las damas vestían con gusto. Usaban finas y elegantes botas y zapatos. Sin embargo, pronto el gusto inglés comienza a conquistar a las mujeres, fundamentalmente a las jóvenes. Sustituyen el negro por los trajes de colores.
Pero esta forma de vestir distinguida así como la moda foránea no estaba al alcance de la gran mayoría de la población (las capas populares y campesinas). El campesinado canario, sometido a la más pura miseria desde el mismo momento del asentamiento europeo y consecuentemente con muchas limitaciones económicas, había padecido una incapacidad endémica para vestir según los cánones de las clases medias o altas. No solamente obedece a una cuestión económica sino también cultural. En la cultura campesina isleña -dominante en la sociedad canaria dado su carácter agrícola-no figuraba la moda en su escala de valores. Los modelos foráneos estaban fuera de su alcance.
Por tales razones, la vestimenta del campesino era muy sencilla. A la vista de los viajeros rozaba lo pintoresco. Cuando los hombres iban a las ciudades o pueblo, fundamentalmente los domingos, solían vestirse con la indumentaria que exigía la ocasión. Los días festivos marcaba la necesidad de vestirse de otro modo, más decorosamente: un sombrero de ala ancha negro, una chaqueta corta con pequeños botones, camisa de lino blanca, pantalones ajustados sobre calzoncillos blancos y polainas alrededor de los pies. También solían ir con pantalones blancos. Según el viajero inglés Richard Francis Burton durante su primera visita a Tenerife en 1861, los campesinos llevaban «enormes sombreros, camisas y chaquetas…; pantalones cortos como los anghirs hindúes, de tela marrón, o blancos calzoncillos marrones y polainas vendando las piernas como los clásicos bandoleros italianos, o curiosas polainas de cuero como las de México. Por su parte, cuando las mujeres visitaban las ciudades llevaban un sombrero de fieltro también ancho, en ocasiones alto como los de los hombres; un ligero traje, sobre sus hombros un pañuelo cruzado y con botas marrones. También se encontraba entre los sombreros femeninos el de paja o el de copa baja, redondo y estrecho. Frances Latimer señaló que iban «vestidas con camisas y chaquetas coloreadas, también sin botas o algunas con botas y sin medias», comparándolas con las campesinas del Tirol suizo.
Cuando los campesinos trabajaban en el campo solamente se ponían una camisa de lino, unos pantalones y raramente zapatos o botas. Era muy normal ver a los campesinos trabajando o por los caminos descalzos. Tanto los hombres como las mujeres «siempre transitaban los caminos muy malos descalzos. Las mujeres cargaban los zapatos dentro de la cesta y los hombres sobre las bestias de carga, poniéndoselo solamente cuando entraban al pueblo.». Esto lo afirmó Elfred Distan en 1824. La práctica duró hasta entrado el siglo XX. Era la manera de evitar que los zapatos se desgastaran. Normalmente llevaban un largo palo.
Las mujeres campesinas y de las clases trabajadoras no usaban la mantilla. En ellas predominada el chal y el pañuelo. El chal negro era la prenda más usada por las mujeres de la clase media en ciertas ocasiones. Era un pañuelo amplio que se colocaba por los hombros. Los más baratos eran los de algodón, estando los de seda y lana solamente al alcance de quienes los podían costear. Los chales de lanas no solamente los usaban las mujeres para cubrirse los hombros y espaldas sino también como abrigo para envolver a los niños. Venían exclusivamente de Gran Bretaña y cuyo mercado fue en aumento progresivo en la década de los noventa. La gran mayoría de las mujeres llevaban pañuelos coloreados de algodón para cubrirse sus cabezas. Isaac Latimer, viajero y periodista inglés que visitó Tenerife y Gran Canaria en 1887, vio un gran parecido de las campesinas isleñas con sus pañuelos sobre las cabezas con las mujeres del campo de Gales. Según el viajero inglés que visitó las islas también en 1887, Charles Edwardes, estos pañuelos para la cabeza tenían mucho más variedad de colores que las mantillas, predominando la púrpura, el amarillo, el carmesí y el azul. Por su parte, la joven Latimer indicó que los pañuelos los llevaban atados debajo de las barbillas y sobre el pañuelo el sombrero, «dando la apariencia de padecer dolor de muelas». Los viajeros señalaron que salvo el pañuelo y el sombrero, el resto de la vestimenta les hacía parecer mucho a las campesinas de Inglaterra.
El lino era otra tela de mucha demanda entre las mujeres de las islas, de gran uso casero y barato, con el que hacían las blusas y enaguas para ellas -aunque también solían ser de lana-y las camisas para los hombres.
Las que económicamente se lo podían permitir usaban vestidos de seda negro, pues la seda solamente estaba al alcance de las clases acomodadas. Las jóvenes de las clases bajas hacían auténticos esfuerzos laborales para poder adquirir un vestido de seda.
Si bien las clases burguesas usaban la capa española, los campesinos utilizaban los mantos, fundamentalmente en invierno para protegerse del frío, pero también los usaban para dormir ante la ausencia de mantas y otras prendas de dormir. Según Isaac Latimer, no los empleaban los campesinos de Gran Canaria. Eran importados desde Lancashire, uno de los centros más importantes de producción de tejidos de Inglaterra. Inicialmente eran caseros, es decir, se hacían aquí mismo, pero la alta calidad de los Lancashire blankets (mantos) ingleses, muy usados entre los campesinos del norte de Inglaterra, favoreció la sustitución de los que se hacían en las islas, porque, «aunque eran más caros, ahorraban dinero dada la durabilidad de los mismos», le comentaron a Isaac Latimer. Se equivoca Olivia Stone cuando dice que eran de lana. Los tejidos de Lancashire eran fundamentalmente de algodón. En Whitney se fabricaba especialmente «para los hombres de las montañas de Tenerife», comentó Charles Edwardes. Según los viajeros, las exigencias de los naturales isleños planteaban serios problemas a los fabricantes, de tal manera que si no se hacían a su gusto (de determinado tamaño, número de bandas decorativas, etc.) eran rechazados. Las bandas que la rodeaban próximo al borde debían de ser de color azul y en número de tres, “la central más ancha que las otras de los lados. La pelusa de un lado del manto debe girar en dirección contraria hacia el otro lado, para que cada lado pueda usarse alternativamente”. Tan estrictos eran los naturales -escribe Olivia Stone, atendiendo a estos diminutos detalles-“que cada manto debe ser cuidadosamente supervisado en Inglaterra antes de exportarse, ver que no contienen pelos negros y que se ajusten en todos los aspectos al conservadurismo de los isleños”. Estos mantos de Lancashire muy utilizados como abrigo por el campesinado, cabreros y amplios sectores de las capas bajas de la población de las islas, llegaban hasta los talones y estaban rematados en la parte superior a la altura del cuello con un doblez de cuero por cuyo interior ribeteaba una cuerda, que servía para amarrárselo al cuello y sostener el manto, que llegaba hasta los talones.
Las diferencias entre los niños eran muy manifiestas. Los de las clases altas vestían de «una manera muy alegre». Según Frances Latimer sus ropas eran de color crema, azul o rosa, “al estilo de la ropa de París”. Esa forma de vestir de los niños -insinúa la viajera-“daba algo de alegría a los sombríos vestidos negros de los mayores”.
Por el contrario, la indumentaria de los niños de las capas populares era mucha más austera. La pobreza de su existencia no les permitía tener más vestimenta que la imprescindible. Según fuentes inglesas, los niños de ambos sexos iban desnudos en verano hasta que tenían cinco o seis años. A partir de entonces, los niños solían estar en el campo trabajando en las faenas agrarias o bien en las calles trabajando, vagabundeando o pidiendo-o Como señala Charles Edwardes, “tanto si quieren algo como si no, siempre están pidiendo. Sus propios padres los dejan solos para que se dirijan a un extranjero siempre que se presenta la oportunidad pidiendo “un cuartito señor, un cuartito.” Consecuentemente, salvo los días especiales -Semana Santa, Fiesta patronal, etc.-donde solían ir “algo más decente”, casi siempre iban vestidos con muy poca ropa. Según Frances Latimer o Harold Lee, rara vez llevaban más de una prenda, que normalmente consistía en una camisa larga suelta y un pantalón corto.
La presencia extranjera que empezó a despuntarse a partir de la década de los ochenta afectó enormemente a las formas de vestir de los canarios. Las clases altas siempre han vestido y han estado atento a la moda europea, sobre todo francesa e inglesa. Pero ahora se trataba de las clases bajas. La proliferación de establecimientos donde se vendían el lino inglés, las ropas inglesas y demás prendas de vestir extranjeras a muy bajos precios puso al alcance de la gran mayoría de la población el estilo europeo en el vestir.